Covid 19: La necesidad de encontrarse ante la crisis / El análisis de la psicóloga dorreguense Georgina Dell Arciprete
Podríamos decir que nada fue igual desde ese 12 de marzo de 2020, en que la noticia del aislamiento preventivo hizo eco en nuestros hogares. Una vez más nuestro ego nos jugaría una mala pasada, creyendo que aquello que se parecía más a una película sensacionalista llegaría a modificar nuestro modo de vincularnos.
Las relaciones interpersonales son un elemento de capital importancia en nuestro desarrollo. El ser humano es un ser gregario por naturaleza, capaz de vincularse afectivamente. Por lo que el contacto normativo y relativamente continuado resulta fundamental.
Comenzamos a preocuparnos no solo por la salud, el cuidado, la educación, sino también por reinventar labores y trabajos. Todo nos marcaba que aquella forma de concebir las cosas debía ajustarse. Reivindicamos profesiones, aprendimos a jugar con nuestros hijos, a cocinar, hacer rutinas de ejercicio en casa, entre otras cosas, para no sumirnos en la desesperación de lo incierto. Lo que era de un modo hoy podría cambiar drásticamente mañana.
En el camino perdimos familiares, seres amados, amigos e hijos. Nos quitaron la posibilidad de acompañar a los nuestros en el dolor y la enfermedad, nos arrebataron ese último adiós, ritual tan importante para nuestra cultura. La sepultura y el rito fúnebre nos sirven para de algún modo hacernos a la idea de que ese otro ya no está.
Muchos especialistas hablando de secuelas y futurología, números apuntando a cantidad de casos, que no hacen más que hundirnos en más miedo.
Dentro de todo este caos dejamos atrás viejas formas de hacer las cosas. La tecnología que ofreció siempre innumerables beneficios hoy amenazaba con robarnos lo preciado de la presencia. Solo queríamos abrazarnos, algo tan simple y humano como eso.
Se dio un nuevo y llamativo fenómeno. Muchas personas se vieron ante la imperativa necesidad de comenzar un proceso terapéutico, incluso con prejuicios que se arrastran de antaño, donde “El psicólogo es para los locos”, “solo se asiste a terapia si hay un grave problema” etc. El impacto fue masivo y nos reinvento como sujetos. Lo viejo debía reformularse, la ansiedad y la tristeza hacían mella en nuestra diaria. Nos supimos vulnerables y asumimos lo irremplazable del vínculo y calor humano.
Es por todo lo anterior que como profesional propuse un modo de intervención que era un poco fuera de lo común pero que decidí intentar, entre tanto malestar para colaborar en la reducción sintomática de mis pacientes.
El término «vínculo» es conceptualizado por Pichon-Riviere como la forma en que una persona se relaciona con las demás, estableciendo una estructura relacional entre ambos comunicantes que va a ser única entre ellos dos.
La utilización de pequeños grupos en forma planificada para el tratamiento de problemas de personalidad, comenzó en los Estados Unidos en la Década de 1930 con los trabajos de Louis Wender, Paul Schilder, Jacob L. Moreno, Samuel Richard Slavson, Fritz Redl y Alexander Wolf. El grupo, el vínculo y el entretejido de redes fueron los pilares que guiaron mis intervenciones.
Mi amigo y coterapeuta invible
Ante la necesidad de establecer contacto y cruzar experiencias de vida, como cierre del año, con los inevitables balances, les propongo a mis pacientes la idea de escribirse cartas entre sí, resguardando la identidad de cada uno como pilar de la ética profesional. Esto surge ante la marcada soledad que se oculta bajo el estigma de un diagnóstico. El psicólogo, el loco y el psiquiatra ocultan lo más degradado de la sociedad. Dichos rótulos o estereotipos se refieren comúnmente a la eventual peligrosidad, debilidad e inutilidad de los sujetos que padecen trastornos mentales.
Muchas veces se sufre en silencio, incluso durante años por la exigencia que el mundo globalizado nos exige en cuanto a productividad. Debemos estar siempre en línea, felices y empáticos, ocultando lo más que se pueda el malestar porque aquello contamina.
Lo anterior lleva a que cualquier cuadro se agrave en el intento de sobrellevarlo entre las cuatro paredes del hogar, desgastando vínculos y relaciones. La creencia arraigada de que el tiempo va a hacernos mejorar, o bien que solos podemos resolverlo solo opera como factor de mantenimiento y agrava el sufrimiento. “Los procesos de estigmatización emergen desde la discrepancia entre una identidad social virtual (las características que debe tener una persona según las normas culturales) y una identidad social actual (los atributos que efectivamente presenta la persona).” El estigma internalizado se ha relacionado con creencias de desvalorización y discriminación, disminución de la calidad de vida, la autoestima, la autoeficacia y el agravamiento de los síntomas.
Resulta que en el intercambio de experiencias cada paciente se nutre del proceso del otro, encontrándose menos solo en el dolor, adquiriendo herramientas y aportando ideas de aprendizajes realizados en el camino. Tal es así que se recomiendan libros, canciones y videos que a ellos los ayudaron. Mi rol es la de mediadora en los procesos de crecimiento y descubrimiento de sí mismos, pero en ese camino que a veces suele ser dificultoso se van allanando entre si, unos a otros, a la par. Se sienten parte de otro al que ni siquiera conocen, pero el saberse colaborador en su bienestar resulta una experiencia positiva en sí.
Se observa también que el hombre, desde la exigencia social de no mostrarse débil se volvió capaz de iniciar terapia y enfrentarse a los desafíos que esta sociedad nos impone. El reto es transformarse o seguir en automático.
Los jóvenes y niños sorprenden con sus ideas espontáneas e inocentes de resolución de conflictos. Plantean ideas para ser parte o hacer nuevos amigos, realizan cuentos con dibujos y le escriben cartas al miedo. Nos enseñan que a veces en lo simple habitan grandes respuestas.
En síntesis, podríamos decir que extender redes entre sujetos que atraviesan momentos dolorosos y los superan puede ser de gran importancia en un patrón que se repite para frenar el aislamiento del que sufre. Entre más aislamiento emerge la posibilidad de ser solidarios con otros, y sentirnos útiles. Colaboramos en el crecimiento propio y ajeno, incluso de desconocidos resaltando lo comunitario como pilar, volviéndonos agentes activos y participes de algo que nos excede y atraviesa.
En los momentos de crisis solo la imaginación es más importante que el conocimiento… (18-12-21).
Georgina Dell Arciprete es Profesora y licenciada en psicología (Mt. 1997). Tiene título de posgrado en psicoterapia cognitiva. Brinda atención psicológica en Dorrego y Bahía Blanca.