Homo Argentum / Escribe Fabián Barda

Coincidente con el significativo 17 de agosto, fecha que recuerda el paso a la inmortalidad del General José de San Martín —Homo Argentum al que la mayoría deberíamos aspirar a parecernos, a no ser que, como en nuestro caso, el podio lo comparta con Manuel Belgrano—, el país todavía se debate sobre la última película del binomio Mariano Cohn y Gastón Duprat, con la actuación de Guillermo Francella.
El tema de la película, la esencia del humano argentino, no solo es de vieja data, sino también remanido —término que, aunque no figura en el diccionario de la Real Academia Española, es bien “argento”—.
Hay al menos varias cuestiones para analizar:
Si el film aborda efectivamente la existencia de una identidad argentina que nos define de determinada manera.
Cómo el contexto político nacional influyó en la amplificación del debate.
Cómo esa discusión visibilizó las cuestiones del financiamiento del cine, y cómo, mediante el entusiasmo “mileísta”, terminó constituyéndose en una fake news la celebración de que el rodaje no había recibido aportes estatales.
Cómo desde la más alta magistratura de la República se incorporó la película al relato oficial, al punto de convocar al gabinete nacional un viernes por la mañana para verla, debatirla y bajar línea.
Por último, y no menos importante, cómo el protagonista, Francella, se convirtió en un vocero político de defensa del mensaje principal de la obra, más que en defensor de la obra artística en sí.
Homo Argentum es un éxito comercial. Hasta el momento, la película más vista de la historia del cine argentino con una temática similar —e incluso con polémicas por la relación entre calidad artística y masividad— es Relatos Salvajes (2014), de Damián Szifron. Le sigue el clásico de Leonardo Favio Nazareno Cruz y el Lobo, con 3.400.000 espectadores. El podio lo completa El Clan (2015), de Pablo Trapero, también protagonizada por Francella, con 2.651.000 espectadores. En cuarto lugar está Camila, de María Luisa Bemberg —una obra significativa del regreso de la democracia y nominada al Oscar—, seguida por La Historia Oficial, ganadora del primer Oscar para la Argentina.
Homo Argentum se estrenó el jueves 14 de agosto, y en apenas cinco días fue vista por 527.879 personas. Hay poca memoria de un arranque tan fuerte en términos de convocatoria. Es cierto que no solo se trata de éxito comercial; también contribuye al debate político. Aun antes de su estreno, la polémica ya estaba instalada, al punto de que algunos comunicadores y/o periodistas (como usted quiera llamarlos), junto con comunicadores políticos (algunos de los cuales se autoperciben como periodistas), opinaron sin haberla visto.
Es muy difícil encontrar un análisis favorable sobre la película en sí. Todo el debate ha girado en torno al vaciamiento de la industria del cine nacional y al mensaje político.
Cuando al inicio decimos que la cuestión de la búsqueda de la esencia del argentino es un tema remanido, lo hacemos anclándonos en el devenir histórico de la Nación. Una oleada de formación de Estados nacionales se generó en Europa Central a mediados del siglo XIX. La América hispana no estuvo ausente en ese proceso: ya habían pasado más de dos décadas desde el fin de la Guerra de la Independencia, y comenzó el proceso de organización de estos Estados, con constituciones que consagraban sistemas republicanos y un fuerte presidencialismo.
Esas nuevas naciones, con fronteras a veces arbitrarias, necesitaron historia e identidad. Argentina no fue la excepción. Fue durante el proceso de organización del Estado nacional cuando la fuerte incidencia de la inmigración puso en alerta a las clases dirigentes. Así, la Generación del ’80 impulsó una serie de leyes —de las cuales se destaca la Ley 1.420 de educación común y obligatoria— que promovieron el primer proceso de argentinización de la cultura.
Ese derrotero tuvo un freno con el triunfo del primer radicalismo. Los años 20 del siglo pasado trajeron una mayor visibilización de un nacionalismo con tintes cada vez más autoritarios. En la década de 1930 —con el fascismo, el nazismo y el franquismo avanzando en Europa—, en Argentina comenzaron a replicarse modelos corporativos y procesos regeneracionistas, bajo la autodenominada “Restauración Conservadora”.
Unos años antes, las conferencias del poeta Leopoldo Lugones, recopiladas en El Payador, pusieron sobre la mesa el rol del gaucho en la cultura nacional, reivindicando el Martín Fierro. Ese proceso culminó con la consagración del 10 de noviembre como el Día de la Tradición.
El intento de argentinización cultural en la tercera década del siglo XX tuvo un carácter más nacionalista-autoritario que aquel “nacionalismo cosmopolita” de fines del siglo XIX, que a través de la escuela y con los hijos de inmigrantes como vehículo, tiñó de celeste y blanco a todos los hogares.
En definitiva, se trataba de instalar cuál era el “ser nacional”.
A pesar de su carácter disruptivo en lo económico y social, el primer peronismo —en sus años de gobierno durante las décadas de 1940 y 1950— no alteró de raíz esa matriz de cultura escolar. De hecho, cuando se habla del revisionismo histórico, suele señalarse con razón que Perón, al nacionalizar los ferrocarriles, homenajeó a próceres del panteón liberal como Roca, Sarmiento y Mitre.
Ya hacia fines de los 50 y durante los movidos años 60, a medida que la zona delimitada por la Avenida General Paz comenzó a distanciarse en usos y costumbres del “interior profundo”, se empezó a hibridar el porteñismo con la viveza criolla. De ahí surgió un Homo Argentum cuyas características principales eran ser “vivo” para los negocios, “ganador” con las mujeres, altanero y canchero, más cercano a un fiolo que al criollo del país profundo.
Durante la dictadura (1976-1983), el emblema editorial del régimen fue Atlántida, que publicaba revistas como Gente, Somos y El Gráfico. La revista Gente tenía una sección titulada “De cómo somos los argentinos”, donde se pretendía establecer —con pretensión pedagógica— qué era lo bueno y lo malo del ser nacional. Había una columna del “haber” y otra del “debe”. Entre otras obscenidades periodísticas, se ponían en boca de Oscar Alberto “El Negro” Ortiz —extraordinario puntero izquierdo y campeón del mundo en 1978— reflexiones “cuasi valdanescas o menotistas” sobre la historia de la patria. Ortiz, sin embargo, era conocido por hablar poco y jugar mucho.
Con el retorno de la democracia se difundió ampliamente en el ámbito académico el libro Un país al margen de la ley, de Carlos Nino, asesor de Raúl Alfonsín y considerado el padre de los juicios a las Juntas y de la reforma constitucional de 1994. El libro plantea que los argentinos tienden a desconocer o rechazar las normas, generando un fenómeno de anomia con altos costos para la democracia y el desarrollo. Propone que la solución no es solo el cumplimiento social de las normas, sino también una discusión pública sobre ellas, para que sean racionales, aceptadas y cumplidas.
A pesar de ser un texto clave, no deja de tener un tufillo moralista sobre el “gen argentino”.
Más tarde, Jorge Lanata, ya cooptado por el grupo Clarín —al que antes había denunciado—, realizó el programa ADN en Canal 13, donde exploraba la identidad argentina y sus supuestos defectos. El programa intentaba explicar la decadencia nacional desde una mirada crítica, defendiendo y atacando figuras emblemáticas de la historia. También publicó un libro con ese enfoque, aunque sin salir de los cánones repetidos que equiparan al argentino con la deformación arquetípica del porteño, una generalización que no representa a la totalidad de la población.
Ni hablar del macrismo, que instaló la idea de un argentino emprendedor superior a quienes, por circunstancias históricas, recibieron asistencia para salir de la ignorancia y la pobreza. Ese enfoque trasladó el emprendedurismo a todas las categorías de análisis, generando dos “ADN” argentinos, y profundizando así la verdadera grieta.
En tiempos más recientes, la oleada de ultraderechismo en el mundo —con rasgos como el rechazo a la democracia liberal, el ultranacionalismo, el racismo, la xenofobia y un fuerte conservadurismo social y cultural— se ha hecho presente también en Argentina. Lo disruptivo aquí no son tanto las ideas, que son viejas, sino las formas: violentas, canceladoras, algorítmicas y descalificadoras desde los más altos niveles del poder.
En ese contexto, un viernes de agosto, el presidente de la El presidente de la Nación, sus ministros, sus influencers y la Jefa Karina se tomaron cuatro horas para instalar, dentro de su relato político, una película que no es ingenua ni inocente respecto de la disputa que ha generado.
¿Cómo somos los argentinos? Como es cada uno de nosotros. Eso deberían saberlo quienes levantan la bandera del liberalismo.
Hasta el momento, nunca se ha tenido en cuenta la maravillosa geografía de la patria, sus procesos de poblamiento, sus raíces. En definitiva, que la pertenencia a una misma nación es una decisión política de argentinos con diferentes tonadas, costumbres, bailes, especies musicales de raíz folklórica y variados rituales populares.
BONUS TRACK: Antes de opinar, vaya a ver Homus Argentum. (21-08-25).