Carta a los Reyes Magos: por Carlos Madera Murgui (*)

(*) Nota de opinión publicada en testigosdeprivilegio.blogspot.com
Las cartas a los Reyes siempre han sido un acto de ilusión, magia, optimismo y amor, cifrado en una liturgia de tiempos inmemoriales.
Hace diez años, en LA DORREGO, conducía un programa periodístico/informativo temprano, de 7 a 9, que contenía una columna de opinión diaria y que, por estas fechas, incluía una carta a los Reyes. Con la misma médula, pero actualizada, me permito una rehechura de aquella publicación.
Mucho tiempo antes de que Melchor, Gaspar y Baltasar perdieran por goleada la marketización frente a Papá Noel, los chicos de mi generación escribíamos cartas a los Reyes contándoles lo bien que nos habíamos portado durante el año: que hacíamos los deberes de la escuela, no decíamos malas palabras y comíamos todo lo que cocinaba mamá, bien rico.
Las consideraciones sobre nuestra conducta variaban según el pedido del regalo, que casi siempre extremaba con una bicicleta o, finalmente resignados por algún consejo progenitor, culminaban con un “lo que a ustedes les parezca” y un “mucho se los voy a agradecer”.
Los tiempos cambian, pero las ilusiones siempre siguen intactas, al menos para quien las intenta y las desea; para eso son las esperanzas y los anhelos.
En aquella carta del 2015/2016 me pareció atinado hacer pedidos un poco más acordes a la edad, sin dejar de lado la misma magia, la fe y la confianza de los siete años. Se escuchan, como en la infancia, variados pedidos que seguramente no todos, pero algunos —como marca la liturgia— serán satisfechos, ya no por los Magos de la noche del 5 de enero, sino por gente que no se hará del abastecimiento de pasto y agua para tamaño viaje, y que terrenalmente enfrenta, desde su lugar de decisión, situaciones mucho más importantes y con menos ropaje. Algo que, de infante, no entendía bien con semejantes temperaturas.
Me cuesta incluso encabezar la lista, pero pienso rápidamente y me imagino a mi madre apuntándome que “eso vale mucho” y que “tienen que cumplir con todos los chicos que les piden”.
Me gustaría poder, pronto, tomar agua de la canilla con la suficiente presión para bañarme en el horario que quiera. Como decía mi mami, esto lo deben pedir todos. Que después de 20 alguien tome el problema como lo que es, con la debida aplicación y ocupación política para solucionar algo que se ha naturalizado y que no debería serlo. Que nos rebele la muda desidia de una planta de tratamiento convertida en monumento a la inacción, abasteciéndonos cuasi colonialmente. Tema fuera de agenda, tristemente hablando.
Siempre con el agua, pero ahora la que viene de arriba: bendición natural para la economía distrital en lo rural, pero que impone un sufrimiento marcado para quienes viven en la ciudad y sus desplazamientos en días de precipitación, transformando las calles de la planta urbana en un gigantesco canal de desagüe hacia el arroyo Las Mostazas. Desde sectores mucho más altos del noroeste, por arterias ya famosas, cruzarlas con pocos milímetros se vuelve una odisea y un problema cada vez más serio. Si hace unos años —no tantos— el inconveniente no existía, no sería tan difícil al menos estudiarlo.
Que siga mejorando el Hospital Municipal, que en el último tiempo ha mostrado avances muy valiosos, con la ilusión de emparejar para todos los sectores de la población las prestaciones en salud. Todos sabemos que siempre es una meta, aunque no sea sencilla.
El asfalto merece pensarse en una reparación integral de todo el pueblo. Se me antoja un trabajo de largo plazo; no hablo de bacheo, siempre necesario, sino de una intervención profunda. No poseo el dato de cuántas calles asfaltadas hay, pero no son de época moderna: tienen muchos años y lo muestran.
La nostalgia del pavimento articulado y sus cooperativas de trabajo —transformador innegable del paisaje, del desarrollo y de la calidad de vida del sector noroeste del pueblo— y el hoy “revolucionario” proyecto del radicalismo en Necochea podrían ser una alternativa, ¿fuera de época? De allí pasamos a los adoquines, que luego discutimos retirar. Tampoco recuerdo mantenimiento alguno, aunque los argumentos para su despedida definitiva parecen atendibles. El ingreso y tránsito del desmedido caudal de agua de lluvia conspira claramente con todo esto.
Un plan integral como el del asfalto debería encararse también en las veredas. Muchas veces abordamos este tema, incluso sobre la costumbre —muy nuestra— de caminar por la calle, con los problemas y peligros que ello implica, determinado por el deterioro o la ausencia de veredas. A pesar de intentos y ordenanzas, no pasa de eso. Mereceríamos atenderlo de una vez por todas.
Volviendo a las cooperativas de trabajo, abrirían —en una explícita sugerencia— una alternativa para afrontar localmente la fabricación de materiales y la mano de obra para la reparación y construcción de veredas.
Cosa cara no solo en valor monetario, sino también para el desarrollo humano, es la posibilidad de contar con una vivienda propia. Lo hemos hablado reiteradas veces. La construcción del macizo de casas en calle Gregorio Juárez, además de la prosecución del plan municipal, que, aunque escaso, aporta y suma. Las últimas e importantes concreciones en ese sentido, fruto del trabajo conjunto de nuestros representantes de gobierno, alientan a seguir sumando ante una demanda siempre creciente y posibilidades cada vez más remotas a la luz de las realidades.
Me permito una reflexión sobre el Procrear en Dorrego. Nunca fue apoyado localmente como correspondía y en el momento histórico de su concreción. Las autoridades nacionales ya han deslizado su desplazamiento y se están rematando en el mercado inmobiliario terrenos que pertenecían al programa.
El tema de los terrenos descoloca o, mejor dicho, aclara determinaciones políticas sin demasiado estudio. El crédito Procrear siempre fue un crédito personal categorizado por el Banco Hipotecario, y las tierras eran compradas por los interesados en todos los casos, a partir de ese crédito, salvo excepciones donde acciones estatales fueron en busca del problema y lo solucionaron.
Escuchar entonces que el programa no llegaba a todos los sectores, en franca crítica al sistema, y luego aparecer como posibilidad un cúmulo de terrenos dentro de un intento de satisfacción de demanda, contradice las necesidades de sectores que no tienen ni siquiera para el terreno, y mucho menos para acceder a un cuasi negocio inmobiliario que poco tiene de extraordinario y accesible frente a los destinos muy predeterminados del menú ofrecido para la casa propia en Dorrego.
“No es lo nuestro”, sintetizan desde escalones superiores, sin mayores explicaciones para una frase que implica varias claridades. (Involucramiento y gestión, se llama). Al menos, con la discusión de estos temas, estamos avanzando.
Por último, poco se habla de laburo, como me apuntó un amigo. La tan odiada teoría del derrame, que tantas penurias ocasionó en otros tiempos, se actualizó por estos días disfrazada como “desborde”. El molde productivo del partido, netamente primario, ya no estaría en condiciones de encarnar esa posibilidad. Tampoco todos pueden, ni están preparados, para ser cuentapropistas o proveedores de servicios.
Pero lo importante, más allá de lo que nos parezca a cada uno, es estar acá. Alguna autoridad confía en la opinión, más aún en quienes hemos elegido para que nos conduzcan.
Así que, como cuando tenía siete años, les digo: amados Reyes Magos, tráiganme lo que les parezca; se los voy a agradecer. Me olvidaba: rezo todas las noches y le hago los mandados a la abuela.
Los quiero mucho. (25-12-25).



