«Los Papasidero»: una estirpe de mármol
La misma vocación los juntó a todos… La pelota y el mármol. El trazado recto con la escuadra de todos los días, el picado interminable hasta que el sol diga basta. El desafío ardoroso de todos los domingos. Así crecieron Luciano y Rodrigo Papasidero. Así, con esa ilustre herencia familiar…
NOTA ESCRITA POR MANUEL MENDIONDO EN EL SEMANARIO ECOS DE MI CIUDAD
Calle 3 de Febrero al setecientos. Allá donde la avenida Pringles cruza en diagonal entre Azara y Garay, arrima la cuna lindante de los fondos de Bella Vista… Calle 3 de Febrero al setecientos. Donde la ciudad bahiense rebela en su abundancia y el cemento se cambia por el sumario confort de un botánico verde… Emporio lícito del árbol. Hectáreas prolongadas. El centenar parque Independencia… Allí nacieron y se criaron los Papasidero. En una de esas casas de la calle 3 de Febrero al setecientos, a escasos metros de la arboleda situada en pleno arrabal que separa las facciones de los clubes Tiro Federal y Bella Vista… Allá donde seis meses antes de la movilización de trabajadores que reclamaba, por aquel entonces, la liberación del coronel Juan Domingo Perón, papá José Miguel y su hijo Caco ponían la piedra fundamental para comenzar las actividades marmoleras en Bahía Blanca.
Pero ¡qué historia de mármol allá en Brandsen al setecientos! Decenas de años donde la marmolería fue uno de los oficios más respetados… José Miguel volcado a sus principios éticos y morales marcaba los lineamientos de la empresa. La atención al cliente, la seriedad y la búsqueda de la excelencia han primado desde aquel mayo del ’45 hasta la vigencia de un presente que corre demasiado rápido… Ya no están ni José Miguel, ni Caco… Tampoco Silvano. La impensable paradoja de la vida se llevó a los dos el mismo día, el tres de diciembre. El día del marmolero… Pero está Alejandro junto a su mujer Viviana… Después fueron llegando los hijos: Diego, el mayor, “el primero que nació para el fútbol”, Antonela fue la segunda, maś tarde Rodrigo, y el último, Luciano…
¿Y cuál iba a ser el destino de los Papasidero? El mismo que el de todos los pibes del barrio… La obligación de la escuela primaria, pero antes que nada el potrero y la marmolería. Antes que nada, la escuadra para cortar rectamente el mármol y la pelota. La pelota todo el día. Hasta que el sol diga basta. Y en el fondo de las charlas con papá Alejandro, con el abuelo Caco, que va regulando el tiempo y en el juicio sabio de los dos se contagia una enfermedad llamada San Lorenzo… Como en la historia de aquellos hermanos James del Oeste americano, ya circulaba las condiciones en los potreros de Bella Vista con el respeto a ese código que sólo conocen los que están asociados a la misma secta… Y en el balance de ese juicio para “entendidos” ya prevalecían los nombres de Luciano y de Rodrigo Papasidero, cuando apenas si alcanzaban a cumplir los doce años…
ANTES Y AHORA…
Aquí estoy en la casa que sigue viviendo Rodrigo junto a sus padres Alejandro y Viviana. A Luciano lo esperamos un cacho. Él ya echó buena y se fue. Hace un año y medio que convive felizmente con su novia, la dorreguense Rocío… “Estamos de novios hace cuatro años… ¿Qué puedo decirte de Ro…? Es una compañera al máximo. Puedo confiar siempre en ella. Es media cabeza dura y porfiada –me dice con su pícara sonrisa– pero es una mujer con todas las letras…”
Nos sentamos en la mesa con Rodrigo y con Luciano. Advierto en sus ojos, la incertidumbre por los temas que saldrán en esta conversación. Sin embargo, ninguno de los dos ponen reparos para evocar su infancia… Roque señala con su dedo índice el patio de esta misma casa. “Ahí –señala el jardín trasero del hogar– Diego, nuestro hermano mayor y él –lo mira a Luciano, sentado a su lado– me pateaban al arco… En el potrero, a pocas cuadras de acá, también iba al arco… Claro… Excepto los amigos, Fernando, Julio, Santiago y Sebastián… Pablo, el vecino, y Emiliano, nuestro primo… después ninguna persona me cree cuando les digo que jugué como número “5”… Movía bien la pelota…” –acompaña con idéntica sonrisa pícara que su hermano Luciano se había dirigido antes–. Y agrega en su cuidadosa descripción: “En la escuela primaria era muy callado, bastante tranquilo… Ya en la escuela secundaria me la pasaba jodiendo pero siempre respetaba a cada profesor. No era un eximio estudiante pero la materia que más me gustaba era geografía, los países y sus capitales, los mapas…” –comenta Rodrigo, a la vez que es interrumpido por Luciano para decir lo suyo– “A mi la escuela nunca me gustó. Hacía renegar mucho a mis viejos con el tema… Sin embargo, a la materia que le ponía más onda era historia. Me llamaba la atención cómo había ocurrido el descubrimiento de América y especialmente, la primera y segunda guerra mundial…”
Lucho me mira disimuladamente y se sonríe con picardía, mientras Roque permanece con recatada compostura… Hay una visible diferencia entre los dos, tan evidente como la que exterioriza
la distinta personalidad, el distinto corte del peinado, el distinto color, y mucho más aún en el modo de expresarse… En Roque siguen viviendo inalterables las influencias del origen, en el flequillo que no alcanza a despojarlo de su raíz suburbana… En cambio, a Lucho con el corte austero del pelo rubio, le da un aire más de señorito… Roque, a pesar de las injusticias dentro de la cancha, puede controlar el impulso y la reacción ante las mismas, mientras que Lucho demuestra su temperamento, su carácter que lo ayudó a fortalecerse como persona y, dentro de la cancha, lo traduce en la verborragia protestona, combativa ante las injusticias futboleras… Pero, en la anécdota, en el recuerdo, en el trato recíproco, hasta en ese hábito cordial del mate que circula de mano a mano, en la alterable costumbre de cambiarlo si el domingo el resultado no se da, se denuncia la estrecha unidad afectiva de los Papasidero. Como si aquel viaje de antes a la necrópolis de Buratovich los hubiese impulsado a juntarse, a poner hombro con hombro, para salir adelante, desde las risas, desde aquel potrero, donde, además de la habilidad para usar la pelota, la vida exige otras cosas que se aprenden de muy chico… Por eso cuando les pregunto por la marmolería, la respuesta de Lucho y de Roque es unánime… “Es todo una vida… Es la familia misma…”, dice Roque, bastante más medido que Lucho… “Son setenta y tres años… La inició mi bisabuelo con mi abuelo. Para mi significa el lugar donde disfruto estar… Lo que hago y con quiénes lo hago, las personas que más quiero…”
“LOS HERMANOS SEAN UNIDO PORQUE ESA ES LA LEY PRIMERA…
… tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos se pelean los devoran los de afuera…” Una de las prosas más conocidas del Martín Fierro, de José Hernández, que sólo puede alterarse con el fútbol. Pero éste no es el caso… Porque no son rivales. Porque comparten los colores, domingos, semana… Porque es difícil que la misma sangre congenie en un mismo club. La cita encaja a la perfección para ilustrar los valores de los hermanos Papasidero. “Mirá… ser un hombre humilde es lo más importante… Me considero un buen tipo que siempre irá de frente… No me gustan para nada las personas que no van con la verdad… Mirá… Un amigo me falló por dinero, ¿podés creer…? Le presté para que saldara unas cuentas y el tipo desapareció de la faz terrestre. El tiempo me hizo dar cuenta que fue lo mejor haberse alejado porque manejamos códigos completamente opuestos…” refuerza Roque, sin eludir la gravedad del tema. Lucho no habla. Sigue la charla con atención, pero en esta oportunidad no interrumpe… Y cuando le pregunto por la actitud que más le irrita de una persona, responde breve y tajantemente… “La falsedad de las personas y la falta de su propia palabra me molesta mucho…”
LOS JUGADORES…
Lentamente se apaga el sol del miércoles. En el reloj de arena mitiga la cortesía con la que me recibieron los hermanos Papasidero. Faltaban las vivencias con la pelota… “El paso por Juventud Unida de Algarrobo fue el responsable de formarme como jugador y como persona… El viejo dirigió mucho tiempo allá… Fue mucho tiempo en el club que me brindó la oportunidad de dar el primer salto de una reserva a una primera división… Conservo muchas amistades, gente excesivamente buena la de Algarrobo…” –Interrumpe Lucho y agrega – “La gente de Algarrobo no la encontrás fácilmente. En Juventud y en el pueblo son serviciales en todo momento. Una de las experiencias más lindas de la infancia la pasé allá. La cancha era de tierra. ¡Uff…! ¡Era enorme…! Los viajes hacia localidades cercanas para ir a jugar…” concluye el temperamental defensor.
La vuelta de los dos a la Liga del Sur los tuvo defendiendo los colores de Bella Vista, ni más ni menos que el club de barrio. Allí los pibes sueñan con llegar como Rodrigo Palacio y Martín Aguirre… Allí los pibes pretenden gambetear y llevar la galera del mago como Pablo Arriagada… Después, la experiencia de Luciano y Rodrigo Papasidero en Automoto de Tornquist en la poderosa liga de Coronel Suárez durante un año. Después, el primer ciclo en Ferroviario… “Recuerdo los mates cocidos después de cada entrenamiento. El invierno era muy bravo pero nos íbamos con la panza caliente” –esboza una sonrisa Roque, mientras Lucho se muestra absolutamente de acuerdo con ese recuerdo– “El grupo que había en aquellos años era muy humano. En lo personal recibí muchísimo apoyo de ellos ya qué estaba dando los primeros pasos en la primera división. Hubo gente que nos atendió de mil maravillas como Néstor “Marica” Fernández y Mirta Capella, la familia Lombardelli…” señala Lucho, a la vez que asiente Roque.
En la cabeza y en el discurso de los dos asoma la culminación de aquella final adjudicada por Independiente en el año 2010… Después el retorno a la Liga del Sur. Después la repetición de ése vicio con San Francisco y con Pacífico. Después, la vuelta a Ferroviario sin demasiados matices. Después aparece el llamado de Atlético Monte Hermoso en enero de 2015 a Roque… “Llegué para darle una mano a Edel (Fernández) y ser el suplente de Fermín Ponte en el argentino “C” porque necesitaban un arquero. La idea original era que ni bien Atlético finalizara su participación en el torneo regional el que agarraba el arco era yo. De aquel entonces a esta parte agarré la titularidad y todavía permanezco” se sincera el guardametas.
–¿Qué tiene el equipo para adjudicarse la rueda…? –les pregunto a los dos con el objetivo de finalizar la conversación y no abusar de la cortesía de cada uno…
Resueltamente me responde Luciano que, “él se siente que el equipo arrancó con mucho ritmo. El partido con Oriente fue atípico pero supieron resolverlo. Después la racha adversa de esos tres partidos sin ganar. Después el regreso al triunfo el domingo pasado contra Villa Rosa, un adversario durísimo en su cancha… Mirá… Me tomo el atrevimiento de anticiparme a tu próxima pregunta –se dirige a mí, ¿a quién otro…? – A algunos no les gusta el juego que propone el equipo y lo comprendo… Pero la tenencia del balón no garantiza absolutamente nada. Un equipo debe ser vertical, llegar al área rival cuanto antes y convertir… Fijate lo que ocurrió en el Mundial, las selecciones con mayor tenencia de pelota quedaron rápidamente eliminadas… Los alemanes, los españoles y nosotros… Al fútbol se gana haciendo goles…”
–Además de ser el director técnico, ¿que significa papá…? –con el desarrollo de la charla esta pregunta encajaba en el último vestigio del miércoles, mientras la cortesía de los hermanos Papasidero continuaba siendo abrumadora… “Es un amigo más… Jamás te suelta la mano. Es así con los cuatro hijos, con Lorenzo, el hijo de Diego y con Charo, la hija de Antonela… Se desvive por toda la familia…” dice Roque y le pasa la pelota a Lucho… “Mi viejo además de ser amigo es también mi reflejo. Siempre está en las buenas y en las otras… Si no le gusta algo no se lo guarda. Persona frontal como él no conozco…”
Calle 3 de Febrero al setecientos. Allá donde la avenida Pringles cruza en diagonal entre Azara y Garay, adosa la prosapia suburbana de los fondos de Bella Vista. Por allá nacieron, “los Papasidero”. Allá crecieron… En una casa de ésas…