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Padre e hija, árbitro y jugadora de Selección: la pasión de los Sampietro

Juntamos a Fernando, juez consagrado, y Lucila, alera de la Selección U18, para que cuenten su historia y describan sus sensaciones como familia y amantes del básquet. El imperdible ritual que los une en la cancha.

POR JULIÁN MOZO / JEFE DE PRENSA DE LA CABB

Cada lunes, miércoles y viernes de octubre, Fernando Sampietro toma su auto y conduce desde su casa en Florida Oeste hasta el Cenard para llevar y traer a su hija, Lucila, para que pueda estar en los entrenamientos de la preselección U18 que se prepara para el Premundial de Colombia. “No es un esfuerzo de ningún tipo. Me gusta. Y es un orgullo enorme que ella esté viviendo nuevamente una experiencia tan especial, más después de lo que hemos pasado estos meses”, explica este árbitro consagrado que lleva 28 temporadas dirigiendo en la Liga Nacional y fue 22 años Juez FIBA -con cuatro participaciones en Mundiales y un Juego Olímpico, entre otros torneos-. Ella esboza una tímida sonrisa cuando, saliendo de la práctica que conduce Gregorio Martínez, se la invita a sumarse a una charla junto a papá para que, entre ambos, puedan describir las sensaciones que tienen al ser “hija de” o “padre de” y, a la vez, trasladar la pasión por el deporte y el básquet que sienten como así también el orgullo de representar a nuestro país a nivel internacional.

“Estar acá, en el Cenard y con ella, es un orgullo especial. Primero, como padre, lógicamente. Segundo, por saber de primera mano lo increíble que es tener la chance de representar al país. Y tercero por no ser en un deporte cualquiera sino en el que amo y le he dedicado toda mi vida”, reconoce Fernando, quien acaba de cumplir 53 años y ya lleva arbitradas 20 finales de nuestra Liga Nacional. “Para mí todo es un orgullo, estar nuevamente en la Selección y tener un padre como él (se ríe), que además de ser un árbitro consagrado, me entiende y me apoya siempre, aunque a veces nos no peleemos bastante (se ríe) y no le diga a él todo lo que lo admiro”, admite Lula, esta alera de 17 años y 1m77 que ya lleva tres años con esta camada que ahora ha sido la primera selección de básquet en volver a entrenarse oficialmente durante esta pandemia.

Su unión queda clara cuando ambos confiesan ante Prensa CABB el ritual que tienen en los partidos. Una intimidad que desarrollan en público. Algo que los conecta. Que deja tranquilo a papá y ayuda a los hijos en medio de los juegos. “Los partidos de Lula y Luca no los veo con el resto de los padres, sino desde un lugar alejado, a un costado, para no escuchar comentarios y, en lo posible, para que nadie me vea, sobre todo mis colegas”. Fer evita describirlo con detalles, sólo cuenta que es “un sonido, como un chiflido, algo casi imperceptible que sólo ellos conocen” para que se den cuenta que algo están haciendo mal y lo corrijan. Es su forma de avisarles. “Lo hago cuando veo esas falencias que yo siempre les digo que deben trabajar en base a mi experiencia. En el caso de Lula, puede ser un boxout, que baje el centro de gravedad para defender o si la noto enojada o frustrada… Ella sabe que tiene que buscar en su cabeza para saber qué debe ser lo que le aviso y cambiarlo. A mí no me gusta putear ni gritar, ni siquiera festejo los puntos. Esta es mi forma de ayudar. No me gusta agobiarla, con presiones u opiniones. Sólo busco estar presente”, admite mientras ella sonríe, tímida, sin decir mucho, aunque estando de acuerdo con este sistema que han desarrollado. “Siempre lo escucho, aunque a veces no parezca”, aporta.

Lula comenzó en el club Teléfonos, como su padre. “A mí me da vergüenza decir que soy un ex jugador (se ríe). Era un ala pivote rústico que llegó hasta juveniles. Dejé cuando se me superpuso con el arbitraje pero no me costó porque, cuando me colgué el silbato, fue amor a primera vista”, cuenta él. Para ella, en cambio, fue al revés. “Al principio el básquet no me gustaba. Mi papá nunca me obligó a jugar, sólo nos pidió que eligiéramos un deporte y yo comencé porque mi hermano ya estaba jugando, aunque sin ganar. De chica yo era aún más tímida, no me gustaba hablar y recuerdo que me regalaban chocolates para que yo quisiera jugar. Hoy en día es otra cosa. Me encanta, es mi vida. Por el juego, claro, pero también por las muchas otras cosas que me da el básquet: amistades, experiencias, oportunidades… Por ejemplo, todo esto que me pasa hoy nunca me lo imaginé, el básquet me abrió a otra vida”, explica ella.

Lula se define como una alera tiradora, con el lanzamiento como su principal virtud. “Yo no soy objetivo, pero le noto un gran potencial, muchas condiciones atléticas y basquetbolísticas. Debe fortalecer su cabeza, creer más en ella misma para poder lograr todo lo que se propone. Abrazar la resiliencia y siempre seguir intentando aunque no salgan las cosas. Esa ha sido mi filosofía de vida y mal no me ha ido”, comenta el papá. Durante estos meses de pandemia y cuarentena, ella asegura haber hecho un click. “Me puse el objetivo de irme a jugar afuera, puntualmente a Estados Unidos. Me entrené y mentalicé para encontrar una universidad para jugar y estudiar. Allá el ritmo de juego es distinto y podría cambiar el mío y progresar mucho. Y ni hablar en lo académico. Sería lo ideal. Yo soy muy familiera, me costará, pero tengo la decisión tomada y trabajo para eso. Estoy estudiando inglés y haciendo contactos”, comenta.

Estar en la Selección es, para ella, algo único. “Un orgullo total, como la primera vez. Yo crecí con la imagen de las Gigantes, queriendo ser como ellas y ahora, estar acá, otra vez, es muy especial. Lo disfruto mucho. Ojála que de nuevo pueda ganarme un lugar entre las 12. Al ser tantas, 30, es más difícil, hay mayor competencia. Pero es mi sueño, ir al Mundial, y voy a dejar todo para lograrlo. Sé que tengo las condiciones para lograrlo. Ya estuve en 2017, 2018 y 2019. Ojalá se repita”, explica Lucila, quien admite tener una mezcla de sensaciones en este retorno a la actividad. “Por un lado estoy ansiosa por ponerme rápido en ritmo luego del parate. Volver justo en la Selección te pone distinta. Es una felicidad pero a la vez te da nervios, por tener que estar a la altura. Pero será en los primeros entrenamientos hasta que me acostumbre”, agrega sobre esta gran noticia que han sido el regreso a los entrenamientos. La palabra “extraña” es tal vez la más usada estos días en el Cenard para describir la nueva normalidad. “Sí, es raro no poder estar más juntas, con este distanciamiento, con barbijos y cambiándonos en sillas separadas por varios metros, sin jugar picados ni poder entrenar con oposición por ahora. Pero es lo que nos toca y seguirá así por bastante tiempo, debemos acostumbrarnos”, suma.

No pasan muchos minutos hasta que el padre y su profesión vuelven a la charla. “Me ha pasado más de una vez de ir a un lugar y que me digan ‘ah vos sos la hija de Sampietro. Y detrás de eso podía venir ‘es un grande, gran árbitro’ o ‘es un ladrón que el otro día nos robó un partido’, pero a todos me fui acostumbrando y no me molesta”, explica ella. Lo que no le agrada, eso sí, es que digan que ella se gana las cosas por ser la hija de… “He escuchado mucho que han dicho que estoy acá por ser la hija de o por acomodo. Incluso dicen que me cobran a favor porque él es árbitro. Desde chica es así. Antes me molestaba, ahora ya no”, admite. Ahí es cuando Fer aporta su mirada. “Hoy me enojo más yo que ella porque, en realidad, muchas veces pasa al revés: mis colegas no le pitan para que no digan que le cobran por mí, para que no les griten. Y ella, que genera tanto, no recibe cobros a favor como debería”, es su versión.

-Que tu papá sea árbitro, ¿te trae alguna ventaja, Lula? Uno fantasea que debés saber más el reglamento que otras jugadoras.
-No tengo nada a favor (se ríe), porque no sé las reglas más que otros. No me gusta preguntar. A veces, cuando repaso una jugada del pasado, le pregunto si tengo dudas, pero nada más. Jamás me senté con él a hablar de las reglas.

Fernando menea la cabeza y se mete. “Es así. Yo le digo a ella, como a tantos jugadores y entrenadores profesionales, que si sabrían más las reglas, sacarían más ventajas pero no les interesa. Ni a ella, ni a ninguno. No sabés las discusiones que tengo con el hermano, que se pone a discutirme sobre reglamento”, dice como no pudieron creerlo. En casa de herrero…

Pero, para él, más allá de jugadores, son sus hijos. A quienes sólo les pide una cosa. La misma para la vida, el juego y para su relación con los colegas: respeto. “Lo único que no quiero es que sean irrespetuosos. Pueden protestarles a los árbitros, lo que quieran, pero sin faltar el respeto. Lula fue siempre muy tranquila con sus protestas y Luca, más insoportable, pero ahora está más calmado, luego de aconsejarlo de que ese no era el camino. Y cómo les digo eso, tampoco me gusta que los árbitros hagan diferencias con ellos porque estarían bastardeando mi profesión. Quiero que sean justos, como he tratado de ser yo. Es el mejor legado que puedo dejarles a mis hijos”, completa Fernando. Un legado de pasión y compromiso que ya hace sentirlo orgulloso.

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