Fuego en el pulmón del mundo. El factor Bolsonaro
Las políticas del mandatario brasileño de asociación con las expresiones más extremas del extractivismo y el agronegocio ponen en riesgo a la mayor fuente de biodiversidad del planeta.
Por Martín Schapiro y Leticia Martínez (*)
La imagen fue tan espantosa como elocuente. De un lado el verde exuberante de la selva amazónica, del otro, avanzando, el humo negro y las llamas. El dato es que, con condiciones habituales de clima y de lluvias, el Amazonas se está quemando a un ritmo inédito, y su regeneración aparece en riesgo. El presidente Bolsonaro, en otra declaración que debería sorprender, por su calidad de Jefe de Estado, echó la culpa a las organizaciones no gubernamentales, a las que acusó de haber iniciado los incendios con el objeto de forzar la política del gobierno. Los datos, sin embargo, apuntan a la complicidad activa del gobierno con las formas más depredatorias de explotación del medio ambiente, poniendo en riesgo tanto a la principal reserva natural del mundo como la supervivencia de los indígenas, cuyo territorio está asentado casi en su totalidad en es región.
«Saliva odio»
Días atrás, Bolsonaro anunció el nombramiento del nuevo titular de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), encargada de delimitar el terreno indígena, al policía Marcelo Augusto Xavier da Silva a pedido de grupos ruralistas. Su antecesor, Franklimberg Ribeiro de Freitas, un general, había sido dimitido por presión de los mismos sectores. El funcionario saliente declaró que había sido cesado por pedido expreso del Secretario de Asuntos Agrarios del Ministerio de Agricultura, Nabhan García, un hombre que «saliva odio a los indígenas». Freitas se quejó de la reducción de los fondos para la Fundación y del mal asesoramiento que recibiría Bolsonaro respecto de la cuestión indígena en el país.
«Más del 15% del territorio nacional está delimitado como tierra de indígenas y descendientes de esclavos. Menos de un millón de personas viven en estos lugares aislados del Brasil de verdad, explotadas y manipuladas por ONGs. Vamos a integrar juntos a estas ciudades y a valorar a todos los brasileños», escribió en su Twitter el presidente de ultraderecha en la misma semana que asumió en enero pasado, para hablar sobre el trabajo de la FUNAI. Desde aquel momento, Bolsonaro intentó despojarla de su principal función, que fue transferida mediante un decreto al ministerio de Agricultura, en un intento de superposición de competencias. En una derrota del Presidente, la FUNAI recuperó sus funciones.
Según los informes de la FUNAI, hay más de 100 pueblos aislados, como es el caso de los kawahivas o lo awá, que tienen una «interacción prácticamente nula» con el resto de la sociedad. Al menos 30 de esos grupos corren riesgo por encontrarse en zonas de desarrollo de agronegocios.
«Deconstrucción y destrucción deliberada»
La expansión de las fronteras de la minería y el agronegocio no sólo impacta en las tierras indígenas. También el Amazonas, la mayor fuente de biodiversidad del planeta, está sufriendo el ritmo de deforestación más peligroso desde que el gobierno brasileño se comprometió con su preservaciónen 1992. El domingo, el diario estadounidense The New York Times publicó un informe sobre el estado de situación en el que señala que en lo que va del año la deforestación aumentó un 40% respecto de igual período del año anterior, durante el gobierno de Michel Temer, que ya había sido cuestionado por las insuficiencias de su política ambiental. La información oficial señala que el ritmo de pérdidas se aceleró en junio, cuando la deforestación aumentó en un ochenta por ciento respecto del año anterior.
De acuerdo a lo recabado por el New York Times, el gobierno de Bolsonaro recortó el presupuesto destinado a la agencia ambiental en un 24%, mientras las multas y medidas por violaciones a la legislación vigente en la materia disminuyeron un 20% respecto del año anterior. Estas políticas llevaron incluso a la retención de los fondos que proveen Alemania y Noruega por mil trescientos millones de dólares para la preservación de la zona selvática en Brasil. En un hecho inédito, en mayo pasado, todos los ex ministros de Medio Ambiente de la democracia, de distintos partidos y trayectorias políticas se juntaron para denunciar una política «sistemática, constante y deliberada de desconstrucción e destrucción de las políticas medio ambientales», implementadas desde el inicio de los años ’90, amén del desmantelamiento institucional de los organismos de protección e fiscalizadores.
«Veganos que comen verduras»
Las preocupaciones ambientales extendidas, sin embargo, no hicieron mella en el presidente brasileño, quien sostiene que impulsa un «matrimonio armónico» entre la diversidad ambiental y el desarrollo que recuerda al discurso del gobierno militar durante la etapa de alto crecimiento, en la década del ’70, cuando las alertas conservacionistas eran percibidas como un obstáculo al interés nacional. Ante periodistas internacionales que lo cuestionaron por su accionar en la zona, respondió: «Amazonas es de Brasil, no de ustedes».
El Presidente contó que invitó a la canciller alemana, Angela Merkel, y al mandatario francés, Emmanuel Macron, para hacer un vuelo sobre las ciudades amazónicas de Manaos y Boa Vista: «Dudo que encuentren un kilómetro de selva deforestada. Lo dudo mucho. En Europa, en cambio, no van a encontrar un kilómetro de selva».
El rechazo a la injerencia extranjera en los asuntos amazónicos y la relación con los indígenas, así como las contradicciones entre estas preocupaciones y el desarrollo, no son novedosas. La afectación a las tribus indígenas por obras de infraestructura en el norte y nordeste brasileños, así como su impacto ambiental, fueron un punto de cuestionamiento de ONG’s y observadores externos durante los gobiernos de Lula y Dilma, y desde el PT contraatacaron aquellas acusaciones rechazándolas como parte de una agenda internacional contraria a la soberanía brasileña y el crecimiento del país. Sin embargo, el rechazo en bloque a esta agenda, desde el gobierno, es una novedad del gobierno actual y se inscribe en una visión del mundo que percibe la cuestión ambiental de modo conspirativo, como una expresión antiempresaria y, en última instancia, antinacional.
Desde la campaña, Bolsonaro se sumó a Donald Trump en el cuestionamiento al acuerdo de París y su ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araujo, negó que hubiera un problema de calentamiento global. En espejo al republicano, Bolsonaro salió a confrontar a los científicos brasileños que alertaron sobre la deforestación. En palabras del Presidente, los científicos deberían primero hacer consideraciones «patrióticas» antes de publicar informes. Cuestionado por el impacto de un proyecto turístico en una reserva en Angra dos Reis fue enfático. Esas preocupaciones son cosa de «veganos que comen vegetales».
La era del agronegocio
Más allá de la (mala) voluntad presidencial, los problemas en los confines del Amazonas y los renovados riesgos para las poblaciones indígenas reflejan la transformación de la economía brasileña, crecientemente dependiente de la exportación de commodities y cada vez menos industrial, así como el aumento del peso de los sectores agrícolas y su bancada en el gobierno brasileño.
El sector conocido como de las tres B (la Biblia, el buey y la bala, por los evangélicos, ganaderos y miembros de las fuerzas de seguridad) es, desde la destitución de Dilma Rousseff, quizás el principal garante de la gobernabilidad parlamentaria. Por otra parte, desde la recesión, el producto industrial brasileño se contrajo dramáticamente, quitando peso a la otrora poderosa burguesía paulista y aumentando el de la producción primaria. No extraña entonces que, ante una economía en la que hace años que el consumo no crece, con el mercado interno estancado y la industria en caída, el ministerio de Agricultura tenga carta blanca. La disminución de regulaciones es una apuesta a un extractivismo extremo que busca sacrificar el largo plazo común por ganancias de corto plazo.
El alineamiento trumpista de Bolsonaro resulta así muy conveniente para rechazar cualquier cuestionamiento como parte de una agenda foránea, que busca avanzar el «marxismo cultural», aunque se embarquen en ellos todos los ministros de ambiente de la democracia. Por otro lado, paradójicamente, este extractivismo acrecienta la dependencia brasileña respecto de China, a pesar de los cuestionamientos de Bolsonaro y su entorno a la relación.
Mientras tanto, activistas e investigadoras prenden las alarmas. La deforestación podría alcanzar el punto a partir del cual la selva no es capaz de regenerarse, y las poblaciones indígenas se encuentran ante el serio riesgo de la violencia extendida y la pérdida de su entorno. Bolsonaro, objeto de cuestionamientos en casi todo el mundo, encuentra respaldo para sus planes en el corazón de la estructura brasileña.
*Nota escrita en www.cenital.com