El jefe del aeródromo de Tres Arroyos recordó a Pedro Hernandorena en una nota periodística
La sonrisa amable y desmesurada acompaña un físico largo y desgarbado. Agustín Rubiños transmite en cada gesto, en cada palabra, su esencia de “pibe de pueblo” agradecido con las oportunidades y con quienes lo han ayudado.
Con apenas 28 años, asume desde hace dos la responsabilidad de manejar el rumbo de la Aeroestación de Tres Arroyos. Ese predio prolijo y bien mantenido que todo el mundo conoce como Aeródromo municipal, y al que la mayoría asocia con la figura del recordado jefe del lugar durante tanto tiempo: Pedro Hernandorena.
Nativo de Copetonas, Agustín sabe bien que nadie le regaló nada, y conoce a la perfección todos los sacrificios que debió hacer para ganarse un lugar en la aviación local. Sin embargo, rememora cada uno de esos hitos casi a modo de anécdota, con natural humildad.
Sin temor al despiste, “El Periodista” realizó un vuelo rasante por la historia de vida de un joven piloto que va cumpliendo sueños y se esperanza con metas altas.
Pueblo chico, pasión grande
Rubiños comenta en el inicio de la entrevista que “aquí en la Aeroestación estoy hace casi dos años, luego de que se produjo el fallecimiento del jefe anterior Pedro Hernandorena. Nací en un pueblo chico como Copetonas, y ya desde los 9 años soñaba con ser piloto de avión. Leía revistas de todo tipo relacionadas con el tema y me atraía muchísimo el paso por el cielo de la localidad de los aviones bimotor, o bien cuando cruzaban los fumigadores. Lógicamente, para poder acceder a los primeros vuelos tuve primero que terminar la etapa de estudios secundarios”.
No obstante recuerda que a los quince dispuso la chance de realizar un recorrido de bautismo en un planeador, hecho que obró como detonante para sus siguientes pasos. “Esa experiencia me encantó y a partir de allí tuve la idea fija de lo que quería ser. En un primer momento mi objetivo fue ingresar a la Fuerza Aérea. Preparé el examen de ingreso con dos profesores de la secundaria que me ayudaron. Rendí en Mar del Plata, aprobé, pero luego por diferentes razones no pude concretar la carrera”.
Paralelamente, surgió la posibilidad de concretar el curso de piloto privado en el Aero Club de Tres Arroyos, de un año de duración, con el instructor Miguel García Larriestra. Sin embargo, el traslado implicaba de su parte sacrificio permanente de tiempo y economía. “Como no vivía por ese entonces en la ciudad, me venía en combi o algunas veces a dedo desde Copetonas. Pasaba todo el día con la gente de ahí, en varias ocasiones con un frío muy intenso. No era fácil reunir el dinero para viajar o costear las horas de vuelo. Por eso me dedicaba a cortar el césped en mi pueblo para hacerme de algunos pesos. Ya en contacto con la gente del Aero Club, me ocupaba de lavar los aviones de los pilotos. Recuerdo que el primero fue el de Miguel Aldaya. En otras ocasiones, limpiaba el hangar y me daban otro tanto. Esos eran los recursos que empleaba para juntar plata”, enumera.
Un amigo inolvidable
Ya en carrera hacia la ilusión de ser piloto, Agustín explica que “comencé a volar el 150, un avión chiquito que siempre estuvo acá, y mientras avanzaba en el aprendizaje me hice amigo de Pedro, que estaba a cargo de la Aeroestación. Cada vez que aterrizaba alguna unidad en la pista me acercaba para ayudarlo en lo que necesitara. De él aprendí muchísimas cosas, que me llevaron a estar hoy como encargado”.
“Finalmente -repasa- en el 2012 me recibí de piloto de vuelos privados, y mi próximo objetivo fue completar la exigencia requerida para acceder a la categoría habilitada para transportar pasajeros. Para conseguir el objetivo, empecé a promocionar los vuelos de bautismo vía Facebook, a través de varias páginas. Por ese canal, logré acumular una gran cantidad de horas, que en este ámbito permite obtener licencias nuevas y avanzar. En ese sentido, mi próxima meta es alcanzar la categoría de piloto comercial; tengo casi la totalidad del tiempo de vuelo necesario para poder rendir la prueba. Lo hubiera logrado este año, pero frente a la situación actual de la pandemia quedó todo parado, por lo que imagino que deberé tramitarlo en el 2021”.
La pasión por los aviones no lo apartó de su formación académica, que también cumplimentó en Tres Arroyos. “Me vine a vivir a la ciudad para cursar y concluir la Tecnicatura en Alimentos. Asistía a clases de tarde, pero mi jornada comenzaba a la mañana. Lavaba los aviones y después me dedicaba a los estudios. Actualmente paso todo el día aquí entre el Aeródromo (cumplo turno de 9 a 13) y el Aero Club (me quedo hasta las 20 aproximadamente), con almuerzo incluido en el predio”.
De aprendiz a jefe
La propuesta de hacerse cargo del cuidado, mantenimiento y manejo del Aeródromo le llegó a Agustín a través de la Municipalidad, tras la muerte de Hernandorena. La necesidad de cubrir la vacante le abrió las puertas, acompañado esto por el conocimiento que su antecesor le transmitió. “Estoy muy agradecido por la posibilidad que me dieron desde 2018, representa para mí un orgullo. Como ya dije, varios de los secretos de este trabajo me los había enseñado Pedro, los tenía presentes, solo me faltaba tramitar la designación en Buenos Aires. Salió el decreto de la ANAC (Administración Nacional de Aviación Civil) que me avalaba para desempeñar el puesto, y con ese paso cumplido pude hacerme cargo”, relata Rubiños.
La referencia a su antecesor asoma una y otra vez en la charla, inevitablemente. “Pedro me adoctrinó sobre varias cosas que se relacionan con el buen trato hacia la gente, mantener la serenidad o fomentar el diálogo. No todo tiene que ser estricto en torno al reglamento”.
Acerca de su actividad rutinaria en la pista local, detalla que “esencialmente se trata de atender los vuelos privados que provienen de Buenos Aires, que ahora están frenados por la situación de la cuarentena, además de los traslados sanitarios por ablación de órganos o de ayuda humanitaria. A modo de ejemplo de estos últimos, quizás muchos recuerden el incendio que acaeció en la costa tresarroyense, que motivó el transporte por aire de fuerzas de seguridad que colaboraron para combatir el fuego”.
Para quienes desconocen el dato, refiere que la de Tres Arroyos es una pista muy codiciada en la región, por sus características de balizamiento. “Además de la nuestra, se ubican la de Benito Juárez, Coronel Suárez y Tandil, y no más. Se trata de una traza de concreto de 1200 metros, de las pocas de ese tipo en la provincia de Buenos Aires. En tiempos en que se manejaba la alternativa de que viniera Avianca con sus vuelos se habló de la posibilidad de mejorarla, pero todos sabemos lo que pasó con el proyecto de esa aerolínea”, recuerda socarronamente.
Haciendo escuela
Agustín no guarda el conocimiento adquirido en materia de aviones solo para beneficio propio, sino que suele postear comentarios e imágenes en Instagram o Facebook en las que trata de promover la misma pasión o interés que se despertó en él de chico. “Algunos lo ven como algo raro o extraño, pero yo sostengo que decidirse a volar conlleva los mismos riesgos que otras actividades del hombre. Hay que tomar los recaudos, pero esto también sucede si andás en auto, moto o en bicicleta. No es imposible, si uno se lo propone como meta”.
A tono con la propuesta, menciona entusiasmado que “más de uno se está enganchando; en otros tiempos muchos pensaban que se encontraba fuera de su alcance (ya sea por cuestiones de capacidad o de índole económica) pero la realidad indica que ninguna de las dos es un impedimento. La prueba de esto que digo soy yo, que no tenía nada y llegué a este sueño. Es más, a todos los que se acercan al Aero Club con deseos de volar se les trata de dar una mano”.
Resume que “se puede pilotear una aerolínea, un fumigador, un avión privado, existen montones de variantes dentro de la rama civil. No hay edad límites para afrontarlo, solo se requiere superar el examen psicofísico. Ahora no es posible efectuar el curso por la pandemia, pero ni bien se habilite contamos con todos los medios en el Aero Club (instructor de vuelo incluido) como para hacerlo”.
Funcionamiento en cuarentena
En estos locos tiempos de COVID-19, asume que la actividad aérea local está bastante quieta: “hubo muchos días en los que no estuvo permitido que se acercara nadie a la Aeroestación, solo yo podía circular hasta aquí con una habilitación que recibí de parte de la ANAC”. Y en ese sentido recuerda graciosamente que “no tenía quien me trajera, no poseo automóvil y además no cuento con registro de conducir; por eso me desplazaba en bicicleta desde calle French hasta la pista. Me quedaba solo toda la jornada, recorría la pista, cuidaba y mantenía las instalaciones”.
Luego se permitieron algunos vuelos especiales, que estaban incluidos en las actividades esenciales del DNU presidencial, y el panorama mejoró un poco. El entrevistado señala que “a comienzos de la pandemia no se hablaba ni siquiera de protocolos aéreos. Luego me puse en contacto con el secretario de Salud Gabriel Guerra, que me orientó acerca de las pautas a seguir. Conforme avanzó la cuarentena, se armó uno de carácter general para la Aeroestación y el Aero Club, que se rige bajo parámetros conocidos: distanciamiento social, uso obligatorio de barbijos, higiene personal, de las instalaciones y de las aeronaves, con empleo de alcohol en gel y lavandina para desinfectar”.