Recordarán en la plaza un nuevo aniversario del fusilamiento de Dorrego
Hoy jueves, a las 10 en la plaza central se realizará el acto protocolar por el 190º aniversario del fusilamiento del Coronel Manuel Dorrego.
Romance a la muerte de Manuel Dorrego, por Felipe Pigna
Los integrantes del grupo rivadaviano, primeros endeudadores del país, tras dejar a un Estado nacional en ruinas con una situación internacional gravísima y una guerra ganada en los campos de batalla pero perdida en los papeles, se retiraron del gobierno, pero no del poder. Le dejaron a Manuel Dorrego una maldita herencia con mínimos márgenes para innovar o cambiar el rumbo de la economía y la política.
Al asumir su cargo de gobernador de Buenos Aires en agosto de 1827, el coronel Manuel Dorrego decía premonitoriamente: “Si algo tiene de lisonjero el destino que voy a ocupar es que viene envuelto con la feliz reorganización de nuestra provincia […]. La confianza con que se me ha honrado es de tan gran peso, que no me descargaré de ello sino consagrando mis escasas luces y aun mi propia existencia a la conservación y fomento de nuestras instituciones y al respeto y seguridad de las libertades. Para arribar a tan altos fines, mis medios serán: religiosa obediencia a las leyes, energía y actividad para cumplirlas, y deferencia racional a los consejos de los buenos. Para separarme del puesto que me habéis encargado, no será suficiente una resolución vuestra, sino que idólatra de la opinión pública, dado el caso que no fuera bastante feliz para obtenerla, no aumentaré mi desgracia empleando la fuerza para repelerla, ni la tenacidad o la intriga para adormecerla. Resignaré gustoso el mando, desde que el verdadero concepto público no secunde mis procedimientos […] La época es terrible: la senda está sembrada de espinas” 1.
Dorrego, enfrentando poderosos intereses tratará de torcer lo que muchos imaginaban como un destino manifiesto del fracaso nacional. Suspenderá el pago de la deuda, aplicará medidas de gobierno en defensa de los sectores populares e intentará una política de acercamiento con los gobernadores de provincia buscando evitar el naufragio y la disolución de la nación.
Una de sus primeras medidas la dictó a favor de los que siempre fueron objeto de su preocupación: se interesó por la suerte de los gauchos y peones de estancias, que padecían los efectos de la leva, sistema usado para el reclutamiento de las tropas de línea y milicias de fronteras. Dorrego, que venía oponiéndose sin éxito a la leva forzosa desde sus años de representante, decidió abolirla.
El principal objetivo de la política financiera de Dorrego fue terminar con la especulación que tenía como sede al Banco Nacional creado por los rivadavianos. Resultaba imposible seguir endeudando al país. Había llegado la hora de tomar medidas drásticas: se decidió entonces prohibir la exportación de metálico y negociar un empréstito interno de 500.000 pesos con un interés del 6%. Para pagar los intereses del empréstito con Baring Brothers, se planeó vender tierras públicas y se intentó la venta de dos fragatas mandadas a construir en Inglaterra. En septiembre de 1827 el gobernador presentó un proyecto a la Legislatura: el Estado provincial garantizaría los billetes ya emitidos, pero no se podrían emitir más.
No fue difícil para Dorrego, que se hizo cargo de las relaciones exteriores, entrar en acuerdo con los demás gobernadores. Él mismo era la figura más representativa del partido federal en Buenos Aires.
Dorrego trató de afirmar el apoyo inicial de los ganaderos –cuyos representantes eran mayoritarios en la Legislatura– y decretó la libre exportación de carnes. Con el apoyo de Rosas, quien logró un acuerdo de paz con los habitantes originarios y trató de extender la frontera sur.
En favor de las clases populares, fijó precios máximos sobre el pan y la carne para bajar la presión del costo de la vida y prohibió el monopolio de los productos de primera necesidad. Tuvo éxito y en febrero y marzo de 1828 el peso recuperó casi todo el valor que había perdido.
Mientras tanto, la prensa unitaria descargaba su odio contra Dorrego y el gobernador en su mensaje a la Legislatura, en septiembre, denunciaba que los accionistas de la compañía de minas, fundada en Londres por Rivadavia, habían pedido indemnización al gobierno por la suma de 52.520 libras esterlinas “inútilmente gastadas puesto que las minas no existían”. “La conducta escandalosa –dijo Dorrego– de un hombre público del país que prepara esta especulación, se enrola en ella y es tildado de dividir su precio, nos causa un amargo pesar.” 2 También denunció el hecho gravísimo de que el ejército de la Banda Oriental, victorioso en Ituzaingó, pasaba penurias y que los soldados no habían recibido “ropa ni paga durante los últimos siete meses”.3
El ministro inglés en Buenos Aires, habitualmente bien informado, le escribía a su jefe: “Pienso que Dorrego será desposeído de su fuerza y cargo muy pronto: sus amigos particulares comienzan a abandonarlo. El partido opositor a él parece sólo esperar noticias de Córdoba para actuar contra él”.4 (…)
A mediados de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la prolongación de la guerra, retiró a Dorrego el apoyo político y económico. Le negó, a través de la Legislatura, los recursos para continuar la guerra, llevándolo así a transigir e iniciar conversaciones de paz con el Imperio.
Dorrego tuvo que firmar la paz con el Brasil, aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la República Oriental del Uruguay en agosto de 1828.
La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas, fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra el gobernador.
Dice muy bien Vicente Fidel López –no precisamente un admirador de Dorrego- que “el período gubernativo del coronel Dorrego comenzó y se prolongó ante una perenne conspiración. A pesar de ello, no hubo deportados, expatriados, ni encarcelados: a nadie se persiguió, ni hubo más represiones –y eso muy contadas- que algunos días de arresto por desacatos notorios o por riñas personales”5.
Por su parte, Guillermo Furlong sostiene que “Julián Segundo de Agüero, el íntimo y el más grande admirador y colaborador de Rivadavia y su ex ministro predilecto, reunió en una casa de la calle Parque, hoy Lavalle, el día 30 de noviembre de 1828, a los que, al siguiente día, habrían de sublevarse contra el gobernador legal de Buenos Aires, y, a los pocos días, habrían de decretar su muerte. Ésta habría de ser ejecutada por el general Juan Lavalle, quien, habiéndose sublevado contra Dorrego, fue consagrado gobernador, en una pantomima de elección democrática, por obra del íntimo amigo de Rivadavia, Julián Segundo de Agüero”. 6
Al amanecer del 1° de diciembre, las tropas de Lavalle, que estaban acantonadas desde la noche anterior en la Recoleta, fueron ingresando al centro de la ciudad por Florida, San Martín y Reconquista, hasta ocupar la Plaza de la Victoria.
Dorrego pronto comprendió que sus pocos efectivos no le respondían y decidió marchar en busca de auxilios. Conocía el salvajismo de sus enemigos y que la lucha sería a muerte.
Algunos de los golpistas se sintieron en la obligación de darle cierta legitimidad a su acción y frente a la capilla de San Roque armaron una farsa, a la que llamaron elecciones. Hasta allí llegó la “clase decente” de Buenos Aires y designó a Agüero “presidente del acto electoral”. Uno de los que se anotó como candidato fue el inefable general Carlos María de Alvear. Su popularidad arrolladora lo hizo acreedor a un voto; otro tanto sacó Vicente López. Como la cosa era demasiado poco seria, los golpistas decidieron quitarle toda seriedad para no dejar duda alguna. Fue la elección más fashion de la historia argentina. Para votar había que tener galera o sombrero de copa. Levantarlo o dejárselo puesto sería la forma de expresar el voto. Se volvió a votar de acuerdo a con este sistema tan particular, y Alvear volvió a sacar un voto (la crónica no aclara si fue el de su propio sombrero). López volvió a sacar un voto. Cuando fue preguntado “el pueblo” si votaban por don Juan Lavalle como gobernador y capitán general de la provincia de Buenos Aires, se arremolinaron los sombreros importados y así Lavalle fue elegido gobernador “por la estricta voluntad popular” de los portadores de galeras.
Investido de este modo, Lavalle prestó juramento ante el escribano mayor de Gobierno y nombró a su gabinete. Reunió a sus mejores jinetes, que sumaban unos setecientos veteranos de la guerra con el Brasil, y partió en persecución del gobernador derrocado.
Mientras toda la farsa se cumplimentaba, Dorrego llegaba a Cañuelas y se disponía a resistir. Se le unieron las fuerzas del general Nicolás Vedia, comandante de las costas del Salado. Muchos gauchos “vagos y malentretenidos” fueron a engrosar sus filas, haciendo caso omiso a las citaciones de los jefes unitarios.
Pronto Dorrego caía prisionero en Navarro. (…) Algunos unitarios rivadavianos se dirigieron a Lavalle opinando sobre qué debía hacerse con el gobernador depuesto y capturado. Salvador María del Carril le aconsejaba en una carta: “Prescindamos del corazón en este caso. La Ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio, de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil solución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza de la hidra, y no cortará usted las restantes. Entonces, ¿qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras? Nada queda en la República para un hombre de corazón” 7.
La nefasta influencia del descorazonado unitario Salvador María del Carril se puede apreciar con toda nitidez en esta carta de Lavalle a Brown, donde también puede leerse la poca originalidad literaria del general golpista: “Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra, y sólo la carta de Vuestra Excelencia puede haberme hecho trepidar un largo rato por el respeto que me inspira su persona. Yo, mi respetado general, en la posición en que estoy colocado, no debo tener corazón. Vuestra excelencia siente por sí mismo, que los hombres valientes no pueden abrigar sentimientos innobles, y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo”. 8
A Dorrego sólo le quedaban tiempo y ganas para escribir unas pocas cartas de despedida: “Señor gobernador de Santa Fe, don Estanislao López. Mi apreciable amigo: En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre. Soy su afectísimo amigo,Manuel Dorrego”. 9
A su esposa le decía: “Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado” 10.
Y a su hija: “Querida Angelita: Te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre. Querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre”. 11
El asesinato
En el elogio fúnebre, Santiago Figueredo recoge las palabras que Manuel Dorrego le dijo a su hermano Luis poco antes de morir: “No hay remedio, mis enemigos van a sacrificarme; estos ciegos ministros piden a gritos mi sangre, y ella correrá muy pronto; pero no siento tanto por mi muerte, como el descrédito y los males que amenazan a nuestra amada Patria. […] ¡Ah! Si yo pudiera morir sin que se resienta el crédito de la República, y especialmente de este pueblo, al que debo mi existencia. ¡Si yo supiera que el borrón con que van mis asesinos a manchar la historia, había de caer solamente sobre su execrable conducta!, al menos este consuelo me haría descansar en el sepulcro; pero en ti confío, querido hermano; tú quedas y tu voz no espirará tan pronto como la mía; mientras existas, haz cuanto puedas para que no se fije este tizne sobre la reputación de nuestra amada Patria”. 12
Los temores de Dorrego no eran infundados. Lamentablemente vendrían otros asesinos a manchar la historia.
El 13 de diciembre, Lavalle fusiló a Dorrego y así lo anunció en un bando destinado a pasar a la historia: “Participo al gobierno delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido morir o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público”. 13
Pero a los “salvajes unitarios” no les alcanzó con fusilarlo sino que, como consta en la autopsia, le cortaron la cabeza y se la destrozaron a culatazos.
Cuando Bolívar se enteró, en mayo de 1829, del fusilamiento de Dorrego, dijo que “en Buenos Aires se ha visto la atrocidad más digna de unos bandidos. Dorrego era jefe de aquel gobierno constitucionalmente y a pesar de esto el coronel Lavalle se bate contra el presidente, le derrota, le persigue, y al tomarle le hace fusilar sin más proceso ni leyes que su voluntad; y, en consecuencia, se apodera del mando y sigue mandando liberalmente a lo tártaro”14.
San Martín, que llegó hasta Montevideo poco después del golpe de Lavalle, no tenía duda alguna sobre quién era el principal responsable del crimen y así se lo decía en una carta a su amigo O’Higgins: “los autores del movimiento del 1° de diciembre son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no solamente a este país, sino al resto de América, con su conducta infernal. Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay entre un hombre honrado y uno malvado”.