Oriente: héroe de mi pueblo
Cada pueblo tiene un héroe. Algunos son deportistas, otros artistas, otros investigadores, tal vez políticos. El de Oriente es un héroe anónimo, humilde, que jamás pensó ni quiso convertirse en héroe.
El 2 de abril de 1982 un grupo de comandos anfibios y un batallón de fuerzas especiales argentinos desembarcaron en las islas Malvinas, tomando por sorpresa a los 68 infantes destacados por la Marina Real. Ese mismo día, sí, ese mismo día, cumplía 19 años un joven de Oriente que estaba haciendo desde hacía dos meses el servicio militar obligatorio en Bahía Blanca. Ese mismo día a Miguel Ángel Gutiérrez nadie lo abrazó, ni le trajo ninguna torta de cumpleaños; le dijeron que tenía que prepararse porque iba a ir a Malvinas. De esa forma, sin proponérselo, se empezaba a convertir en un protagonista involuntario de uno de los hechos más dolorosos de nuestra historia.
Hace frío y estoy lejos de casa
Como el resto de su familia, Miguel Ángel nació en Oriente, cursó sus estudios primarios en la Escuela 8 y una vez terminados, continuó su vida en el pueblo que lo vio nacer, probó suerte en Punta Alta, donde trabajó como carnicero, y volvió a su pago convencido de que era su lugar en el mundo. Pero se tuvo que ir a la puerta de la Patagonia, la suerte le fue esquiva, le salió un número alto en el sorteo para el servicio militar y el 2 febrero de 1982 comenzó la conscripción en el Comando V del Cuerpo del Ejército.
Con sólo dos escasos meses de preparación y sin siquiera haber jurado a la bandera, ese 2 de abril, el día de su cumpleaños, fue comunicado que iba a viajar a las islas junto a otros 69 compañeros y así de prisa, dos días después fue embarcado en un avión Hércules con destino a las Malvinas.
«El 2 de abril de 1982 marca un jalón trascendente para la historia argentina. En estos momentos miles de ciudadanos en todo el país, en todos los pueblos, en las pequeñas granjas, en las ciudades están expresando públicamente el sentimiento y la emoción retenida durante 150 años a través de un despojo que hoy hemos lavado», decía tras la recuperación de las islas Malvinas el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri, el mismo que 8 días después dijera: «Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla».
Se dice que los militares argentinos creían que los ingleses no vendrían a pelear, que era una jugada estratégica. En fin, si bien nadie vio por Malvinas a Galtieri (sólo fue unas horas para posar para las cámaras) disparando un solo tiro, pasando hambre ni frío, lo importante es que hasta ese 2 de abril de 1982 Miguel Ángel Gutiérrez más allá de festejar en la intimidad de sus pensamientos el cumpleaños con su familia, no sabía que iba a tener que sufrir una guerra. Al margen de las sinrazones de cualquier episodio bélico, a partir de ese 2 de abril Miguel Ángel tuvo que postergar el abrazo con los suyos y únicamente pensar en servir al país. Comenzaba a convertirse en héroe.
Días interminables
«Yo no tenía idea de lo que iba a pasar ni de lo que era Malvinas. Lo que había aprendido en la escuela era que las Malvinas eran argentinas, pero resulta que no eran argentinas, ya que la tenían los ingleses hacía 150 años», rememora Miguel Ángel, quien respecto a su experiencia de guerra, relató que fue policía militar y que tuvo como destino de movilización Puerto Argentino, el epicentro de la contraofensiva británica y el escenario de la batalla final y más cruenta de toda la guerra.
«Mi destino fue primero Puerto Argentino, la planta Antares que era de YPF, después me tocó hacer guardia en la casa del gobernador Mario Benjamín Menéndez, donde hacíamos patrulla todos los días», puntualiza.
«El bombardeo era diario, ya que el objetivo principal de la tropa inglesa era destruir el aeropuerto cercano», explica y cuenta: «Cuando sonaba el alerta roja teníamos que disparar a las trincheras antiaéreas, porque a Puerto Argentino lo bombardearon continuamente».
«Nosotros no fuimos al frente de batalla, pero sí vivimos todo el bombardeo de Puerto Argentino», amplía Miguel Ángel, quien describe: «Veíamos las luces de los cohetes, escuchábamos y veíamos las bombas que explotaban a 5 ó 6 metros de nuestras posiciones, mientras nos escondíamos y nos tirábamos al piso, disparando para los refugios, de acuerdo a la orden que teníamos». Y aclara: «nuestra función era defender al gobernador, es decir, que nadie se acercara. Éramos la última línea de defensa. Si bien no llegaron a atacar la casa, al Puerto Argentino lo bombardearon mucho».
Miguel Ángel señala que «el frío era intenso de noche» y «muy cortante» (las temperaturas máximas oscilan en los 7 grados, los días son casi siempre lluviosos y ventosos en Malvinas durante el otoño).
Sin embargo, los soldados argentinos carecían de ropa adecuada para el clima del sur. «Teníamos las mismas camperas que nosotros usábamos en Oriente», detalla.
En síntesis, explica que por los ataques y las condiciones del clima, «de noche casi no dormíamos porque estábamos de guardia y de día no se podía».
Asimismo, el ex combatiente cuenta que el tema de la comida era quizá peor que el del frío. «Al principio la alimentación era buena, pero cuando cerraron los aeropuertos y no había entrada de aviones, la comida comenzó a faltar y no comíamos todos los días», afirma.
A pesar de estar ubicados a escasos metros de la casa del gobernador, la situación no era mejor que la que vivían otros soldados. «Pasábamos 2, 3 ó 4 días sin comer y, para colmo, cuando llegaban, los alimentos estaban en mal estado», menciona.
El alojamiento tampoco era el mejor, ya que normalmente se quedaban cubriéndose en pozos de zorro y refugios antiaéreos o galpones, según dónde se encontraran o de dónde provenían los ataques.
La mala alimentación, el escaso descanso, sumado al constante sonido de las bombas a partir del 1° de mayo -cuando comenzó el contraataque inglés- hicieron que las horas fueran eternas.
En cuanto a lo espiritual, indica que «miedo no sentíamos, a lo mejor era porque no habíamos tomado conciencia de lo que estábamos viviendo, éramos muy jóvenes. Luego de la rendición, sí sentí tranquilidad, porque desde el principio sabíamos que no podíamos ganar, los ingleses tenían mejores armas y mejor manejadas que nosotros. Fueron días interminables».
«Estuvimos hasta el último día, fuimos 4 días prisioneros de guerra, dos días en un galpón y dos días en un barco, hasta que nos trajeron a Puerto Madryn, de allí fuimos a Campo de Mayo, en Buenos Aires, donde nos hicieron un revisación, nos dieron ropa nueva, ropa limpia y volvimos a Bahía Blanca en tren. Luego salí de licencia, nos dieron 15 días y después volví a completar la colimba», cuenta.
Heridas de guerra
Miguel Ángel comenta que él, ni sus compañeros fueron lastimados durante la guerra, pero sí manifiesta heridas internas, que parecen difíciles de cicatrizar. «Se vivieron muchas cosas feas de lo que dejaban los bombardeos, de chicos que venían disparando, que venían heridos, que en la oscuridad no sabíamos que les pasaba y estábamos impotentes porque prácticamente no podíamos hacer nada. Teníamos que seguir, tratar de salvarnos nosotros. Tratábamos de darles ayuda, pero se complicaba», relata con dolor.
En este sentido, cree que la herida permanecerá abierta. «Yo pienso que a mí la herida no se me va a cerrar, porque los recuerdos de lo que pasé siempre van a estar. Si bien no estuve en el frente, pasé y vi muchas cosas horribles. Vi muchos heridos, ayudé en los hospitales. Nadie nos mandaba, pero ante el desconcierto y las necesidades que había, íbamos y ayudábamos y eso no se te borra más. Trato de borrarlo, pero no se borra», asegura.
Oriente siempre estuvo cerca
Comenta que tras la difícil experiencia de 72 días en las tierras del sur, la vuelta a Oriente no fue fácil. Si bien la familia lo apoyó y el resto de las personas lo respetaban, quería olvidarse de los más feos recuerdos, pero el tiempo se hizo largo hasta que consiguió manejar su primer camión.
«Después que terminó la guerra me dieron una licencia y al tiempo la baja. Volví a Oriente. Los primeros años fueron complicados, me venían recuerdos continuamente y no conseguía trabajo y la cabeza me funcionaba a mil. Todo lo que había pasado estaba ahí, yo quería olvidarme y salir», explica.
Recuerda que «durante años me mandaron cartas para homenajes, pero nunca fui, incluso al final no me invitaban porque respetaban mi idea de no ir a los actos» y añade que «siempre estoy agradecido a la gente de Oriente que me mandó todas esas cartas que me ayudaron a seguir adelante».
Después de 25 años Miguel Ángel fue al primer acto en homenaje a quienes participaron del conflicto de Malvinas, cuando le entregaron una medalla en Bahía Blanca. «Fui porque me insistieron mis hijos», revela, aunque asegura que tiene contacto y una buena relación con sus compañeros de tropa que están en la mencionada ciudad.
A 33 años de Malvinas, Miguel Ángel reflexiona sobre la guerra y subraya que «con las armas y con el entrenamiento que teníamos no podíamos estar a la altura de los ingleses, que eran profesionales y estudiaban para militares. Era imposible ganarles, ellos son profesionales, se dedican a la guerra». Y comparte una anécdota que atestigua su opinión: «cuando nosotros subimos al barco como prisioneros, unos soldados ingleses nos decían cómo podía ser que nos mandaran a nosotros a una guerra sin saber nada».
Cumpleaños feliz
Más allá de los ingratos recuerdos, afirma que cada día lucha para olvidarlos y seguir adelante. Además de trabajar desde hace 30 años de camionero, Miguel Ángel hoy cumple 52 años junto a la familia que formó con su esposa Ana, sus hijos Jonathan, de 25 años y Nicolás, de 17, y, por si eso fuera poco, en unos meses va a tener su primer nieto. Hoy sí va a estar acompañado para recibir abrazos, la torta de cumpleaños y un merecido ¡que los cumplas feliz!
Compañeros de Oriente
Otros chicos de Oriente que estaban haciendo el servicio militar sufrieron de distinta forma lo que sucedía en las islas Malvinas. Julio César Bahía, Jorge Ceferino Moreno, Mauricio Dorsa, estuvieron apostados en Comodoro Rivadavia y Río Gallegos, pero finalmente no fueron elegidos para ir al archipiélago y se quedaron en el continente hasta que terminó el conflicto bélico. (Nota publicada en 2015 en el diario La Voz del Pueblo).