La Región

Faustino, otro barrilete cósmico

Nota de Néstor Machiavelli en La Nueva.

Faustino Oro ha revolucionado al ajedrez mundial, su genialidad precoz hoy es tema de debate en el planeta. El pibe de diez años comenzó a jugar a los seis y termina de obtener el título de maestro internacional de ajedrez más joven de la historia. El excampeón mundial Garry Kasparov lo saludó en las redes con una originalidad: “Chessi..!!!”, escribió, asociando la palabra ajedrez —en inglés chess— con la última sílaba del apellido de Lionel Messi.

Durante la pandemia, Faustino vivía enjaulado en el departamento familiar del barrio porteño de San Cristóbal. El niño prodigio jugaba solo a la pelota entre cuatro paredes y muebles, hasta que para apaciguar tanta energía contenida, los padres decidieron regalarle un juego de ajedrez. Sin proponérselo, despertaron al genio.
Algo aprendió del abuelo ajedrecista, pero rápidamente comprendieron que Faustino era un jugador diferente y decidieron contratar un maestro particular para que le diera clases de ajedrez. Lo que vino después es historia reciente, Faustino comenzó a ganar partidas y torneos, a ascender en el ranking vertiginosamente. A cuatro años de aprender a mover alfiles y caballos, esta semana en Barcelona se consagró Maestro Internacional, con todo el camino por delante para intentar la corona mundial, que mantiene a buen resguardo el noruego Magnus Carlsen, de 36 años.

En la Argentina, solo 35 ajedrecistas lograron el título de maestro internacional. En la selecta lista está el bahiense Héctor Rosseto, que lo consiguió a los 28 años. Considerado uno de los mejores ajedrecistas argentinos, Rosseto recorrió el mundo y se dio gustos placenteros entre reyes y damas. A los 23 años participó de un torneo en Hollywood y mientras jugaba vivió momentos de película. Charlas amenas con Humphrey Bogart y una foto memorable junto a la actriz top del momento, la alemana Marlene Dietrich.

Nada más demandante y adictivo que un tablero de ajedrez. En silencio, dos personas frente a frente, sin nada en que pensar que no sea la próxima jugada. Cuando la partida comienza el mundo se detiene, reina el silencio, no vuela una mosca, se apagan los celulares, que a esta altura no es poca cosa.

Conozco de que se trata porque aprendí a jugar de pantalones cortos, gracias a un tío que me enseñó a mover las piezas. Durante el aprendizaje perdí todas las partidas que jugamos y cuando tuvo certeza que podía ganarle no jugó más. Me dejó con las ganas propias del alumno que quiere vencer al maestro.

Con el paso del tiempo comencé a estudiar ajedrez, especialmente las aperturas. Leía libros, reproducía y analizaba partidas. Recuerdo viajes con la delegación del club Independiente de Dorrego para competir con ajedrecistas de Costa Sud de Tres Arroyos y Villa Mitre en Bahía Blanca.

En las vueltas de la vida el ajedrez siempre a mano me ayudó a abrir puertas en la profesión. Primero cuando muy joven la radio de la ciudad me acreditó en la sala de periodistas de la cámara de diputados de la Nación, hasta entonces solo poblada por representantes de medios nacionales. Al principio me observaban con cautela, era infrecuente un corresponsal de radios del interior. El tablero de ajedrez me fue acercando a la mayoría de los colegas que jugaban en los ratos libres. Allí hacía valer y aplicaba conocimientos y experiencia que había aprendido en el pueblo de la infancia. Sin alardes, a esta altura de la vida, confieso que ganaba seguido a colegas amateurs y legisladores que jugaban una partida rápida de pasada al recinto.

El ajedrez tiene la ventaja que los contendientes son personas desvestidas de títulos, condición social o funciones o cargos que desempeñen. Antes, durante y después de la partida no se habla de otra cosa que no sea ajedrez. La única grieta que separa es la mesa de juego y el afán de jaque mate.

Jugar ayuda a pensar y planificar la vida cotidiana, a imaginar y desplegar estrategias sucesivas, que como la vida misma se sintetizan en apertura, medio juego y final. Uno se acostumbra a pensar la estrategia propia y al mismo tiempo imaginar la del rival. El ajedrez es un calco de la vida, donde conviven reyes y peones, se enfrenta la planificación con lo inesperado, la certeza con la sorpresa, la crueldad de la guerra con la belleza de la vida.

En 1979 otra vez el ajedrez golpeó la puerta de la profesión. Ese año el diario Clarín organizaba el II Certamen Internacional de Ajedrez en la Argentina. Armando Vidal, colega con el que habíamos compartido la sala de periodistas del Congreso, me invitó a sumarme al equipo de periodistas del matutino porteño para cubrir la información del certamen. Tenía que convivir durante un mes con ajedrecistas legendarios. Respuesta cantada, era como tocar el cielo con las manos.

Tengo siempre a mano la foto que comparto en la crónica. Fue una medianoche en pleno certamen internacional. El fotógrafo del diario registró el momento de análisis y reproducción de una partida recién concluida entre maestros internacionales. Aparecen en cuadro sentado de lentes, el danés Bent Larsen. Frente a él, de pie moviendo un peón, el excampeón mundial Boris Spassky). Adelante, sentado al lado de Larsen, el argentino Oscar Panno. También adelante de Spassky, apenas asoma y se distingue el perfil del legendario Miguel Nadjdorf. Sentado al lado de Spassky el también maestro internacional Jorge Rubinetti. En el medio, de pie, un colega del diario La Prensa y el que suscribe, también parado detrás del maestro danés.
Que más puede pedir un periodista apasionado por el juego que estar al lado y ser testigo del análisis de cinco grandes maestros internacionales y un campeón mundial de ajedrez. Detrás de cada uno de ellos hay historias personales de película.

Spassky destronó al legendario armenio Tigran Petrosian y fue campeón mundial hasta que 1972, el norteamericano Boby Fischer le ganó el match en plena guerra fría y por primera vez le dio a EE. UU. la supremacía en ajedrez.
Miguel Najdorf llegó en 1939 a la Argentina escapando de la muerte en Polonia invadida por las tropas nazis. Se nacionalizó, desde entonces representó al país y contribuyó decisivamente al desarrollo y consolidación del ajedrez nativo.

Oscar Panno fue el primer ajedrecista argentino y sudamericano en obtener un título mundial.

El danés Bent Larsen es considerado uno de los diez mejores ajedrecistas de su tiempo. El certamen internacional de Ajedrez en la Argentina lo marcó para siempre. En esos días y noches porteñas, entre reyes y alfiles lo deslumbró una dama criolla. A punto tal que se quedó a vivir en la Argentina y se casó con la joven abogada, con la que convivió en el la zona norte del conurbano hasta su fallecimiento en 2010.

Queda mucha tinta en el tintero pero aquí me detengo. Pienso en el disparador de la crónica, este pibe prodigio que brilla en el mundo, sorprende y deslumbra.

Salvo las distancias y pido permiso a Victor Hugo para usar su inmortal frase maradoniana:
—Faustino, barrilete cósmico…¿de qué planeta viniste? (11-07-24).

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