LA DORREGO

Abusos y machismo en los partidos políticos

La denuncia de abuso sexual de la actriz Thelma Fardin contra Juan Darthes tuvo un efecto cadena: mujeres adolescentes, jóvenes y adultas comenzaron a contar episodios similares a los que sufrió Thelma, pero también casos de acoso, abuso de poder y maltratos sufridos de parte de varones con los que compartieron o comparten espacios de desarrollo personal o profesional. Y la política, arena en donde el poder se juega a diario, no fue la excepción. El último caso que se conoció ayer tuvo a un concejal bonaerense del Frente Renovador como acusado de proxeneta de adolescentes, pero también surgieron denuncias que apuntan a integrantes de espacios políticos como el radicalismo y La Cámpora, que empiezan a poner el foco no solo en comportamientos violentos individuales, sino también en la complicidad y el encubrimiento sistémico de las estructuras de poder inherentes a las agrupaciones.

Las redes sociales fueron y son los principales amplificadores de las denuncias por violencia de género que, desde la conferencia de prensa en la que el colectivo Actrices Argentinas decidió acompañar la difusión del caso de Fardin, no paran de emerger. Algunas expresiones son descargos, declaraciones, exposiciones de experiencias violentas que las mujeres, protagonistas involuntarias, deciden hacer colectivas. Otras llegan a la Justicia, como el caso Daniel Zisuela, concejal y gremialista de Florencio Varela, denunciado y encarcelado ayer, acusado de captar y explotar sexualmente a adolescentes a través de una red de prostitución.

El ámbito de la política retumbó por primera vez desde la denuncia de Fardin con la exposición de Claudia Gebel, una trabajadora del Congreso de la Nación y militante radical que contó que había denunciado ante la Justicia, por abuso sexual, al senador de la UCR por La Pampa Juan Carlos Marino. Según su relato, Marino le “tocó los pechos” en su oficina y le mandaba mensajes con videos “alusivos al sexo”. La trabajadora también denunció al jefe de despacho de Marino, Pedro Fiorda, a quien acusó de agarrarla de los brazos e introducirle la lengua en la boca “con furia”, y a Juan Carlos Amarilla, actualmente asesor del diputado Alfredo Olmedo. Marino deslizó que renunciaría a sus fueros, pero negó los hechos. La Juventud Radical informó el pasado fin de semana que pidió que el Tribunal de Etica de la UCR intervenga en el caso. Gebel advirtió que su caso no es el único y señaló que hay muchas mujeres que sufrieron situaciones de violencia machista por parte del senador de La Pampa. “Están surgiendo casos idénticos de chicas muy jóvenes, de 17 años”, advirtió.

Por otra parte, una ex militante de La Cámpora denunció públicamente al senador bonaerense de Unidad Ciudadana y dirigente de ese espacio, Jorge “Loco” Romero. Stephanie Caló contó en sus redes sociales que Romero la encerró en un baño, se desnudó y le insistió para que le practicara sexo oral. “No me forzó a que le practicara sexo oral, pero sí me insistió y no me dejaba salir del baño”, recordó los hechos que sucedieron en enero de 2017. También denunció públicamente que, como contó los hechos a sus responsables dentro de la organización, Gustavo Cácerez y Miguel Angel Despo, y no actuaron, dejó de militar en ese espacio “harta de ver a mi abusador ahí y a los abusadores de mis compañeras”, apuntó. En diversas entrevistas a varios medios de comunicación, hizo hincapié en que su caso no es el único que tiene al Loco Romero como abusador.

No bien salió a la luz la denuncia de Caló, el senador provincial hizo un descargo vía Facebook en el que se reconocía “un varón criado en una sociedad patriarcal” y anunciaba que daría “un paso al costado” de la legislatura provincial para que la Justicia avanzara. Romero tampoco había renunciado hasta anoche.

Las denuncias sobre acosos y abusos hacia el interior de las agrupaciones políticas conllevan, también, advertencias sobre el encubrimiento que las estructuras de esos espacios ejercen respecto de los acusados y, en paralelo, el “abandono” en el que dejan a las mujeres que se atreven a contar la violencia de la que fueron o son objeto. En marzo pasado, por ejemplo, una estudiante secundaria que militaba en La Cámpora denunció a su ex pareja por violencia de género ante sus responsables dentro de la agrupación. “Me dijeron que no estaba bueno que se expusieran casos de este tipo, que ensuciaban a la organización.” La responsable con la que habló se ofreció a acompañarla a hacer la denuncia formal. La víctima quería “que la organización me brindara asistencia a mí y a mi agresor. Me fui”, contó.

La periodista Marisol De Ambrosio firmó un artículo en Infobae donde repasó varias experiencias de comportamientos violentos que sufrió o conoció de parte de varones en su experiencia en La Cámpora, y expresó que el objetivo de su planteo era que sus pares “no se callen más”. Contó que su ex pareja la empujó y le gritó dándole órdenes durante una reunión, señaló a Juan Cabandié como uno de los “acosadores” y recordó que el referente Julián Eyzaguirre cuenta con una denuncia por violencia de género de su ex pareja y que a ella la “manoseó” en una fiesta. Ayer, durante una entrevista por radio, advirtió que los episodios de violencia y destrato hacia las mujeres en política “son transversales” a todas las agrupaciones. En su texto, remarcó que “hoy sabemos que nuestro silencio (el de las mujeres) es funcional a un sistema machista que públicamente reclama la paridad de género en las listas electorales, a una mayor participación de las mujeres en la política, pero por dentro sigue viendo a las mujeres solo en su calidad de relación afectiva o sanguínea con políticos varones”, y concluyó: “Si me queda algún vestigio de militancia, quiero que sea para mis hermanas: expongo este relato para animarlas a que no se callen más”.

FUENTE: PÁGINA 12

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