Un Angel en el cielo
Atahualpa Yupanqui supo de la vida de Angelito y con un amigo viajó a Patagones para conocerlo. "Este muchacho es mucho capital para arriesgarlo arriba de un caballo”, dijo.
NOTA DE NÉSTOR MACHIAVELLI EN LA NUEVA.
Vivía en Carmen de Patagones, a mil kilómetros de la capital platense y diez minutos de cruce en lancha a Viedma. Pisaba tierra bonaerense con geografía patagónica de pastos duros, espinillos, bardas, lluvia escasa y vientos fuertes.
En ese paisaje sin rastros de pampa húmeda, Angel y Nora se casaron adolescentes y formaron familia numerosa, trenzada en cuero de alma talabartera, con el condimento de la caza de jabalíes para el sustento diario, en un ambiente de silencios y sonidos de guitarra.
“Lo mío –decía Angel– es una filosofía de vida, se compone de todo. Por ahí no me siento más músico que soguero, pero sí creo que hay algo que tiene el instrumento y la música alrededor de la cual gira todo”
Rodeado de pibes chicos y esposa todo terreno, con sonido de máquina de coser, cortando y cosiendo tientos transformados en riendas, cinturones o estribos, Angelito fue encontrando sonoridades propias a la guitarra. Había mandatos, llamados de la sangre del abuelo alemán y otros dictados por el entorno familiar. Cacerías a caballo en el monte de espinas y la constancia de horas diarias dedicadas a estudio, ensayo y digitación. Todo desde el balcón de la provincia con vista a la meseta patagónica.
Angel escuchó de pibe los primeros acordes en la guitarra del abuelo Antonio y Tomás Sitanor, amigo músico que le dejó huellas perdurables. “Me acerco a la guitarra como a un potro que estás por amansar, con cuidado de no violentarla. Es un instrumento muy íntimo, madera contra el pecho y las manos, sin nada que interfiera entre el hombre y el instrumento”.
Angel tenía un lazo de sangre con el escenario que lo rodeaba y conocía como la palma de su mano. A caballo y con perros adiestrados, salía a rastrear huellas y cazar chanchos jabalíes que abundan en esa geografía. Al paisaje que le dictaba letra en clave de milongas, huellas y estilos, también lo envolvía en papel de regalo para sus hijos y nietos.
“Siempre digo que a mis hijos nunca les compré juguetes caros, no les compré juguetes, pero les regalé muchas mañanas de campo, les señalé rastros en la tierra, les mostré pájaros, les enseñé a cuidarlos”.
Discípulo de la concertista y maestra de guitarristas Irma Costanzo, admiraba la obra de Abelardo Epuyén, un intuitivo formado a la intemperie que interpretó como nadie la música patagónica cordillerana y terminó sus días cumpliendo una condena por homicidio en el penal de Bariloche.
Atahualpa Yupanqui supo de la vida de Angelito y con un amigo común viajó a Patagones para conocerlo. Por entonces era un muchacho de 30 con hijos pequeños y las secuelas de una caída del caballo que lo condenó a un persistente rengueo. Don Ata lo escuchó con atención, comprobó el influjo del paisaje en la cadencia de la guitarra, el repertorio y los silencios del soguero cantor. En el viaje de regreso por la ruta 3 a Bahía Blanca, Don Ata le dijo al amigo chofer: “mire paisano… este muchacho Angelito es mucho capital para arriesgarlo arriba de un caballo…”.
Angel siempre recordaba la vez que en el Ami 8 del poeta puanense Carlos Castello Luro viajaron juntos al festival de Cosquín. El estuche que contenía la guitarra de don Ata estaba en el baúl y a Angelito le parecía irrespetuoso colocar encima la suya. Don Ata observó que dudada, lo tomó del hombro y le dijo: “Póngala paisano para que vayan juntas conversando…”.
Desde entonces hasta que se quedó sin tiempo, Don Ata distinguió a Angelito acercando distancias con cartas o postales que le enviaba desde Francia, Japón o donde la nostalgia lo dispusiera. Las postales contenían textos breves escritos a mano con motivos de caballos y, entre tantas, había una que lo impactó, con un mandato que Angel cumplía al pie de la letra. Le escribió Don Ata: “Dios quiera paisano que la vida no lo embrete en el mundo del espectáculo, que casi no es un buen destino para un hombre libre”.
Por eso cuando alguien le preguntaba cómo andaba, Angelito respondía “acá ando, suelto”, y agregaba: “hay algunos por ahí que andan sueltos pero con la soga a la rastra y te pueden pisar la soga. Por eso lo importante es andar sin bozal, con la libertad de elegir las cosas”.
Así de simple y profundo era Angel Hechenleitner, que se quedó sin tiempo durante la pandemia, víctima del Covid.
Además del recuerdo de un gran ser humano, nos queda su perdurable obra musical.
Parafraseando a don Ata, ninguna tumba guardará tu canto… (25-04-24).