Violencia de género, el debate: dos caras, un mismo ataque

La autora marca las dos "hipocresías absolutas" expuestas por el caso Alberto Fernández, reivindica las luchas feministas y denuncia el "terraplanismo de género" del Gobierno.

0

Por Cecilia Moreau (Diputada nacional del Frente Renovador en Letra P)

Por un lado, la hipocresía más absoluta de quienes desde el poder carecieron de toda integridad ética para aplicar en su vida cotidiana los valores que promovían las instituciones que representaban. Por el otro, la hipocresía más absoluta de quienes, también desde el poder, aprovechan el sufrimiento de las víctimas para justificar decisiones que sólo crearán las condiciones sociales, políticas y económicas para la emergencia de nuevas víctimas de la violencia de género.

Ambas variantes encierran una misma verdad: el uso de la contradicción como estrategia, como método, como táctica de ataque para seguir conservando, por abajo o por arriba, los privilegios del statu quo patriarcal. En otras palabras, para seguir oprimiendo y vulnerando los derechos de millones de mujeres y disidencias sexuales, de todas aquellas y aquelles que hoy, una vez más, quedan en el medio y vuelven a ser blanco de este ataque cruzado.

No es fácil avanzar en una reflexión cuando aún se está en medio de la turbulencia, pero la reacción que le debe seguir a la inmediata solidaridad para con la denunciante no puede ser otra que la defensa y reafirmación de las banderas que algunos preferirían no ver.

¿Cuál es el norte después del shock, entonces? Plantarse y reafirmar a viva voz la perspectiva emancipatoria que empezaron a construir los feminismos populares y diversos; ese enorme movimiento transversal que, con el cuero ya curtido de tantas batallas, desde hace más de un siglo sigue organizando a millones, señalando y poniéndoles nombre a la violencia machista para revertirla y avanzar en un futuro más justo y equitativo.

Porque, si hoy reconocemos las formas en que se expresa esa violencia, sea física, política, reproductiva, económica, sexual, psicológica, simbólica o digital, entre otras, es gracias a la fuerza feminista que abrazó a las víctimas para que se animaran a hablar, denunciar y buscar ayuda. Si hoy nombramos al femicidio y al trans-femicidio y dejamos de normalizarlos como “crímenes pasionales”, es gracias al movimiento feminista. Y si entendemos que el machismo no se trata de una cuestión biológica, sino que es el síntoma de una estructura de dominación y que, como tal, la podemos y debemos transformar, es gracias al feminismo.

Un colectivo histórico, intergeneracional, interpartidario, que trasciende y excede a las personas, las dirigencias y los gobiernos de turno. Son las sufragistas de principios de siglo; son quienes lucharon por el divorcio vincular, por el matrimonio igualitario, por la Ley de identidad de Género, por la Educación Sexual Integral y el cupo travesti-trans; son las pibas de la marea verde que conquistaron el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos.

Son quienes lograron, con mucho esfuerzo, visibilizar las injusticias que vivían en la esfera privada para trasladarlas al centro de la agenda pública y política.

La múltiples caras de la violencia de género
Hoy la noticia es una denuncia por maltrato físico, una de las manifestaciones más terribles y visibles de la violencia que, en su extremo, le quita la vida a una mujer cada 29 horas en nuestro país. Pero, por debajo de la punta del iceberg, sabemos que el problema se extiende y se expresa en un sinnúmero de desigualdades y violencias: en la disparidad que existe en el nivel de ingresos, la segregación laboral, en la desigualdad en el acceso al trabajo formal y en el reparto de las tareas domésticas y de cuidados, entre tantas otras contra las que el feminismo viene luchando.

Está claro que, aunque el Gobierno haga alarde de su terraplanismo de género y finja ignorancia, la desigualdad de género existe. Es una realidad que atraviesa transversalmente a toda la sociedad.

La pobreza tiene cara de mujer y de niña, y la negación obstinada del Gobierno no sólo busca tapar el sol con una mano, sino cristalizar esa desigualdad como viene haciendo, sin tapujos, desde hace nueve meses.

Se están desmantelado cada una de las políticas que sirven para prevenir la violencia de género.

Despidieron a casi la mitad del personal que atiende la línea 144, encargada de brindar contención y asesoramiento a las víctimas.

Subejecutaron en un 82% el Programa Acompañar, que permitía a la mujer salir del círculo de violencia con ayuda económica y psicosocial: en el primer trimestre del año lo recibió sólo un 2% comparado al mismo período del año pasado.

Cerraron el Programa Registradas, con el que se intentaba formalizar a las trabajadoras de casas particulares, la segunda actividad económica de las mujeres y uno de los sectores con tasas más altas de informalidad y salarios más bajos.

Redujeron el presupuesto del Plan ENIA, enfocado en prevenir el embarazo adolescente no desead, y despidieron a sus trabajadores.

Discontinuaron la entrega de alimentos a comedores y merenderos populares, que son sostenidos en un 95% por mujeres trabajadoras.

Acusan de “estafa” a las moratorias previsionales, un instrumento que les permite acceder a la jubilación a las amas de casa que laburaron toda su vida en tareas domésticas y de cuidados no remuneradas, siendo el motor invisible de la economía.

El Gobierno recorta y ajusta para ahorrar dinero en las políticas que amplían derechos y generan condiciones de mayor igualdad social, mientras aumenta los fondos para Defensa, Seguridad e Inteligencia.

Nunca estuvo más clara la orientación y el objetivo. Poco y nada les importan las mujeres. Proponen un modelo que las expulsa todos los días, reforzando los cimientos de este sistema patriarcal.

Las iniciativas que hoy están siendo desguazadas no surgieron de la noche a la mañana, son resultado de la jerarquización de la cuestión de género; una decisión política impulsada por la lucha del colectivo feminista que logró permear y transformar las instituciones durante los últimos años.

No podemos permitir que se basuree lo logrado ni vamos a callar frente a la justificación de la destrucción y el retroceso en las posibles actitudes misóginas de quienes traicionaron todas y cada una de las banderas justas.

A los traidores los juzga la historia y a los farsantes que usan el dolor como pretexto para profundizar con sus políticas ese mismo dolor, también, más temprano que tarde, los expone la historia. Esa historia no la escriben ni los unos ni los otros, la escribe el pueblo en la calle. La escriben los feminismos que, pese a los embates reaccionarios, siguen resignificando el dolor en lucha colectiva, arrasadora e imparable, hasta darlo vuelta todo. (19-08-24).

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.