La ciudad

Por cuatro días locos

Por Fabián Enzo Barda

Por cuatro días locos
que vamos a vivir.
Por cuatro días locos
que vamos a vivir.
Por cuatro días locos
te tenés que divertir.
Por cuatro días locos
te tenés que divertir

En 1953, Rodolfo Sciamarella compuso el tango/marcha “Por cuatro días locos” leit motiv musical de la película del mismo nombre que protagonizaba Alberto Castillo quien representaba un papel casi coincidente con su propia vida. Una novia española debía encontrarse con su novio médico y en su lugar encuentra un “cantor impostor”. La realidad, como se sabe, es que el Dr. Alberto De Luca era médico durante el día y un gran cantor nacional con el nombre de Alberto Castillo por las noches.

Toda la estética de Castillo post paso por la Orquesta de Ricardo Tanturi quedó asociada a un clima más festivo y popular con la introducción en su repertorio de marchas, candombes y temas que pasaron a ser clásicos de su repertorio como el vals “Los cien barrios porteños”.

Entre el éxito de la película y de Alberto Castillo en los bailes populares, la marcha de Sciamarella se constituye en un himno para la referencia a los Carnavales y Castilllo emblema de los grandes bailes de carnaval.
Los carnavales sufrieron evolución y transformación a lo largo de historia. Desde su origen pagano en la antigüedad hasta sus versiones netamente comerciales de la actualidad. En medio de todo ello todavía hay lugares en el mundo y en nuestro país donde se respeta su esencia cargada de símbolos y ritos como el Carnaval Uruguayo o en la patria profunda los que se celebran en Jujuy y La Rioja pasando por una vieja tradición cuasi brasilera en nuestro Corrientes, una nueva tradición en los de Lincoln o el obsceno matiz comercial de Gualeguaychú.

Símbolo de rebelión

López Lara sostiene que en todas sus expresiones el carnaval transita los rituales de rebelión que ponen en evidencia un mecanismo de inversión de papeles y de estatus, por el cual los que ocupan posiciones inferiores pasan en el sistema de las representaciones colectivas tradicionales al lugar de los superiores, pero esa subversión temporal, marcada por las secuencias rituales, no desemboca en el derrocamiento del orden.
Roberto Da Matta sugiere que en Brasil el carnaval es uno de los grandes rituales nacionales, en el que se exhibe el potencial político de una alternativa popular a la dominación jerárquica de la Iglesia y el Estado; de hecho, es un rito sin patrón, sin un foco exclusivo de referencia, que con su espontaneidad, su liberación, y hasta sus excesos, se opone a las formas del ceremonial político de las fiestas cívicas y a las ritualizaciones de la Semana Santa. En el carnaval los valores, códigos y jerarquías de la estructura social son dislocados y reclasificados en un universo simbólico de personajes imaginarios; las mujeres y los hombres cambian sus roles, la intimidad sexual y otras actividades ordinariamente restringidas a la privacidad de la casa son trasladadas al dominio público de la calle; el entorno urbano es transformado, al dejar de ser un lugar para las interacciones instrumentales y de trabajo, a un lugar expresivo, socialmente orientado al juego: lo doméstico invade lo público y viceversa.
Sin embargo, más allá de los desfiles y los disfraces, esta celebración tiene un origen antiguo que ha evolucionado a lo largo del tiempo y se ha adaptado a distintas culturas.

A diferencia de otras celebraciones, el Carnaval no tiene una fecha fija en el calendario. Su inicio y duración dependen del calendario litúrgico cristiano, ya que siempre se celebra 40 días antes del Jueves Santo y culmina con el Miércoles de Ceniza, dando paso a la Cuaresma.

El origen del Carnaval se encuentra en festividades paganas de la Antigüedad. En el Imperio Romano, las Saturnales y las Bacanales eran celebraciones en honor a Saturno y Baco, marcadas por el desenfreno, la inversión de roles y el uso de máscaras. Algo similar ocurría en la Antigua Grecia con las fiestas dedicadas a Dionisio y en Egipto con las procesiones en honor a Isis, donde se utilizaban barcos sobre ruedas, los carrus navalis, que podrían haber dado origen al término “Carnaval”.

Con la expansión del cristianismo, estas fiestas se mantuvieron como una forma de despedida de los excesos antes de la Cuaresma, período de ayuno y recogimiento. De ahí surge la teoría de que “Carnaval” proviene del latín carnem levare, que significa “quitar la carne”, haciendo referencia a la prohibición de su consumo durante la Cuaresma.

El uso de máscaras y disfraces ha sido una constante en el Carnaval. En la Edad Media, esta costumbre adquirió un nuevo significado, permitiendo a las personas expresar críticas sociales sin temor a represalias. Gobernantes, nobles e incluso figuras religiosas eran objeto de sátira y burla durante estos días. Esta tradición se mantiene en los Carnavales modernos.

El carnaval en la Argentina

Los festejos del carnaval en nuestro país se realizan desde la época de la colonia. Esta tradición fue tomando diferentes formas dependiendo del lugar. En el Río de la Plata la influencia africana marcó a fuego la celebración, dándole la forma particular de toque y baile callejero como la conocemos hoy. Sin embargo, el camino del carnaval porteño estuvo lleno de vicisitudes para los afroargentinos. Tras la época colonial y la innumerable cantidad de veces que se trató de prohibir, los gobiernos criollos postindependencia tampoco lidiaron de forma armónica con los festejos. De ahí también el origen de la palabra quilombo, tal como se designaba a los lugares en que se reunían los negros o también los sitios de reunión eran llamados tango, como el que se ubicaba en el actual barrio de Constitución en CABA, de ahí que cuando había fiesta circulaba la voz: “dejad tranquilo a los negros que están tocando tango”.

Preparados para el Carnaval de 1904

En sus primeros años de gestión, Rosas promovió el carnaval. Esto generó que miles de afroargentinos coparan las calles con los festejos cada febrero, pero siguió siendo una actividad considerada peligrosa. En 1844, alegando razones de seguridad, tomó la determinación de prohibirla. El carnaval recién se retomó en la década siguiente; no obstante, en esta etapa se señaló a sus protagonistas como parte de la barbarie nacional que había que erradicar. El desprecio hacia los afroargentinos se expresó en las comparsas de blancos burlándose de los negros.

Surgieron las comparsas de blancos disfrazados de negros. Uno de sus impulsores fue Sarmiento, que los había visto en Estados Unidos en sus años de embajador. Para promocionar esta práctica invitó a un grupo llamado Christy’s Minstrels que se presentó en Buenos Aires por primera vez en 1869, apenas unos meses después que este asumiera como presidente. Así logró una notable influencia en grupos de comparsas locales que comenzaron a realizar este acto racista de forma sistemática.

Esta práctica de blancos que se disfrazan de negros se conoció luego como blackface; se aplicó en nuestro carnaval buscando por un lado ridiculizar a la población afroargentina y por otro desplazarlos del centro de la escena pública durante el mes de febrero. El acto de pintarse la cara se volvió una práctica tan común que trascendió los carnavales y se cultivó también en otras formas del arte como el teatro o el cine.

Las constantes prohibiciones de celebración pública, bajo la excusa de cuidar la moral y las buenas costumbres, fueron cambiando las formas de celebración a finales del siglo XIX y comienzos del XX. En este período los carnavales fueron incorporando paulatinamente la murga al tradicional candombe. Los instrumentos de percusión siguieron siendo los predominantes, pero fueron cambiando ciertas cuestiones relativas al baile y la vestimenta. Como práctica popular, resistió embates de todo tipo, incluso prohibiciones como en la última dictadura militar, o la imposición de contravenciones para restringir el espacio público. No obstante, siguió vivo gracias al impulso de familias enteras que veían en el carnaval un espacio de resistencia identitaria.

Finalmente, y por el empuje notable de la propia comunidad, en el año 2010 se restituyeron oficialmente los días feriados de carnaval y fueron oficializados algunos festejos en varias provincias del país.

Los carnavales dorreguenses

Desde principios del siglo XX hay testimonios de los festejos del Carnaval en la localidad cabecera del partido de Coronel Dorrego y en alguna de sus localidades.

Había cierta particularidad en los festejos de aquellos años ya que muchas veces era escaso el tiempo que los separaba de tradicionales festejos como las Romerías Españolas que se desarrollaron durante mucho tiempo en el viejo Prado Español ubicado en la actual Avenida Casal Varela de la ciudad de Dorrego. En los años 30 del siglo anterior, construcción del Teatro Español mediante, el viejo tinglado del Prado fue trasladado a la intersección de las calles Yrigoyen y España.

Fue el carnaval de 1919 el que quedó grabado en la memoria colectiva. En esa edición carnavalesca fue inaugurado el adoquinado de las calles céntricas. La obra había sido anunciada por el Intendente Antonio B. Costa el 15 de julio de 1918.

A cuarenta cuadras del corazón de la ciudad se le colocaron adoquines que pasaron con el tiempo a ser un signo distintivo del paisaje urbano, valorados desde lo patrimonial e histórico hasta su aporte al eco sistema ya que no son pocos los que hablan del efecto regulador de la temperatura y el drenaje en los días de lluvia.

Comienza en el año 1918 y se termina en 1920. La empresa constructora “BRUZZI y LOMBARDI” realiza una obra muy completa. En enero de 1919, el Intendente A.B. Costa presenta una queja al Jefe de la Estación del F.C. Tandil, habían reparado que en cada vagón faltaban casi siempre de 50 a 100 adoquines, llegando ya a faltar 1.300. La obra tuvo tal trascendencia que el jefe comunal fue muchas veces consultado por otros Intendentes de la provincia.

En 1921, Costa remite nota al Intendente de Olavarría con los antecedentes de la empresa constructora, indica que el adoquinado utilizado es de calidad “común especial granito azul” asentado sobre una base de arena de 15 cms de espesor. Precio $ 5,80 el metro cuadrado para el frentista $ 3 el metro lineal. – $ 0,80 centavos la remoción del cordón antiguo.

Un año después el foco de atención se corrió a la localidad de Aparicio. Todavía en esa zona junto a la de Oriente e Irene se sentía el olor a pólvora, el dolor de los palos recibidos por los obreros y la tristeza de la muerte de varios de ellos producto de la Huelga de los Braceros de diciembre del 19.

En ese carnaval, en Aparicio, toma protagonismo el payador Luis Acosta García que había sido uno de los protagonistas de la huelga de los braceros.

El verano del ’20, le permitió darse una vuelta por el pago de su nacimiento. Lo ubican en los carnavales de ese verano en Aparicio. Pedro Massigoge, capitán histórico del equipo de fútbol de Rivadavia de Aparicio, club fundado el 8 de abril de 1919, en las memorias que escribió en el año 1975, para la Liga de Fútbol dorreguense, señalaba que “lo que aquella muchachada del Rivadavia no pudo olvidar fue un carnaval al que concurrió con una “Murga” preparada ex profeso, allá por los años ’20. En derroche de serpentinas, agua y disfraces, desfiló y regalaban flores. En la comparsa figuraba Luis Acosta García, con su guitarra. Se la bautizó como “La Murga Heroica” y obtuvo premio”.

“La Murga Heroica”, no participó solamente en esa oportunidad, sino que lo hizo varios años seguidos, incluso en los festejos dorreguenses. La Revista “Eros” que se editaba en Aparicio en los años 1925 y 1926 reflejaba uno de los versos que entonaba la murga con neto sello del payador:

¡Poderoso caballero!
mucho esta vez se equivoca,
pues a sellarse la boca
no cuentes con el dinero.
Mi soberana altivez
con tu riqueza absorbente:
¡no tiene lo suficiente
para alfombrarse lo pies!

A medida que se iban afianzando las instituciones deportivas y culturales los tradicionales corsos que se realizaban en las calles adyacentes a la Plaza Manuel Dorrego iban compartiendo carteleras con los bailes familiares en esas instituciones.

Enzo Barda contaba que en una edición de los carnavales de los años ’50 tuvo que anunciar simultáneamente en cinco bailes. Esas noches los dorreguense tuvieron para elegir donde festejar: el frontón abierto de la cancha de Independiente, la Sede vieja de los rojos, el Teatro Italiano, el Tinglado del Español y el Claro de Luna, todo un símbolo de los bailes de Carnaval, ubicado frente a la plaza central sobre la hoy Avenida Santagada. Eran los tiempos de orquestas como la Continental y su cantor Marcelo Barés, en lo que se considera la segunda etapa de esa formación liderada por Orlando Mattii, la Juvenil (una de las orquestas del Maestro Nicolás Antonini) y el regreso del ya consagrado Mario Alberdi (Ricardo Héctor Majluf, “Pocho”).

En una de las ediciones de los carnavales en el Claro de Luna, el Club Ferroviario trajo a Edmundo Rivero y a Alberto Castillo.

Los golpes de Estado también fueron menguando la realización del carnaval en las calles.

En los 60 será en Club Sarmiento y en el Teatro Italiano donde se organicen bailes de carnaval.

Hay un salto muy grande que va de la década de 1970 a 1990. Será a mediados de esta última década cuando un grupo de jóvenes organice la Comisión de Festejos y Carnavales la que será presidida durante la casi totalidad de su existencia por Mauro Fuertes.

Fue una iniciativa que se gestó desde abajo. Todo un trabajo que comenzaba cada año casi con el último brindis de año nuevo. Se organizaban bailes todos los sábados del verano hasta el inicio del Carnaval en el Club Ferroviario con la actuación del Grupo CHEO, la agrupación de más larga trayectoria en la historia de la cultura popular dorreguense.

Tal el contenido de rebelión carnavalesca se tradujo en la relación de los jóvenes con el Intendente Municipal de esa época, el Dr. Pedro Juan Testani. La repercusión por la convocatoria hizo peligrar la primera realización. La intervención del Secretario General del Sindicato de Empleados de Comercio, Julio Colantonio, que le dio amparo legal al hacer responsable al gremio de la organización destrabó la posibilidad de la vuelta de los festejos.

Una multitud comparable con la que se albergaba alrededor de la Plaza en tiempos de la vieja Fiesta de la Tradición sorprendió a propios y extraños. Se cosechaba la siembra de un grupo que no solo organizaba bailes y corsos si no que se comprometía con un gigantesco trabajo de campo que encabezaba Fernando Tejada en la gestación y formación de murgas y comparsas. Desde una emisora FM como FM del Galeón, todos los barrios históricos del pueblo, colectividades, particulares reeditando las viejas mascaritas pasaron por el viejo empedrado del centro.

Números artísticos consagrados y, sin saberlo ni planearlo, la presencia del Grupo CHEO,ante la multitud que año tras año se reunía, marcaría la última etapa de la agrupación creada por los hermanos César y Oscar Di Marco, Enrique Páez y Hugo Restivo.

Fueron cuatro años locos para vivir cuatro días más que locos.

El cambio de gobierno municipal, segunda gestión del Dr. Crego, generó la intención oficial de absorber los festejos carnavalescos. Abrevando en la idiosincrasia dorreguense los carnavales de los 90 fueron un símbolo y un ritual de rebeldía. Nunca más nada fue igual.

Más allá de los vaivenes de los gustos en cuanto fiestas populares, de las intenciones de cambios de perfil y de la cultura del full track los sectores populares buscan y a veces encuentran equidad e igualdad en la sociedad en que viven por aquello que alguna vez Machado dijo:

Hoy el noble y el villano
El prohombre y el gusano
Bailan y se dan la mano
Sin importarles la facha (01-03-25).

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