Venerar al verdugo, como en el Síndrome de Estocolmo
Por Carlos Madera Murgui
Ya casi disipado el espíritu navideño, donde el festejo cooptado exclusivamente pareciera, por situaciones atribuidas a lo ingerido, y que notoriamente pasaron por lo irregular, cabe preguntarse si lo irracional no es cosa de todos los días.
Dejando de lado, esas enforvorizadas e intemperantes demostraciones aparecidas en todos los ámbitos, desde lo más alto del poder a una intolerante disputa en el barrio por convivencia cotidiana, algo, es muy evidente, ha cambiado.
Transitábamos plena pandemia y todavía, lejos de la retirada de la peste, una mañana nos preguntábamos con Pablo al aire, si después que pasara la pesadilla que se llevó familia, amigos, conocidos y miles de personas, volveríamos mejor como sociedad, ya casi como especie. Empatía, solidaridad, raciocinio, bien común, humanismo básico, optimizaba en su pronóstico mi amigo. Algunos indicios jugaban a favor de lo que opinaba mi compa, pero a la luz de algunas » valientes» voces que se alzaban en contra hasta del cuidado general y en plena devastación, me hacían contraponer ese vaticinio. Lo que hoy aflora en varios pensadores como base, incluido el «efecto pandemia», es afirmar que la mayoría de dos generaciones (últimos 50 años), llamémosle injustamente, hijos de la democracia, tienen, como característica, pese haber sido testigos y beneficiarios con ciertos vaivenes propios de la alternancia entre gobernancias populares y no demasiado, de sus sufrires y adelantos, de denostar su propio beneficio y el de sus pares, sin distinción, con un marcado desprecio. Casi como el «síndrome de Estocolmo», deberíamos decir que se venera el verdugo. Muy poco tiempo ha pasado para perder rápidamente, derechos, calidad de vida, acceso a la salud, precarización laboral, deterioro en varios y diversos aspectos, hasta nuestro sesgo cultural, formas y valores (tan vociferados como logro por los propios sayones).
Todo esto lo lleva adelante un gobierno, pero la sensación diaria es que la sociedad, el conjunto, la ecúnume, interpreta esas acciones como propias y eso es lo preocupante, porque eso queda, el resto disipa. Me resisto a creer que es esto lo que quiere el conjunto, pese a elegirlo.
Obviamente, la población reacciona con estímulos y relatos que le son dictados con los poderes de penetración y difusión que tiene éste y todos los gobiernos. No obstante, aquello de volver mejores no tuvo lugar mi amigo; lo que volvió renovado, y con todo fue el individualismo noventoso o estaba agazapado, demostrando que no existe nadie más perverso que otro.
Solo hay formas de sentir y vivir la vida en rebaño, con muchos o con pocos, la elección es clara; eso sí, hay que pensarlo y demostrarlo con convicción. (07-01-25).
hay gente que es incapaz de alegrarse por algo propio
y solo siente digamos…placer…cuando ve sufrir a otras personas
eso es lo que yo veo en muchas personas que militan al payaso rivotril