¡A brillar, mi amor!
Sucedió en un mismo día: el fútbol masculino se sostuvo sobre lo establecido y el femenino nos dijo que algo nuevo está por venir.
POR EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORE (*)
Jair Bolsonaro ocupa el centro de la escena. Levanta el trofeo feliz en pleno campo de juego del Maracaná. Fue capitán del Ejército. Ahora parece el capitán de la selección brasileña que acaba de ganar la Copa América. Lo rodean sonrientes todos los jugadores. «Mito», lo saludan por su apodo Willian, Cassio y Fagner. El capitán Dani Alves celebra su presencia. «Ojalá podamos volver a festejar más títulos con él», dicen Thiago Silva y Marquinhos. Minutos después llega la conferencia de prensa. «¿No te preocupa que Bolsonaro, confeso fascista misógino homofóbico, haya secuestrado tu victoria?», pregunta el periodista irlandés Evan Mackenna al técnico Tite. El oficial de la Conmebol quiere prohibir la pregunta. Tite, simpatizante de Lula, responde igual. Discreto, el DT habla de su sentido de la ética. Es un gesto mínimo en medio del pantano.
Ese mismo día, 7 de julio pasado, el propio fútbol ofrece sin embargo un mensaje distinto. Nos mudamos a Lyon. A la final del Mundial de la FIFA. No son hombres. Son mujeres futbolistas. El exSecretario de Estado Henry Kissinger dijo alguna vez que Estados Unidos no debía ganar en el fútbol, porque la pelota es una religión en Latinoamérica y no era bueno acrecentar odios antiyanquis en la región. Pero Kissinger no imaginaba a futbolistas mujeres. Y mucho menos a Megan Rapinoe. La capitana y figura de la selección que acaba de coronarse campeona en Francia reitera que su equipo no pisará «la puta Casa Blanca». Que no permitirá que un presidente como Donald Trump coopte un éxito que no le pertenece. Porque a Trump -dice su compañera Ali Krieger- solo le gustan las mujeres que él puede «controlar o someter». Como aquellas porristas a las que trataba de «putas» o les hacía chistes de mal gusto cuando en los años ’80 era dueño del equipo de fútbol americano New Jersey Generals. «Misógino, sexista y racista», le dice Rapinoe. La multitud apoya la protesta de Rapinoe porque los hombres reciben más dinero. El estadio de la final de Lyon grita «Equal pay» (Pago igualitario). El fútbol femenino se confirma como lugar de resistencia. Y también de conquista.
La selección de Rapinoe vuelve a Estados Unidos. Desfila en el Cañón de los Héroes, entre los rascacielos de Manhattan, por donde alguna vez lo hicieron desde el general Dwight Eisenhower, Nelson Mandela y los Yankees, los Mets o los Giants. Todos hombres. «Este equipo -dice el alcalde Bill de Biasio- representa lo mejor de Nueva York y de nuestro país, confianza, coraje, perseverancia, inspiración». Les da las llaves de la ciudad. Pero las trescientas mil personas que saludan el paso de la carroza no cantan tanto «¡U-S-A!». Siguen gritando «¡Equal pay!». Hay encuestas que ubican a Rapinoe con más aprobación popular que el propio Trump. «Amar más y odiar menos», dice la capitana en su discurso de Nueva York. «Es responsabilidad de todos hacer de este mundo un lugar mejor», añade. Horas antes se había dirigido a Trump en la TV. «Tu mensaje -le dijo- excluye gente». La selección femenina de Estados Unidos -dice el periodista Dave Zirin- «es un movimiento social que juega al fútbol. «La FIFA y la Federación de Estados Unidos le pagan, pero no lo controlan. Jamás lo hicieron y jamás lo harán. Es la primera franquicia femenina -escribe Sally Jenkins en el Washington Post- realmente manejada por ellas mismas en la historia del deporte de Estados Unidos».
Son arrogantes. A las jugadoras semiamateurs de Tailandia les gritaron trece goles (el partido terminó 13-0) como si les fuera la vida. Luego el gesto burlón de tomar el té a las inglesas en la semifinal. Es la autoconfianza, dice la DT Jill Ellis, necesaria para reinar en el fútbol mundial. Cuatro de ocho títulos Mundiales. Cuatro oros olímpicos. Rapinoe no esconde su poder. Lo usa. Rechaza el himno de Estados Unidos. Milita su lesbianismo. Y defiende a las minorías. Aprendió a hacerlo cuando su hermano Brian sufrió adicciones y cárcel y el sistema lo maltrató. «Soy una protesta ambulante», se define Rapinoe, líder además del reclamo judicial para que las jugadoras de la selección femenina de Estados Unidos ganen igual dinero que la masculina, que jamás ganó Mundiales ni oro olímpico. Los hombres, sin embargo, ganan cerca de cuatro veces más. Patrocinadores como Visa, Luna Barr y Procter & Gamble exigen a la Federación estadounidense que cese la discriminación. Igual que Nike. La camiseta de la selección campeona en Francia es la más vendida en una temporada, de cualquier equipo de fútbol, en toda la historia de Estados Unidos, donde casi diez millones de jóvenes mujeres compiten en torneos organizados. Congresistas evalúan un proyecto que prevé bloqueo de fondos federales al Mundial 2026 masculino de la FIFA (Estados Unidos será sede con México y Canadá) hasta que la Federación no anuncie pago igualitario. La presión es universal. Holanda aplicará pago igualitario a partir de 2023. La FIFA, tras el éxito de la Copa en Francia, se vio presionada a anunciar que duplicará otra vez los premios del próximo Mundial de mujeres. Serán al menos sesenta millones de dólares, eso sí, lejos todavía de los 440 millones que la propia FIFA pagará en el Mundial masculino de 2022 en Qatar, un país donde las mujeres no viven exactamente cómodas, ni qué decir los gays, pues el homosexualismo es delito y penado con hasta siete años de prisión.
Tampoco el fútbol femenino de Argentina podrá ser el mismo tras el Mundial de Francia. La fuerza de jugadoras que apenas un año atrás gritaban al desierto para que alguien las ayudara siquiera a jugar un miserable partido amistoso y, aún así, llegaron al Mundial, seguirá vigente. El último reclamo por un DT más formado, a la altura de los nuevos tiempos, fue acaso apresurado y con el plantel dividido. La selección masculina, un siglo más curtida en eso del profesionalismo, dio su golpe palaciego en Rusia y la AFA de Chiqui Tapia decidió ser «jugadorista». Tras el Mundial, cesó sin siquiera debate el contrato del DT Jorge Sampaoli, que duraba hasta 2022. Con la selección femenina, en cambio, Tapia es «entrenadorista». El entrenador Carlos Borrello, hombre, claro, excluyó a las referentes, capitana Stefanía Banini incluída, del nuevo plantel que debutará en los Juegos Panamericanos de Lima el domingo 28 contra Perú. El cuerpo técnico de la selección femenina, me dicen fuentes de la AFA, recibe un salario mensual de unos 120 mil pesos. Al volver de Francia, el sustento principal de la gran arquera Vanina Correa volvió a ser en cambio el cobro de impuestos en la Municipalidad de Villa Gálvez. Y la joven promisoria Lorena Benítez, 20 años, madre de mellizos, tuvo que volver a levantarse para trabajar desde las tres de la mañana en un puesto en el Mercado Central. La última semana faltó a sus entrenamientos en Boca y evalúa dejar el fútbol. La lucha recién comienza.
(*) Nota publicada en www.cenital.com.ar