Política

¡Oye Milei, si va por los “woke”, no cazas “zurdos”!

Nota de Fabián Barda, que ofrece un análisis crítico sobre las declaraciones y posturas del presidente argentino Javier Milei, especialmente en relación con su rechazo a la ideología "woke" y su categorización de la izquierda.

ESCRIBE FABIÁN BARDA

Ha quedado muy claro que en la construcción de su relato el presidente de la Argentina, Javier Milei, apela a una descalificación que, en un amplio arco “macartista”, incluye a todo lo que está a la izquierda de la ultraderecha del siglo XXI.

Bajo el apelativo de “zurdos de mierda”, Milei involucra en su (no) análisis de la realidad política Argentina desde Rodríguez Larreta a Miryam Bergman.

Recientemente, en el Foro de Davos, tribuna, si las hay, representativa del círculo rojo global, con el impulso de la reciente asunción del nuevo presidente de los EEUU y en defensa del polémico Elon Musk, el presidente de los argentinos arremetió con la denominada ideología woke.

Milei sostuvo en ese Foro internacional que “el gran yunque que aparece como denominador común de los países que están fracasando es el virus mental de esa ideología. Esta es la gran epidemia que debe ser curada, es el cáncer que hay que extirpar. Colonizó las instituciones más importantes del mundo”.

Según su apreciación, el wokismo “marcó el pulso de la conversación global de las últimas décadas”; en este marco el Presidente fue contundente: “Hasta que no saquemos esta ideología de nuestra cultura, de la sociedad occidental e incluso de la especie humana, no lograremos avanzar en dirección al progreso; por eso hoy quiero dedicar unos minutos a destruir esas cadenas”.

Hay algo que reconocerle al mandatario argentino, introduce en sus intervenciones una supuesta solvencia intelectual cuando, por ejemplo, cita, fuera de contexto, bajo una superficial lectura, a un intelectual como Alberdi, o cuando maltrata hasta la propia Escuela Austríaca, a la que dice adscribir como libertario, incluyendo al padre del neoliberalismo Hayek. Lo mismo ha hecho en Davos al equiparar izquierda con woke.

Según Susan Neiman, autora de “Izquierda no es woke”, la izquierda y el woke son absolutamente opuestos. El woke es tribal y la izquierda universal de ahí la diferencia enorme entre ambas corrientes.

Lo que debería tener en cuenta “el pensador argentino”, devenido en presidente, que, junto a la emoción tradicional de izquierda, en el woke hay algunos supuestos filosóficos muy de derecha.

Para Nieman, es muy difícil definir woke porque no es un concepto coherente, porque depende de una escisión entre emociones de izquierda y pensamientos de derecha. Sí podemos afirmar que el término woke proviene del pasado del verbo en inglés wake, que significa despertar. En su uso moderno, se refiere a un estado de conciencia sobre las injusticias sociales y políticas, especialmente en temas como el racismo, la igualdad de género, los derechos LGBT+ y el cambio climático. El diccionario Oxford define esta palabra como “estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo”. Sin embargo, añade que muchas veces se usa de forma despectiva, para describir a quienes parecen “molestarse con demasiada facilidad” o “exagerar sobre estos temas sin generar cambios reales”.
En este contexto, woke también abarca prácticas como la “cultura de la cancelación”, un fenómeno donde se boicotea a personas o empresas percibidas como ofensivas o contrarias a los valores progresistas. Para sus críticos, este comportamiento representa una coerción ideológica que amenaza la libertad de expresión y fomenta una división social más profunda.

Contra la opinión de los fundamentalistas del fin de la historia y el triunfo del pensamiento único, la categorización de izquierda y derecha sigue vigente; en ese sentido, debemos tener en cuenta los arcos ideológicos no son iguales en todos los países. Un liberal es un ser humano de izquierda en los EEUU, tiene determinados valores universales en Europa sin cuajar en la izquierda y ambos son totalmente diferentes a los autodenominados liberales argentinos cuyo universo es muy amplio sin ajustarse fielmente al vademécum del liberalismo. En América Latina hay expresiones propias que son idiosincráticas y que responden a determinadas épocas de su historia y la existencia de líderes (Peronismo en Argentina, Varguismo en Brasil y Batllismo en Uruguay, por ejemplo) o expresiones que unen tradiciones políticas como el Aprismo de Haya de la Torre en Perú.

Ciñéndonos a las categorizaciones más clásicas el woke es una antítesis de los conceptos comunes de la izquierda:
Primero, universalismo en vez de tribalismo. La izquierda y los liberales son fundamentalmente universalistas.
Segundo, la izquierda lucha por la justicia no solo por el poder. Es difícil mantener ambas cosas separadas pero la lucha por la justicia es de izquierda. La izquierda también lucha por la igualdad.

Tercero, el progreso es posible, no inevitable. Sostener que no se ha progresado en cuestiones raciales y de género es una visión peligrosa porque lleva a la gente a desesperarse por el progreso a futuro.

Lo que llamamos woke es lo que en los ´90 se llamaba políticamente correcto. Específicamente para la Argentina, el progresismo en el período que va desde Menem a la crisis del 2001 terminó hilvanando un discurso que rozó la anti política comenzando un camino de corrimiento a la derecha, sin retorno, a partir del 2003 con la llegada del Kirchnerismo al gobierno que descolocó y desarticuló a quienes teóricamente deberían haber coincidido. Solo vaya recordar las divisiones en el Socialismo, Radicalismo y la adhesión casi plena del Partido Comunista.

En los primeros tiempos de la recuperada democracia (1984), Rodolfo Terragno, reunió en su libro “Recuerdos del presente” una serie de artículos escritos durante su exilio en Venezuela. En uno de ellos, al analizar las elecciones estadounidenses ante el triunfo de Ronald Reagan, sostenía que la derrota demócrata se debió, entre otras cosas, porque la sumatoria de la intención de representar a las minorías no resulto suficiente para llegar al conjunto de la Nación. Ese es el meollo de la política tribal de lo woke.

Woke comenzó a usarse en los años ’30 por los cantantes de blues afroamericanos para denunciar el racismo y no se usó más hasta que Trump llegó al poder.

El riesgo del “wokismo” es que parte de la sensación de desesperanza, de que casi todo lo que se podía hacer es una acción simbólica, que es en lo que consiste buena parte de lo woke.

La ultraderecha avanza por el mundo. Es peligrosa y poderosa, No le importa la justicia si no que demuestra hacer ejercicio del poder. Construye sobre la desigualdad. Sus voceros no de ponen colorados ante las cámaras al decir que el capitalismo genera desigualdades y que no hay vuelta atrás. Además, de la ultraderecha hay que señalar la intención de generar odio, de marcar estereotipos negativos, lo que es grave porque así han comenzado los genocidios históricos.

Es demasiada poderosa para que aquellos que quienes luchan por una sociedad más justa y reconocen que tratar de discutir sobre clases 150 años después, cuando en ninguna parte del mundo la clase está estructurada como lo estaba en los tiempos de Marx y Engels, tiene muy poco sentido, terminar abrevando, ideas tan justas como la igualdad de género, derechos tales como a la educación, vivienda, salarios dignos y el de todas las minorías, en testimonialismo político.

Faltaría agregar que hoy, esa ultraderecha, construye política y gana elecciones exaltando la bronca y usando algoritmos pero eso tal vez sea para otra nota. (24-01-25).

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