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Apuntes sobre la tristeza y la derrota

Por Ariel Scher (*)

En junio de 1981, cuando la Argentina soportaba el invierno del invierno y el invierno de la más podrida de las podridas dictaduras, el maestro Alejandro Dolina publicó en la revista Humor una nota titulada «Elogio de la tristeza». «Somos tristes con la tristeza que -según Unamunu- es el precio de la vida conciente», anotó en una de las muchas líneas en las que reivindicó la dignidad de montones de tristezas.

En mayo del 2010, cuando su Rosario Central descendió, el maestro Adrián Abonizio iluminó cualquier sombra en un texto al que bautizó «Elogio de la derrota». «Ser derrotado implica que se ha combatido: contra el fuego de las armas y la niebla de la conciencia. Idiota aquel que no ha sido derrotado y mantiene una amatoria ilusión con el triunfalismo», avisó en el comienzo de esa maravillosa certificación de que perder tiene que ver con mil cuestiones y, sobre todo, con existir.

Todo esto lo saben los muchachos y las muchachas de cada cancha que desembocaron en la tristeza y en la derrota por ir con nobleza en busca de la alegría y de la victoria. Lo saben, inclusive, a pesar de que la opinología mediática pretenda arruinar corazones y cabezas edificando shows berretas arriba de esas tristezas y de esas derrotas. Y de que esa misma opinología haya superpoblado al fútbol de algo que tal vez un día volverá a llamarse estupidez. Es que esos muchachos y esas muchachas saben que hay tristezas y hay derrotas a las que las habita algo que se llama honor. Y ese algo, también en la tristeza y también en la derrota, lo tuvo este equipo de River.

El fútbol, además, sólo le concede la posibilidad de la tristeza y de la derrota a los que intentan el sueño de la alegría y de la victoria. «Sufrir y llorar significa vivir» sentenció el maestro ruso Fiódor Dostoyevski, experto en tristezas y en derrotas, en una de sus frases más citadas y más sencillas. Acaso en este sábado, atento a la tristeza y a la derrota que brotaron desde un césped peruano, desempolvaría su pluma para escribir esas palabras una vez más.

Estar triste y estar derrotado, o sea estar como ahora están River y los de River luego de que una final bien jugada se les escurriera como pasa con algunos amores y con todas las aguas, dibuja una lastimadura que cicatrizará según la piel de cada uno pero seguro cicatrizará. El fútbol, ese escenario humano cuya capacidad de asombrar es más grande que la cantidad de mugres y de mugrientos que hace rato le escupen la sangre, a veces arrima glorias en medio del abismo y otras veces trae desconsuelos cuando la felicidad espera a dos centímetros o a cinco minutos. Debe ser ese uno de los motivos por los que todavía nos gusta mucho.

Y debe ser también ese el motivo por el que tantas y tantos que muy seguido experimentamos la tristeza y la derrota pero igual no nos rendimos nos conmovemos con el fútbol y lo encontramos bastante parecido a la vida.

(*) Nota escrita en Deporte y Literatura (Facebook).

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