Del desalojo de Zulema a los perros de Javier Milei, los asuntos de familia que fueron escándalos de Estado
El enigma Conan. La delgada línea que separa las esferas pública y privada de quienes gobiernan. Alberto Fernández, del cumple en Olivos a la primera piedra.
Nota de Juan Rezzano
El desalojo televisado de Zulema Yoma de la quinta de Olivos y la fiesta de cumpleaños de Fabiola Yáñez en pleno confinamiento social por la pandemia de coronavirus marcaron los puntos más altos de una prolífica saga de escándalos familiares que escalaron a asuntos de Estado de altísima sensibilidad, culebrones que golpearon a casi todos los gobiernos desde el regreso de la democracia, en 1983. Hoy, el misterio de los perros de Javier Milei inspira una secuela multigénero que mixtura el absurdo, el grotesco, la fantasía y el terror.
«Acá no se puede manosear a la familia por un abuso de poder», gritaba la primera riojana, rodeada de un enjambre de cámaras y micrófonos, en la puerta de la quinta presidencial. El 12 de junio de 1990, el presidente Carlos Menem echó a toda su familia de la residencia oficial. No fue de palabra, en un arranque de furia en medio de una acalorada discusión de pareja: ordenó la expulsión de Zulema, Zulemita y Carlos Jr. por decreto. La resolución, que fue rotulada con el número 1026, dejó por escrito en la historia jurídica nacional el culebrón más espectacular de la era democrática vigente.
No fue el único episodio que convertiría a los Menem en una presencia permanente en las pantallas y las tapas de diarios y revistas de todos los pelajes. La irrupción de Carlos Nair, hijo no reconocido del mandatario; los negocios del clan Yoma, su familia política, y la muerte trágica de Carlitos Jr., todavía no esclarecida, son otros mojones de una agenda que, por la colectora de la institucionalidad, perfiló un linaje presidencial nunca antes conocido en el país.
Acaso con menos brillo y espectacularidad que en la década de la pizza y el champagne, la mayoría de los gobiernos sufrieron temblores con epicentro en las parentelas presidenciales.
Fernando de la Rúa convirtió a su hijo Antonito, golden boy del Grupo Sushi y latin lover de alcance global por su noviazgo con la entonces ascendente estrella del pop Shakira, en gurú de la comunicación oficial y hasta en estratega polítco en jefe de su gobierno.
En esa condición, el nene dejó sus huellas en un discurso antológico: el que usó el Presidente para anunciar, a fines de 2000, un año antes de huir por los techos de la Casa Rosada con el país prendido fuego, el blindaje financiero que iba a ser la plataforma de despegue definitivo de la Argentina. «¡Qué lindo es dar buenas noticias!», cerró De la Rúa aquel speech.
El kirchnerismo fue, de por sí, el proyecto de una familia política. El Plan 16 años, interrumpido en la segunda fase de su desarrollo por el fallecimiento de Néstor Kirchner, contemplaba la alternancia del Pingüino y la Pingüina (Cristina Fernández de Kirchner) hasta que la saga chocara con el frontón constitucional.
El hijo del matrimonio, Máximo del mismo apellido, fundó La Cámpora y se convirtió en actor central de la Argentina K. Los pibes para la liberación tuvieron un ascenso meteórico y tomaron la administración nacional en la segunda presidencia de La Jefa. Demonio para el universo anti-K, la agrupación consolidó un robusto poder territorial y ahora pulsea con Axel Kicillof por la interpretación de la nueva canción peronista.
La hija Kirchner, Florencia, quiso hacer otra vida. No pudo. Los negocios familiares la arrastraron hasta Comodoro Py y somatizó el estrés. Sus problemas de salud fueron pasto para fieras mediáticas que no conocen de límites.
Mauricio Macri asumió maldiciendo la herencia kirchnerista y gobernó bajo la sombra espesa de la herencia familiar: los tentáculos del imperio que construyó su padre, Franco, prendido a la teta del Estado. En 2017 estalló el mayor escandalo político familiar de la breve era Cambiemos: el Estado aceptó una quita del 98% de la deuda que había acumulado el Correo Argentino gestión papá, un despropósito que, claro, terminó en la Justicia. Al lado de semejante escándalo, la huerta que la primera dama, Juliana Awada, se armó en la quinta de Olivos con asistencia de técnicos del INTA es una apostilla vegetariana.
Alberto Fernández, en un cumple
En agosto de 2020, el presidente designado por CFK detonó la popularidad de origen que lo había llevado en andas hasta la Casa Rosada (había ganado las elecciones de 2019 con el 49% de los votos) con el festejo de cumpleaños de la entonces primera dama, Fabiola Yáñez, que celebró con amigues en la residencia oficial de Olivos. ¿Tanto lío por un cumple? En ese momento, los 46 millones de compatriotas de la cumpleañera acataban el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) dispuesto por su marido. Hubo fotos y videos y en todos los registros aparecía el jefe del Estado. Fue ella, intentó convencer el mandatario al país, pero ya era tarde.
Jugarretas de la política, Alberto Fernández hizo escalar el misterio de los perros de Milei, que el vocero Manuel Adorni identificó como un asunto familiar del jefe de Estado -lógico: el Presidente los jerarquiza como sus «hijitos de cuatro patas»-, a la esfera de lo oficial.
De un tuitazo, el expresidente se defendió del león ultraderechista, que lo había llamado «títere», con un mensaje publicado en Twitter en el que le adjudicó «alteraciones psicológicas». «Debe saber -su sucesor, escribió Fernández- que mi perro no me aconseja (y está vivo), que las ‘fuerzas del cielo’ no me mandan señales y que mis acciones y reacciones son el resultado de la reflexión y no de alteraciones psicológicas».
El tuit tiene fuerza de expresidente, más allá de la pésima imágen pública con la que el peronista debió dejar el poder, que no lo despoja de una investidura que consagró vitalicia al obtener la jubilación de privilegio. Por eso su relevancia. Por eso, lo que se discutía en bares y mesas familiares y, con sordina, en el subsuelo de la política y el Círculo Rojo; lo que señalaba un puñado de medios, en el que se anota Letra P; lo que evitó esclarecer el portavoz Adorni en una de sus conferencias de prensa (el enigma Conan y, de la mano, el estado emocional del Presidente), Fernández lo puso a la luz.
¿Cuántos perros viven en la quinta de Olivos? Milei dice que juega con cinco y Adorni dice que tantos como diga el Presidente. En las fotos, el jefe del Estado posa con cuatro.
“Tenemos que dejar de hablar de determinadas cuestiones”, se molestó este jueves el portavoz ante la insistencia periodística sobre la cantidad concreta de ejemplares caninos que cohabitan la residencial oficial y definió: ”Es meterse con su familia”, con los «hijitos de cuatro patas» del Presidente.
A esta altura, aunque el Gobierno lo niegue y trate de vetarlo, el asunto familiar es una cuestión de Estado -como lo son también, ahorita mismo, como para encontrar algún consuelo, los problemas judiciales de la primera dama española que tienen contra las cuerdas al presidente de la madre patria, Pedro Sánchez-; una secuela surrealista de la saga cinematográfica de la democracia cuarentona argentina. (27-04-24).