los globos y la despolitización

POR CARLOS MADERA (*)

Hace un tiempo se levantaron las voces indignadas de siempre para impugnar la creación del cargo de secretario de Planificación Estratégica para el Pensamiento Nacional, nombre ciertamente desdichado para designar el propósito de sistematizar los grandes debates históricos que acompañaron el camino político que nos llevó a ser el país que somos. Desde hace un tiempo tenemos un jefe de Contenidos y Estrategia Digital de Presidencia de la Nación. No estaría mal que se expusiera y fundamentara la existencia de esta tan particular responsabilidad que ha asumido el gobierno, porque a primera vista es como una versión posmoderna y neoliberal del añejo responsable de agitación y propaganda. Este es, sin duda, un tipo especial de intervencionismo estatal, el que interviene proactivamente en la formación de la conciencia social. En este caso, a pesar de las llamativas declaraciones que hicieron saber de la existencia de este cargo y de este funcionario, la pregunta por los fines de este peculiar organismo público no ha estremecido al “mundo cultural”.
“Detectamos que la política no le interesa a nadie” recordó el funcionario favorecido. La sola utilización del verbo “detectar” sugiere la existencia de una cierta investigación respecto del interés de las personas, o si se prefiere del público. Parece una tarea un poco ajena a los ámbitos en los que luce necesaria la acción del Estado. ¿Para qué se necesita esa acumulación de información? ¿No es esta, más bien, una tarea de las agencias de análisis de la opinión pública que asesoran a empresas y a partidos políticos y los pone en condiciones de conocer al mercado que pretenden conquistar? Hasta aquí se trataría de una forma interesante de averiguar cuáles son las formas y los contenidos de ejercicio de la obligación del gobierno de informar de su actividad al pueblo. Se pueden hacer múltiples objeciones a la inocente explicación, a la vista de la activa intervención actual del Estado para averiguar la filiación política, los gustos y opiniones de muchas personas, particularmente la de los trabajadores del Estado. Sin embargo, las palabras recientes del estratega digital colocan la cuestión en otro plano.
En efecto, la afirmación del desinterés popular por la política es, en sí misma, un acto político. No es una simple opinión que se pueda prestar a una discusión, porque la sola expresión “a nadie le interesa…” la excluye de antemano. Distintos tipos de investigaciones podrían arrojar resultados estadísticos diversos que nunca habilitarían una generalización como esa: en lugar de “nadie” habría un cierto porcentaje estadístico aproximativo. En esta imaginaria comprobación científica haría falta, eso sí, una operación de definición de su objeto: qué se entiende por “interés en la política”. Sería, por ejemplo, muy diferente definirlo como la atracción del sujeto por las noticias que hablan de partidos, bloques parlamentarios o ministros, que hacerlo como el grado en que el sujeto se involucra en la discusión de cómo orientar diferentes aspectos de la convivencia social. Temas como la seguridad ciudadana, la familia, la situación económica, los problemas de género, el fútbol también, los remedios de la abuela, o el costo del pan, entre otros que ocupan un lugar indudable en la vida de los ciudadanos, serían excluidos del contenido del interés político en la primera definición.
El funcionario que habló del bajo interés de las personas en la política es, claro está, ni más ni menos que un hombre que gana su sueldo organizando la propaganda política del presidente y su gobierno. Si no creemos que el hombre sea un ingenuo que conspira contra su propio empleo, hay que pensar que lo que quiso decir es una cosa distinta de lo que a primera vista se entiende. De lo que habló el hombre, lo que confesó, es un programa de acción psicológico-ideológico orientado a escindir lo más drásticamente que se pueda al mundo de las experiencias individuales y colectivas de todo orden explicativo y de toda actitud crítica. La operación disfrazada de descripción quiere convertir los “temas de la agenda” en retazos un poco caóticos imposibles de ser pensados en términos de una cierta concepción del bien común o del buen vivir. Cualquier sentido general sobre el mundo que vivimos cae bajo la etiqueta de ideología o de relato populista. Esa escisión entre mundo de la vida y política es el alma del neoliberalismo. Porque es lo que sustenta el encubrimiento sistemático y cada vez más violento y manipulador de las relaciones sociales de poder, bajo la forma de modos naturales, no históricos. La meritocracia, tan de moda en estos días, conforma un núcleo duro de la operación ideológica: el de los pobres que no trabajan, ni desarrollan su “capital humano”– y de una virtud original –la de los ricos que lo son porque han trabajado, estudiado, innovado y ahorrado–. Esa teología capitalista ha cobrado una intensidad y una violencia notable en su etapa neoliberal, esa es la explicación del ataque a la política que es, en última instancia, la única sede desde la que se puede confrontar con esa naturalización de la injusticia social. Ese no es un rasgo secundario del neoliberalismo sino su corazón.
La antipolítica procura generar entre quienes protestan la desconfianza en la capacidad de la política institucional para hacerse cargo de la agravada situación social. Y, por su parte, buena parte de la política partidaria procura separar la mirada de los alineamientos electorales de los conflictos sociales en desarrollo..

La fatiga, mediáticamente fogoneada, de una parte importante de la población por lo que se logró presentar como una hiperpolitización de la sociedad adjudicada a un modo de gobernar en los años anteriores. Con el atractivo slogan de la reconciliación y la pacificación de los ánimos se logró pavimentar el triunfo de una nueva fórmula publicitaria sustentada sobre vagas promesas de felicidad que tenían como requisito central la despolitización de la sociedad argentina. Una vez más: apena que las voces supuestamente progresistas que condenaban la intervención estatal de los gobiernos anteriores hagan silencio frente a que este proyecto de despolitización sea coordinado desde una agencia gubernamental. La política es la que soluciona los problemas de la gente, contiene nuestros representantes elegidos libremente y consideran nuestros problemas trasladándolos a los lugares de decisión. Los ámbitos políticos son los que se ocupan, gestionando en nuestro nombre, que quede claro. No tiene otra explicación, al menos quien quiera estar comprendido por el sistema. En algunos parece haber hecho mella y los tenemos cerca, aunque nos duelan las incapacidades que supimos conseguir.

(*) CONDUCE DORREGO DESPIERTA, DE LUNES A VIERNES, DE 7 A 9 POR LA DORREGO.

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