Navidad en Epecuén

Nota escrita por Néstor Machiavelli en Facebook

La foto vale por mil palabras. En medio de tierra arrasada, entre escombros, Alfredo cocina una parrillada a fuego lento. Juega de local, está en el patio de lo que fue su casa en Epecuén. Compartirá el asado con amigos del barrio que eran veinteañeros hace cuatro décadas, cuando salieron disparados con lo puesto antes que la villa de aguas milagrosas desapareciera bajo el lago.

Alfredo Pardiño logró determinar con precisión el perímetro de la casa de las días felices de infancia y adolescencia. Con imaginación levanta paredes, distribuye espacios, redescubre los límites del patio, recrea el lavadero, la cucha del perro, el tendal de la ropa secándose al viento. Los escombros cobran vida, sobrevuelan pájaros en el aire a los que Peteco Carabajal les puso alas de música y poesía. Recuerdos de las manos de la madre que llegan al patio desde temprano, mientras arde la leña, harina y barro y lo cotidiano se vuelve mágico…

Carlos Coradini, otro epecuense nostalgioso que desafía al olvido para que no se lleve puesto los recuerdos, disfruta detenerse en la referencia histórica que señala la entrada de lo que fue el residencial y confitería del abuelo.

Qué notable estos vecinos al garete que en vez de hurgar el álbum familiar de fotos amarillas de tiempo, prefieren imágenes actuales de lo que queda en pie, la descarnada realidad dura y pura del pueblo desaparecido.

El éxodo de Epecuén siempre conmueve. La salida urgente corridos por el agua, sin rumbo, camino a ninguna parte, mientras por el espejo retrovisor veían el pueblo esfumarse bajo el agua. Desde entonces los vecinos añoran la plaza, el club, la iglesia el almacén. La inundación se llevó puesto postales eternas de los pibes de antes. El hoyo de la bolita, los arcos de baby fútbol del potrero de al lado, la esquina del primer beso furtivo, la casa de parra y malvones de los abuelos.

Aún hoy deambulan por pueblos y ciudades cercanas. Se cruzan en la calle, recuerdan el pasado común, se emocionan, preguntan qué fue de la vida de Juan, de María, de los hijos de José. En pueblos aledaños del sudoeste bonaerense volvieron a echar raíces, pero no es lo mismo, viven de recuerdos, están trasplantados.

Así va la vida de habitantes que la inundación los dejó sin puerto de amarre. Las modernas tecnologías tendieron salvavidas mediante un espacio digital de reencuentro en la web. Carlos Coradini administra en Facebook la página Gente de Epecuén. En versión digital vuelven a tener un ámbito común, recrean la comunidad de epecuenses desparramados y desarraigados. A través de la pantalla se reagrupan, festejan cumpleaños, recuerdan bautismos, anécdotas, preguntan qué fue de la vida del otro. Se emocionan, se desahogan, saludan a novios que se casan, se alegran por los recién nacidos, despiden a sus muertos, la vida continúa.

César Isella describió en clave de poesía que uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas.

En el patio de lo que fue su casa, Alfredo Pardiño plantó un cartel de chapa con letras pintadas que parte el alma. Dice textual: “Mi casa y mis calles, mis primeros pasos/ momentos que en sueños hoy llevo guardados/ mi infancia y mi gente, recuerdos dorados que viven presentes a orillas del lago”. (27-12-23).

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