24 de Marzo / «Quiero, y necesito, creer todavía»: escribe Carlos Madera Murgui

El Estado municipal, el que gozamos y elegimos para que nos comande, dista bastante de aquel cómplice, colaboracionista, informante e integrante de la misma dictadura de aquellos años. Gente que conocíamos, conciudadanos que, a pesar de ser de aquí y pensar distinto, todavía deben algo a la sociedad dorreguera. Por eso sigo siendo crédulo.
Es cierto que los vientos del país no soplan en esa dirección, y muy pocas veces lo hicieron. Pero mi Estado, el que tengo a la mano, el que negó una exposición de Abuelas en su ámbito, todavía me cobija. Es el mismo que ostenta un recuerdo casi invisible, que poca gente conoce, en un lugar que se llama, paradójicamente, Parque de la Democracia. Por eso no pierdo la ilusión de que mi tierra cuente con una ofrenda votiva por sus hijos asesinados por el Terrorismo de Estado.
¿Por qué aquí? Porque son de aquí, crecieron aquí, aprendieron aquí. Fueron y vivieron la Iglesia, la escuela, el club, la plaza, las canchas; dejaron hijos. Son de Dorrego, por eso la esperanza vive aún.
Quiero y necesito creer que existen diferencias en algunos temas, al menos con el gobierno nacional, que se jacta de cancelar actos en escuelas con sus amigos capitalinos y de conmemorar despidiendo a gente de los ámbitos de investigación para la recuperación de la identidad de las personas, como un hecho “coincidente” con una fecha tan significativa.
Aquella simbología del castigo, que hoy recrean muy claramente los organismos de seguridad, psicológicamente significa un cambio que se produce después de una conducta y que reduce la probabilidad de que esa conducta vuelva a ocurrir. Como en cualquier otro orden, para que no vuelva a ocurrir, tenemos que saber qué originó esa situación. Hasta el castigo “divino” tiene su contraposición y se desvanece más allá de la fe.
Las metáforas y los dichos violentos del Presidente van en sintonía, pero no estamos en la Edad Media; las razones se apropiaron de la especie hace mucho tiempo. Se ha instalado en Argentina una comprensión distorsionada de los derechos humanos. Lo que no hay que perder de vista es la diferencia entre el Estado armado, creado para defender a los ciudadanos, y la agresión de una persona mayor golpeando a un miembro entrenado de las fuerzas de represión.
Este país, el nuestro, soportó 30 mil desaparecidos y el equivalente a casi dos períodos democráticos de oprobios para retomar un modo de vida elegido. Jamás olviden ni subestimen ese hecho marcado por el dolor colectivo en el periodo más ignominioso de la historia argentina. Por eso, lo de hoy es muy inconsistente y, desde el punto de vista moral, avasalla políticas, ideologías, sentido común, constitución, poderes y lo que aparezca. Todo transcurre en un contorno de violencia y bochorno nunca visto en democracia y con pleno estado de derecho.
Esto ya lo hemos visto; no es nuevo. Algunos, entre los que me incluyo, con cierta ventaja de años, tenemos más memoria que otros. Y aunque no sea solo cuestión de edad, marca una cierta disimilitud en la forma de pensar y vivir la vida misma. En ese marco, todavía espero por mis hermanos, en otro doloroso 24. (24-03-25).