Jugando con fuego
La Tercera Guerra Mundial no se dirimirá con ojivas nucleares, ni de tropas, ni trincheras. Será de otra dimensión.

NOTA DE NÉSTOR MACHIAVELLI EN LA NUEVA.
Hay que leer sus pronósticos, no porque sea Bill Gates, sino porque procesa excelente y abundante información y luego las difunde con frialdad quirúrgica de quien está de vuelta en la vida.
Esta vez no apunta a pandemias ni consecuencias del cambio climático. Su nueva alerta pone piel de gallina: dice que la Tercera Guerra Mundial no se dirimirá con ojivas nucleares, ni de tropas, ni trincheras. Será de otra dimensión.
No una guerra tradicional ni convencional, sino un enfrentamiento virtual, un conflicto global operado a distancia por sistemas de inteligencia artificial.
La batalla que viene no se librará en praderas ni cielos, sino en el ciberespacio. Y los cañones no dispararán misiles, procesarán datos.
El pronóstico es inquietante, de ciencia ficción. Armas invisibles, virus informáticos, algoritmos autónomos, inteligencia artificial diseñada para infiltrarse en redes para confundir al enemigo. Robo de identidades, fake news, manipulación de nuestras percepciones.
Gates dice que la guerra cibernética impulsada por una IA será descontrolada si no se actúa desde ahora y propone la urgente creación de un organismo internacional que la regule, al estilo del Organismo Internacional de Energía Atómica.
Gates no es el único. Elon Musk ya había lanzado su advertencia: “La carrera por la supremacía en IA probablemente cause la Tercera Guerra Mundial”. Lo que antes sonaba a fantasía ahora se corporiza, como si fuera el guión de una película inquietante, con fecha de estreno a la vista.
Aunque no lo veamos, este conflicto ya está entre nosotros.
En las recientes elecciones en la Capital, Mauricio Macri, en plena veda electoral apareció en un falso video producido por la IA “pidiendo” el voto para el candidato del oficialismo. La suplantación de identidad digital es un delito, lo mismo que usar datos de otra persona para delinquir en su nombre, manipular su imagen o directamente inventarla. Todos ensayos sobre el terreno del modelo de las próximas batallas.
En paralelo la desinformación compite con la información, se generan noticias falsas, confunden lo verdadero con lo falso y los algoritmos deciden qué tenemos que leer, ver y escuchar.
La IA se lleva puesto todo lo que se le cruza por delante y hasta Google cae en la volteada. Su dominio absoluto como buscador está perdiendo terreno por primera vez en más de dos décadas. En marzo pasado su participación global en búsquedas cayó por debajo del 90 %. Un 1 % de pérdida representa 50 millones de usuarios. El éxodo, aunque silencioso, es constante y masivo.
La irrupción de diferentes modelos de IA —ChatGPT, Gemini, Deepseek— cambió las reglas de juego. ¿Para qué navegar entre pestañas de Google tapizadas de publicidad a la vista o inducida si una IA lo resume todo?
Los jóvenes de la generación Z —entre 12 y 34 años— ya lo entendieron. Buscan y se informan en TikTok o directamente preguntan al chatbot. Y Google lo sabe. Internamente asumen que la batalla está perdida.
En medio de esta transformación acelerada, la discusión es quién controla a estas inteligencias artificiales que inducen nuestras decisiones. ¿Qué ideologías esconden codificadas en sus respuestas? ¿Puede hablarse de neutralidad cuando los datos de entrenamiento provienen de culturas, lenguas e intereses determinados de sus dueños?
La filósofa española Adela Cortina, en su libro ¿Ética o ideología de la inteligencia artificial? lo plantea sin eufemismos: “La IA no puede separarse de la ideología. No basta con exigir ética para las máquinas; es necesario un pluralismo real, una diversidad de modelos que evite monopolios ideológicos. La inteligencia artificial no es solo herramienta: es actor político, cultural, económico. Y ya influye en la opinión pública, en la educación, en la salud, en la democracia”.
La Tercera Guerra Mundial no hace ruido pero se escucha y se percibe en la manipulación de nuestras búsquedas, en los sesgos de los algoritmos, en las identidades robadas, en las noticias falsas. Es una guerra silenciosa, sin sangre, pero con víctimas que nos afectan a todos: la privacidad, la verdad y la libertad.
Bill Gates no habla del futuro, describe aquí y ahora.
Algo queda claro: el campo de batalla no es algo lejano, está en cada dispositivo que consultamos diariamente. El enemigo no es otro país sino el cortocircuito entre la ética y el poder de esta tecnología.
La pregunta que nos interpela no es si la guerra estallará, sino cómo cada uno de nosotros decidirá enfrentarla. (26-05-25).