«A cinco años del cierre de la revista El Gráfico, el recuerdo de un tiempo hermoso y en el que fui libre de verdad»
«El Gráfico vio la luz en 1919 y concluyó como publicación impresa en enero de 2018. Hace 5 años la revista que educó a generaciones enteras ya no luce más en los puestos de diarios. Ahora reviste como una entidad de pieza de colección, que seguirá latente en la cabeza de lectores memoriosos, y se suma a un archivo histórico que quedará instalado por siempre en las bibliotecas de babel del deporte».
De esta manera, el diario Página 12 refleja la dolorosa efeméride sobre el cierre de la mítica publicación deportiva, que actualmente tiene su versión en Internet.
En en el primer mes de 2018, Pablo Marcó escribía una nota sintetizar lo que El Gráfico representó en su vida:
Con el cierre de la revista El Gráfico, se fue una hermosa parte de mi niñez y adolescencia
Gran parte de mi niñez y adolescencia la disfruté en una casa de Belgrano al 500. Tenía un patio interminable al que no le faltaba nada: un almendro, una higuera, un árbol que regalaba una rica fruta llamada granada, un arco de fútbol con red y un aro de básquet.
Allí viví los veranos más felices. Había sólo dos canales de televisión: el 7 y el 9 de Bahía. Los días feos, nos sentábamos frente a la tele, a las 5 y 30 de la tarde, para empezar con la apertura de la transmisión, que consistía simplemente en la señal de ajuste y música.
Junto a mis hermanos, a algunos de mis primos y a Diego (entrañable amigo puntaltense, que pasaba todos los veranos en la casa de sus tías (las no menos queribles Angelita e Isabel), lindante a la mía. Veíamos SWAT, Titanes en el ring, Los Dukes de Hazzard y algunas películas. Y jugábamos a ser el Caballero Rojo, Pepino el Payaso o La Momia. También éramos el sargento David Kay o los oficiales Jim Street y Dominic Luca.
A la madrugada escuchaba radio, y buscando en el dial a alguien que me hablara, me topé, creo que en 1985, con un programa bastante exótico, que tenía público en vivo, un pianista con el nombre de Arnaldo Sordo Gancé que tocaba las canciones pedidas por los oyentes. También se hablaba sobre mitología y se narraban disparatadas historias. El programa se llamaba Demasiado tarde para lágrimas y lo conducían un tal Alejandro Dolina y Adolfo Castello. Se emitía por Radio El Mundo.
Pero lo que más hacíamos era jugar al fútbol. Pasábamos horas y horas corriendo detrás de la pelota. Los interminables picados sólo se interrumpían puntualmente a las 5 de la tarde, cuando mi mamá nos llamaba para ‘tomar la leche». La «leche» eran suculentos e irrepetibles licuados de banana o Vascolet, merienda que se complementaba con las deliciosas masitas Melba que el señor Garrote vendía por kilo en el negocio de la esquina.
También recuerdo esa dichosa etapa por la revista El Gráfico. Mi viejo no la compraba todas las semanas; sólo lo hacía cuando le insistía hasta el hartazgo. Recibía El Gráfico con el mismo entusiasmo que la mayoría de los chicos de mi edad recibían un juguete o una bicicleta. Si Independiente ganaba un partido importante o algún campeonato, la revista no podía faltar en mis manos. Pero también la pedía (y mi viejo cumplía) en otras ocasiones. Recuerdo que me había armado una rutina de lectura: primero empezaba por las notas que me parecían menos interesantes, dejando para el final las de fútbol.
Y así descubrí a Julio César Pasquato (Juvenal), a José Luis Barrios, las crónicas de tenis de Luis Hernández, del corresponsal en Italia Bruno Pasarelli, o las de boxeo con Carlos Irusta. Este último escribió una de las notas que más me impactaron: la muerte del boxeador César Abel «La Bestia» Romero, acribillado a balazos por la policía después de haber participado de un robo. Habían pasado sólo 10 días de su derrota con el venezolano Fulgencio Obelmejias en Montecarlo.
Leía con fruición las notas de Gustavo Beliz, por entonces un joven periodista que después cobraría mayor notoriedad por haber sido ministro del Interior durante el primer gobierno de Carlos Menem. Me devoraba las escasas crónicas de básquet, escritas por Osvaldo René Oscarcitas (ORO). Y empecé a admirar la prodigiosa pluma de Ernesto Cherquis Bialo, periodista reducido -por muchos- a su exagerada pronunciación de Johannesburgo cuando era vocero de la AFA.
A El Gráfico, además, le debo, en parte, mi pasión por este oficio que empecé a ejercer a los 15 años y que aun hoy, arañando los 50, me permite ganarme la vida con dignidad.
Con profunda tristeza, la semana pasada nos enteramos que después de una irreversible agonía, cerraba la revista. Tras 99 años, dejaba de salir un ícono del periodismo deportivo gráfico y de la literatura periodística nacional.
En lo personal, la dolorosa noticia me transportó irremediable y nostálgicamente a esos recuerdos imborrables; me devolvió a aquel tiempo que “fue hermoso” y en el que “fui libre de verdad”. (22-01-23).