“Son los salarios, estúpido”

NOTA ESCRITA POR NANCY PAZOS EN INFOBAE

George Bush padre corría para su reelección en 1992 convencido —como todos los analistas políticos del momento— que sus éxitos en materia de política internacional (el fin de la guerra fría y la famosa Guerra del Golfo) le darían la victoria. James Carville era el estratega de su competidor, Bill Clinton, y analizando las preocupaciones del votante en su vida cotidiana más que las discusiones de la alta política, concluyó que los demócratas podrían ganar las elecciones haciendo énfasis en el bolsillo de la gente. Colgó un cartel en el búnker de campaña, al estilo de recordatorio interno, cuyo segundo tópico terminó siendo la frase más popular hasta ahora en materia de estrategia electoral: “Es la economía, estúpido…”

El domingo 23 de octubre de 2011 fue la última vez que la Argentina votó en una presidencial a favor del gobierno de turno. Cristina Fernández de Kirchner consiguió el mayor caudal de votos desde el retorno de la democracia (54,11%), la segunda diferencia histórica respecto al segundo candidato (Hermes Binner obtuvo un 16,81%) y se convirtió en la primera mujer reelecta en toda América.

A partir de entonces todos los oficialismos perdieron su posibilidad de continuidad. A tal punto que cada una de las elecciones presidenciales —la que ganó Mauricio Macri en el 2015 y la que ganó Alberto Fernández en el 2019— pueden ser leídas más como una derrota del gobierno de turno que como un triunfo claro de la oposición.

Hoy Argentina se encamina hacia un 2023 que continuará la racha. Si se cumple el vaticinio, es decir, si el Frente de Todos pierde las elecciones, en 40 años de democracia habremos tenido sólo dos períodos de esperanza colectiva: los diez años de menemismo (1989 a 1999) y los 12 de kirchnerismo (2003 a 2015). El resto fueron períodos de crisis y desilusiones colectivas. Si se cumple el vaticinio se abrirá en términos sociológicos una nueva grieta en el país: los menores de 30 años no habrán visto nunca un gobierno ganador, o un gobierno ratificado por el voto popular, desde que se convirtieron en ciudadanos con derecho a votar.

Las causales de los distintos fracasos son múltiples y complejas. Pero si el Frente de Todos pierde el próximo año como anhela la oposición, como vaticinan las encuestas sin excepción y como prevén también los dirigentes del oficialismo (desde Cristina Kirchner hasta los gobernadores peronistas —el único optimista es Alberto Fernández pero lo patológico excede este análisis—), estará más claro que nunca que esta vez no habrá sido la economía en general sino los salarios en particular los que habrán llevado a una estrepitosa derrota.

Las urnas hablan. En agosto y octubre de 2019 los sobres depositados en ellas por los ciudadanos le dijeron básicamente basta al ajuste. A la gente no le importaron ni las causas judiciales ni las interminables horas televisivas de “excavaciones en el sur buscando la plata que se había robado el kirchnerismo”. Ni siquiera le importó la plata que sí encontraron y también televisaron, los bolsos de José López.

La gente dijo basta porque no aguantaba más, porque no llegaba a fin de mes, porque no tenía trabajo. Y también porque aún tenía una leve remembranza de que en algún tiempo pasado las cosas habían sido mejor. Apostaron a que les devolvieran parte del poder adquisitivo que habían conquistado durante parte del mandato de Cristina.

Está clarísimo que después pasaron cosas. La pandemia que no fue menor, la recesión mundial, la guerra y el colapso energético internacional. Pero desde 2019 hasta acá la Argentina creció en su Producto Bruto Interno un 5,7 %. Sin embargo la pobreza se encuentra aún por encima del final de la gestión de Cambiemos. Es decir en un país un poco más rico, hay aún más pobres. La conclusión es lapidaria para quienes apostaron al Frente de Todos porque durante la gestión de Alberto Fernandez la desigualdad se acentuó.

Al Presidente le cuesta verlo. Porque prefiere mirar con los ojos complacientes del ministro de Trabajo, Claudio Moroni, que cae en éxtasis cada vez que el INDEC refleja los índices de desocupación. Pero atrás del 6,7% de desocupados detectados en el segundo trimestre de este año hay mucho de muy mala calidad y mal remunerado.

Así lo resumió esta semana el informe elaborado por el Instituto de Pensamiento de Políticas Públicas fundado por Claudio Lozano. “Los datos cuestionan la modalidad que ha adoptado la recuperación económica de la Argentina. Pese a que el PBI creció un 5,7% entre fines del 2019 y mediados de este año, la pobreza se encuentra aún por encima del final de la gestión Cambiemos. Si bien el crecimiento del PBI viene asociado a la recuperación del empleo, en tanto el mismo es de muy mala calidad y remuneración, y además se da en un contexto de alta y acelerada inflación, la economía crece, la desigualdad aumenta y la pobreza no solo no baja sino que incluso puede subir. En suma, se perpetúa”, dice el informe difundido ayer.

Lo cierto es que hay aumento de los ocupados que siguen buscando trabajo porque ganan miseria, hay incremento de la sobre jornada horaria, aumento del empleo asalariado no registrado y un hecho objetivo: de los 599 mil puesto de trabajo creados en este segundo trimestre, el 70% (425 mil) son trabajos en negro.

A la combinación virtuosa —dice Lozano— de suba del empleo y descenso de la desocupación se le contrapone un dueto problemático, “empleo precario con insuficiencia de ingresos”.

La situación social, que puede ser vista como una oportunidad para la oposición, por el desencanto que genera en el votante histórico del peronismo, ya empieza a asustar a los más racionales en Juntos por el Cambio. “Tenemos que empezar a manejar bien las expectativas”, se escucha en los equipos de campaña de Horacio Rodríguez Larreta. La advertencia nació de los relatos de Diego Santilli en su recorrida por el conurbano: “La gente se pone a llorar. Hasta ahora no me había pasado. Pero ahora lloran y no son los más pobres. Son los de clase media”, les relató el Colorado.

Mientras tanto en el gobierno el proyecto de aumento de suma fija para los trabajadores duerme el sueño de los justos. El kirchnerismo presiona pero como queda claro en las últimas semanas el intento de magnicidio contra Cristina los dejó políticamente aturdidos, tanto que hoy sus temas de agenda no parecen interesantes ni siquiera para los propios (la defensa de CFK frente al TOF2 tuvo una marcada caída de visualizaciones en Youtube y sólo un canal de cable lo pasó entero en vivo).

Y no es la única mala noticia. El kirchnerismo aparece atrapado en el giro ortodoxo de Sergio Massa, quien esta semana hasta fue elogiado por un furibundo liberal como Ricardo López Murphy: “Hay que reconocer que hace dos meses que Massa le está dando un apretón (por no decir ajustó) a las cuentas públicas” dijo el diputado.

Se supone que después de la defensa del viernes CFK retome la agenda de gobierno. Hay muchas cosas que le hacen mucho ruido. Empieza a sentir que Massa puede quedar atrapado en el “rayo paralizador” de Alberto Fernández.

El Presidente ya lo utilizó con Juan Manzur. Y ahora intenta repetir la maniobra con Sergio Tomás.

La suma fija es un ejemplo. Cada vez que Sergio le plantea el tema al Presidente él responde con la mítica frase “vayamos viendo”… Tiene igualmente en este tema una buena excusa. Alega que los líderes de la CGT insisten con las paritarias y no quieren una suma fija. En el mientras tanto la inflación hace estragos.

Es probable que antes que con Mauricio Macri, Cristina tenga que juntarse con Alberto. Aún quedan 15 meses de gobierno.

Y las fotos presidenciales con el guitarrista de David Bowie o las del secretario de Comercio Matías Tombolini mediando con Panini para conseguir figuritas del mundial en la misma semana en que la cebolla trepó a los 400 pesos el kilo, sólo ayudan a violentar a la gente. (25-09-22).

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