Política

El voto a Massa, ultimátum para Macri

La victoria del ministro hizo estallar a Juntos y precipita el reseteo del sistema político. El kirchnerismo, ante un resultado ambiguo. Wall Street y un optimismo a 18 meses.

NOTA ESCRITA POR DIEGO GENOUD EN LA POLÍTICA ONLINE

Sergio Massa tuvo la mejor semana de los últimos 10 años. Las más de 9 millones y medio de personas que fueron a votarlo dieron vuelta la elección y lo reconciliaron con la victoria después de una larga temporada de invierno. Dispuesto a pelear siempre hasta el final, Massa se impuso contra los pronósticos, contra la decepción generalizada con el gobierno del que forma parte activa y contra su propia gestión como ministro de Economía.

Sobre las cenizas de Alberto Fernández y con el aval discreto pero decisivo de Cristina Fernández de Kirchner, Massa supo ordenar en tiempo récord a un peronismo en crisis que se abrazó a su liderazgo como última tabla de salvación. Así, se convirtió en el candidato más confiable en un escenario de inestabilidad donde Patricia Bullrich se derrumbó a cielo abierto y Javier Milei se consolidó como una amenaza múltiple para una mayoría social que se unió en su contra.

Con la recuperación de ocho provincias que se habían perdido en las PASO, más de 4 millones 200 mil votos en la provincia de de Buenos Aires, triunfos en 6 de las 7 secciones electorales del territorio que gobierna Axel Kicillof y municipios del conurbano donde el peronismo volvió a superar el 50% después de cuatro años de gobierno, Massa quedó a las puertas de la Casa Rosada.

Aunque el escenario sigue abierto y nada puede darse por seguro, la fractura expuesta que se puso de manifiesto en Juntos tras la derrota de 2019 escaló en una coalición que no logró sintetizar una autocrítica de su paso por el gobierno y pretendió disimular sus diferencias en base al fracaso del Frente de Todos.

Basada en datos ciertos que mostraban su declive, la premonición de que el peronismo se iba a encontrar finalmente con su propio 2001 acaba de ser desmentida una vez más. Al contrario, después de un experimento disfuncional de cuatro años que nadie reivindica, fue el peronismo el que volvió a rescatar a un sistema político en ruinas y profundizó la crisis en el bloque de fuerzas antiperonista.

La premonición de que el peronismo se iba a encontrar finalmente con su propio 2001 acaba de ser desmentida una vez más. Al contrario, el resultado profundizó la crisis en el bloque de fuerzas antiperonista.

Enemigo declarado de un Massa al que ensayó como jefe del peronismo antikirchnerista, Mauricio Macri no aguantó más y decidió ponerse al frente de la campaña de Milei hacia el 19 de noviembre. Además del rechazo visceral a Massa, un dato no dejaba dormir al ingeniero: la idea de que, en el fondo y por sus comportamientos, Milei no quiere ser presidente.

Sin haber digerido nunca que algunos de los que ganaron protagonismo desde el PRO se animaran a cuestionar su conducción, Macri apostó por Bullrich ante Horacio Rodriguez Larreta pero sintió desde el primer momento que la mejor reivindicación de su ideario la hacía Milei.

El ex presidente repite que solo dos veces se vio en forma personal con el candidato de La Libertad Avanza y que las dos veces fue Bullrich la que se lo acercó. Pero hablaron en demasiadas oportunidades durante la campaña y las coincidencias entre ellos son elocuentes. Con su reivindicación del menemismo, su aval a la dictadura militar y su rechazo de los partidos políticos tradicionales, Milei es un Macri desinhibido por completo. Por eso, el creador del PRO le repitió una frase en las últimas horas a quien considera su mejor discípulo: «Vos tenés que ser presidente».

El apoyo explícito al candidato que en Washington denominan «Little Trump» no es más que la exhibición pública de las convicciones de un Macri que hace rato quería hacer estallar el PRO y liberarse de toda una dirigencia a la que considera perdida.

Macri advierte que tiene demasiados adversarios dentro de su partido, como infiltrados de ese populismo que no lo deja vivir en paz. El contraste es explícito. Mientras gran parte de la dirigencia que lo acompañó en su aventura de gobierno comenzó en 2019 a tramitarle la jubilación, Miei todavía trata a Macri de «presidente».

El espectáculo de acusaciones cruzadas entre Milei y Bullrich, sobre todo los ataques del economista de ultraderecha a la ex ministra, fueron parte de una campaña exótica porque la afinidad entre ellos es indudable. Así como Larreta pretendió llevar hacia el centro a Juntos con la jugada desesperada de sumar a Juan Schiaretti a último momento, Bullrich tensó la coalición antikirchnerista de mil maneras para hacer entrar a Milei y hasta pensó en irse con él.

Además del rechazo visceral a Massa, había un dato que no dejaba dormir a Macri: la idea de que, en el fondo y por sus comportamientos, Milei no quiere ser presidente.

Sin embargo, el acuerdo repentino puede traer costos, en especial a Milei que se hizo grande con el repudio a la casta y ahora se abraza en público a quienes fueron sus rivales durante los últimos cuatro meses. Habrá que ver qué pesa más, si la decepción de los que ahora ven a Milei como un farsante y lo abandonan o la potencia reactiva de las fuerzas del antiperonismo que se unen en contra del proyecto que ahora lidera Massa. Si el domingo pasado, millones de personas fueron a votar después de horrorizarse con Milei como ganador en las primarias, la apuesta inversa es la de Macri: que en el balotage la reacción en las urnas la protagonicen los que aborrecen al peronismo.

En el macrismo libertario, esperan que Bullrich le traslade a Milei 15 de los casi 24 puntos que obtuvo el domingo 22. Sostienen que parte del voto blando que acompañó a Larreta en las PASO ya había partido hacia otras opciones como la de Schiaretti o el propio Massa.

El martes pasado, Macri convocó a Diego Santilli y Cristian Ritondo a su casa de Acassuso para mostrarle a Milei y a su hermana Karina que tenía al PRO de su lado. Santilli y Ritondo, que llegaron para los postres con Guillermo Francos, se excusan en que solo Macri sabía quiénes estaban en la reunión. Lo mismo afirma Luis Petri, el fallido compañero de fórmula de Bullrich. Con la asistencia de un Santilli al que nunca toleró, Macri dañó a Larreta y escenificó el apoyo más amplio que pudo.

El ex presidente quiso sellar con Milei, más que un acuerdo electoral, una coalición de gobierno, justo lo que se negó a hacer con la UCR y la Coalición Cívica entre 2015 y 2019. Pero en el entorno del libertario que se delató esta semana descontrolado como nunca, dicen que el apoyo de Macri y Bullrich no tiene condicionamientos de ningún tipo ni está atado a ningún acuerdo de gobernabilidad.

Aún en su ocaso y después de haber fracasado en forma alevosa en la Casa Rosada, Macri entiende la agonía de la vieja oposición, vislumbra con temor una revancha de Massa a través de Comodoro Py y oficia de conductor de Milei. Los que se alejan de él lo ven dominado por las peores emociones, el ego herido y el miedo personal por su situación judicial.

Con su decisión de secundar a un Macri que la destrató durante toda la campaña, Bullrich defrauda a los que la animaban desde Juntos a una emancipación inviable. Para justificar su aval al mismo Milei que la despedazó en campaña, la ex ministra explicó ante sus aliados el temor que le inspira el ministro-candidato. «Massa es peligroso. Va hacer lo mismo que Kirchner en 2003 pero con mucha mayor inteligencia», les dijo. Lo mismo piensan economistas como Juan José Llach. Coherente, el ex secretario de Programación Económica de Domingo Cavallo y ex ministro de Educación de Fernando De la Rúa acaba de manifestarse a favor del candidato de ultraderecha. Algo similar le pasa a otro ex cavallista, Horacio Liendo.

Ernesto Sanz y la liga de radicales que rechazan la unidad con Massa advierten que la situación es muy distinta a la que inquieta a Bullrich. En 2003, Néstor Kirchner asumió sobre el derrumbe del sistema político, con la crisis terminal del radicalismo y la economía creciendo después de una devaluación. Ahora, el horizonte de corto plazo combina el anuncio de un ajuste de shock con devaluación sobre los ingresos derruidos, una inflación en torno al 140%, el problema de las Leliq y la deuda demencial que Macri dejó y Massa incrementó con China y otros organismos internacionales. Además, la oposición de Juntos tiene 10 gobernadores, 530 intendentes, 93 diputados y 24 senadores. Pero el temor de Macri y Bullrich es que esa fuerza se desintegre en un abrir y cerrar de ojos, apenas Massa empiece a incidir con fuerza para sumarlos a su proyecto. Vislumbran que la neutralidad busca ocultar el perfil de una oposición testimonial dispuesta a votar las leyes del gobierno peronista en función de un modelo de país que comparten con el ganador de la primera vuelta.

Es probable que Carlos Melconian no lo diga ahora pero su historia en común con Massa lo lleva a preferirlo antes que a Milei. Algo similar les pasa a los que ya se asumen en privado como «los massistas del PRO». «Sergio cumplió con su promesa de hace 10 años. Dijo que iba a destruir al kirchnerismo, pero no dijo cómo. Era desde adentro», afirman con ironía entre las filas bonaerenses del PRO. Entre ellos militan los que dicen que, además de sus graves limitaciones como candidata, Bullrich hizo todo mal y no sumó a nadie después del 13A. Su campaña la dirigieron un grupo de obsecuentes sin experiencia ni roce político.

Hoy un sondeo entre las segundas líneas del partido que fundó Macri da como resultado que son muchos los que tienen jefes que se dividen en partes iguales entre Milei y Massa. En caso de que Massa finalmente sea el nuevo presidente, todo depende del rumbo que elija para su propio gobierno. «La graduación Kirchner/Menem de Sergio va a definir. Cuánto más cerca del segundo, más apoyo nuestro va a tener», dice un sobreviviente del PRO. Son los que apuestan a que Massa sea el vehículo de lo que Emilio Monzó y Rogelio Frigerio pregonaron sin éxito desde el corazón del PRO.

Habrá que ver qué pesa más, si la decepción de los que ahora ven a Milei como un farsante y lo abandonan o la potencia reactiva de las fuerzas del antiperonismo que se unen en contra del proyecto que ahora lidera Massa.

Entre Tigre y el quinto piso del Palacio de Hacienda, se construyen escenarios similares a los que asaltan como pesadilla al tandem Macri-Bullrich y ya hablan de una larga etapa de gobierno para un Massa que tiene en Malena Galmarini la alternancia que necesita para 20 años de gobierno. En la Argentina del día a día, no hay forma de gobernar la crisis múltiple pero siempre sobran planes para mañana.

En un mundo de alineamientos circunstanciales, posiciones extremas impostadas por la polarización y con una dirigencia entregada al corto plazo, nada de lo que fue puede darse por sentado. La mayoría social que apostó por el peronismo de Massa forzó un reacomodamiento vertiginoso. El reseteo del sistema político ya comenzó y toda una generación de dirigentes que se abrazaron a Macri como antídoto contra Cristina ahora queda más cerca de Massa. El ex presidente apuesta a Milei y se dice confiado en que los que ahora migran hacia el peronismo no tienen destino. «Ya van a venir», afirma.

El gobierno de unidad nacional que promociona Massa nace con una división, la que provoca en el bloque de fuerzas antikirchneristas que se mantuvo unido durante los últimos 15 años. Al ministro-candidato le alcanza con que la dirigencia de Juntos se declare neutral como lo hacen con distintos razonamientos y lógicas desde Elisa Carrió hasta Gerardo Morales, Martin Lousteau y Emiliano Yacobitti. No hace falta más. Milei exige mucho más, apoyo manifiesto en medio de sus desvaríos y contradicciones.

Hacia adelante, al lado de Massa ya especulan con la posibilidad de que un antiguo aliado suyo que apoyó a Larreta, Miguel Angel Pichetto, acepte la presidencia de la Cámara de Diputados.

El reciclaje es general. En las últimas semanas, dos importante consultores del establishment que trabajaron años por la quimera de Larreta presidente se pusieron a disposición de Massa con un repentino sentir patriótico. Mientras tanto, en las alturas del Grupo Clarín, Jorge Rendo no logra disciplinar todavía a parte de la comandancia editorial que rechaza a Massa.

Con la mayoría de la dirigencia política que compite por ofrecer garantías al mercado, la disyuntiva es la que enfrenta la fusión de la derecha dura y la ultraderecha con el peronismo massista.

Relegada a un segundo plano, Cristina Fernández de Kirchner enfrentó en los últimos días una sensación ambigua. El alivio por un escenario más favorable del que casi todos esperaban y la tranquilidad de preservar la provincia de Buenos Aires junto con el mismo estupor que envolvió a tantos. Puertas adentro, la vicepresidenta repitió durante toda la campaña que era imposible ganar una elección presidencial con la inflación descontrolada, el salario real deteriorado y el aumento en las cifras de pobreza y desigualdad que se profundizó durante la gestión Massa.

También en La Cámpora se experimentan distintas reacciones. Máximo Kirchner podría sentirse orgulloso porque el mayor aliado que tuvo en los últimos cuatro años está a un paso de ocupar el cargo que tuvieron sus padres. La organización del hijo de la vicepresidenta ganó 10 municipios en la provincia y dirigentes afines a él ganaron en localidades como Olavarría y Bahía Blanca.

Tal como se anticipó en esta columna, en diciembre pasado -cuando el escenario económico parecía más propicio-, los miembros de la comandancia de La Cámpora que se fascinan con los modos de ejercer el poder de Massa anunciaban que iba a ser presidente. Entre ellos están los que se quejan de que ninguno de sus dirigentes tienen la ambición del ministro para liderar a lo grande. Máximo es el ejemplo mayor. El líder de La Cámpora, que insistió para que Kicillof fuera candidato a presidente y despejara la provincia, atraviesa un momento complicado en lo político. Con su organización dividida, con Martin Insaurralde incendiado y con Kicillof como indiscutible ganador.

El reelecto gobernador se perfila como el único cristinista con chances conducir al oficialismo cuando Massa complete su ensayo de gobierno, en un periodo al que todos en el kirchnerismo le asignan un mínimo de ocho años.

En los días previos a la elección, el gobernador se diferenciaba en privado del optimismo que transmitía Massa. Esperaba que el peronismo saliera segundo y cerca, pero no primero y lejos. Con el beneficio de una oposición partida al medio y con un crecimiento sorprendente para casi todos, Kicillof obtuvo el 44% de los votos y dice que la provincia fue la locomotora del que llevo a Massa al balotaje.

De cara a un nuevo ciclo de negocios basado en los commodities, el resultado argentino trascendió las fronteras. En Wall Street, los que habían descartado a Bullrich y empezaban a ver a Milei como el mejor escenario ahora rescatan el lado positivo de Massa. Un financista que vive hace muchos años en Manhattan sostiene que el horizonte es de optimismo. De acuerdo a su perspectiva, en 18 meses, gane quien gane, la Argentina tendrá la oportunidad de bajar el riesgo país y ordenarse en base al ajuste. Sin sequía, con la exportación del gas de Vaca Muerta y el litio, el próximo presidente tendrá un escenario favorable a nivel global. Entre los fondos de inversión que vuelven a mirar al sur solo hacen una salvedad: el 2024, piensan, puede ser el peor año en muchísimo tiempo. (03-11-23).

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