Por aquí anduvo Don Ata…
Desde joven, Yupanqui sabía de Dorrego. "Me gustaría comprar un campito de ochenta hectáreas", dijo durante su última visita.

Nota de Néstor Machiavelli en La Nueva.
La última vez que Atahualpa Yupanqui anduvo por Dorrego fue en octubre del 89 durante la Fiesta de las Llanuras. No era visitante ocasional, llegaba desde los años 60, manejando su Citroën 2cv blanco, y disfrutaba con vecinos del pueblo días de charlas, reflexiones, guitarra y caminatas por calles empedradas.
Desde joven, Yupanqui sabía de Dorrego. Aquí nació Luis Acosta García, el payador que lo marcó de pibe, cuando lo escuchó en Junín y Pergamino improvisar décimas contra la injusticia. Eso lo marcó para siempre y le dedicó el poema Cantor del Sur:
Don Luis Acosta García se llamaba el payador,
hombre nacido en Dorrego y que mucho trajinó,
hombre de lindas riquezas: guitarra, amigos, canción
Don Luis Acosta García: lindo nombre pa’ un cantor!
que anduvo de pago en pago y en ninguno se quedó
Llegó a Dorrego por primera vez de la mano de Justiniano Reyes Dávila, poeta uruguayo radicado en Tandil que recorría el sur bonaerense ofreciendo libros y enciclopedias. Allí conoció a Pedro Iribarne, alma mater de la Peña Nativista, con quien tejió una amistad entrañable, sostenida a lo largo de los años con visitas y cartas que escribía desde Japón o París, según se lo dictara el corazón y la añoranza.
En Dorrego, Don Ata encontraba lo que llamaba tierra buena de gente que saluda.
Caminaba junto a Pedro Iribarne por calles de adoquines, calculando la edad de casonas antiguas por el tamaño de plantas que asomaban entre los ladrillos.
Bien temprano disfrutaba en la panadería del Vasco Abad, saboreando pastelitos recién salidos del horno “porque las medialunas –aclaraba con picardía– las dejo para París”.
En la última visita del 89, sorprendió a todos con un deseo simple y profundo. Recuerdo textual: Paisano -dijo- me gustaría comprar un campito de ochenta hectáreas acá en Dorrego… traer mis caballos, mis libros, mis cosas.”
El suelo rocoso y quebradizo de Cerro Colorado no es ideal para caminar con años encima y artrosis. En cambio, la llanura de Dorrego era amigable, pampa húmeda como su Junín y Pergamino natal. Nadie movió un dedo para encontrar ese pedazo de tierra que pretendía comprar y hoy hubiese sido otro lugar de peregrinación yupanquiana.
A fines de los años 60, Pedro Iribarne recibió desde Japón una carta de Don Ata, que a la distancia adquiere valor de legado perdurable:
Dice en el párrafo final:
“Díganle a Dorrego mi amistad, mi recuerdo, mi invariable simpatía…
Viejo pueblo con el escribano y su pluma, el labrador y su semilla…
Siempre habrá alguien que apague tarde su lámpara ordenando sentires populares,
cosas que allí pasaron y parecían perdidas entre los ruidos de hoy…Dorrego puede hacer eso, puede vivirlo, puede transmitirlo generosamente,
porque atesora tradiciones ejemplares.”
En el último viaje del 89, recién había llegado a Dorrego, estábamos compartiendo unos mates en la Peña, Don Ata se paró y pidió ir al cementerio a llevarle una flores a su amigo Pedro.
Lo acompañamos tres personas, él adelante caminando despacio entre bóvedas al ritmo de la artrosis.
Llegamos, se paró delante de la tumba de mármol negro, apoyó el ramo de flores del jardín y como si estuviera hablando con su amigo, le dijo en voz baja pero audible:
…Ah, Pedrito…
muertos no son los que yacen bajo la tumba fría,
sino los que muertos andan por la vida…
y viven todavía…
Don Ata quedó un rato largo en silencio, se dio vuelta y comenzó a caminar hacia la salida. Nosotros detrás, con el eterno sonido del viento, melodías de calandrias, teros y horneros, conmovidos por el momento que vivimos.
El próximo sábado, la Peña Nativista de Dorrego celebra 70 años de vida y allí estarán Don Ata y Pedro, porque andan por la vida y viven todavía… (06-08-25).