Sus lápices siguen escribiendo
Cada generación debe llegar // como ola vigorosa a romperse // contra la mole del pasado, // para hermosear la historia // con el iris de nuevos ideales. // Juventud que no embiste, // es peso muerto para // el progreso de su pueblo”. (José Ingenieros.)
Se rebelaron contra la irracionalidad de una política de embrutecimiento. Y se opusieron enfáticamente a la aplicación de un modelo económico y social de exclusión y miseria. Pagaron con sus vidas. Ellos y varios jóvenes más.
La represión en los colegios secundarios fue salvaje y tuvo como objetivo terminar con el alto nivel de participación de los jóvenes en los centros de estudiantes y en distintos partidos políticos.
Los militares los consideraban “potenciales subversivos”, hablaban de “peligroso semillero”. Fueron golpeados, picaneados, quemados, les arrancaron las uñas con una tenaza, los desaparecieron. Tenían entre 16 y 18 años. María Chiocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Claudio de Acha, Horacio Angel Ungaro, Daniel Racero y Pablo Alejandro Díaz, único sobreviviente.
Son ellos los protagonistas involuntarios de la Noche de los Lápices, uno de los episodios más trágicos en la historia del país, esa historia que muchos descubrimos por la película de Olivera, y por Sui Generis y su Rasguña las piedras.
Pero más allá de la brutal impunidad con que se manejaron estas bestias, a pesar de los terribles métodos que utilizaron para acallar a las voces insumisas, los lápices siguen escribiendo.
Los lápices de María, Francisco, Claudio, María Claudia, Daniel, Horacio y Pablo siguen escribiendo -con letra indeleble– en cada uno de los estudiantes y docentes que trabajan en la formación de ciudadanos críticos y libres.
Sus lápices siguen escribiendo en los pibes de secundario que de a poco van recuperando aquella tradición de lucha y defensa por los derechos a una educación al servicio del pueblo y con mayor presupuesto.
Sus lápices siguen escribiendo en los estudiantes que reconstruyen la memoria.