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Yo que nunca creí en héroes

Por Darregueira Paz

Me rendí a sus plantas, a los 7 años nomás, aunque no me gustara verlo con la auriazul.
Todos los que tratamos de zafar de la mitología griega en la escuela, aunque más no sea de refilón, nos enteramos de algunas hazañas de Hércules, o de Ulises, que tal vez hoy recordemos un poco, más recreadas por nosotros mismos que por lo que las obras en sí nos contaban. También vimos las pelis de Superman de Cristopher Reeve y ya de grandes entendimos del Eternauta lo que no pudimos de más chicos, cuando las El Tony o Intervalo nos obligaron a leer aún más, historias más complejas.
Siempre creí, hasta hoy, que la épica de Diego se basó en esos dos goles, tremendos alephs de nuestra historia, y no sólo futbolística. Cuatro años después, apenas cuatro años de la derrota sufrida por Malvinas en manos del Imperio Británico y de la dictadura genocida, ese jugador que prometía mucho ya antes de esa desgraciada guerra, ganó un partido que lo convirtió en ícono mundial. Le regaló no sólo al pueblo argentino un poco de justicia, se la regaló a todos los pueblos pobres y oprimidos del mundo. En un escenario más real que metafórico, un solo hombre derrotó a un imperio con el mejor gol de la historia, pero también, con la trampa de su propia medicina.
Y con eso es suficiente, pensé. No valen las comparaciones con nadie. Ni Jordan, ni ahora Hamilton, ni Federer, ni los Stones. Ninguno buscó estar en el momento justo y en el lugar justo para demostrarle a los pueblos que la épica que nos contaban, veíamos o leíamos en la ficción, era posible. Con eso es suficiente, pensé. Pero no. Para Diego no fue suficiente. Luego de esos goles comencé a comprender de que la iba. No eran sólo goles. Mi familia, tan aristocrática como de clase media, lo detestaba. Hoy deben morderse la lengua, ante tanta tristeza del pueblo, deben sentir más bronca por ese amor, que felicidad por su muerte ¿Por qué odiar tanto a un jugador de fútbol que jugaba tan bien y nos dio un campeonato del mundo? Pensaba con mis apenas 11. Y mundial a mundial lo fui comprendiendo. Diego fue mucho más que esos dos goles. Sobre todo, porque eligió enfrentar a los poderosos del mundo. A ese norte rico de Italia. A esas clases que no aceptan que los negros tengan guita, y menos aún, sean amados por el pueblo. A esa dirigencia que sólo entiende el fútbol como herramienta de lavado y explotación. Fervoroso impulsor de una sindicalización que en el fútbol, parece una utopía, su imagen aparece en los muros que separan a los ricos de los pobres, sea en México o en Palestina. Diego es universal. Entregó todos sus privilegios por los pueblos, y los pueblos hoy lo lloran. Su brazo guerrillero, como aún canta el gordo Alorsa, abrazó a Fidel, a Chávez, a Lula, a Néstor, a las Madres y a las Abuelas. Y eso tiene sus costos, que él ya había pagado por demás.
Le atribuyen una frase, lo que lo diferencia de Pelé, cuentan que dijo, es que él es amigo de todos los jugadores, no sólo de los poderosos. Traduciendo, no dejó nunca a nadie en banda. Te dirán que sí, que a él mismo. Es que es lo que hacen ciertas pocas personas a lo largo de los miles de años de la historia de la humanidad.
A partir de hoy, comenzará a construirse su leyenda. Todos los que lo vimos, y vivimos, creeremos agrandar sus hazañas cuando las contemos, pensando que dentro de 100 años, cuando se hable de Maradona, su figura será aún más grande de lo que es hoy. Inútil tarea. Ninguna historia podrá superar su vida, lo que vimos y vivimos. Lo que nos ofreció. Yo que nunca creí en héroes, mientras escribo esto, caigo en la cuenta que esa palabra no le alcanza. Que es apenas para un dibujo que nunca podrá representar todo lo que hizo y todo lo que nos dio (s). (26/11/20).

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