Desayuno inolvidable
Nota escrita por Néstor Machiavelli en La Nueva.
Primavera de 1985, el presidente Raúl Alfonsín en Misiones para inaugurar junto a su par brasileño José Sarney el puente Internacional “Tancredo Neves”, que une Puerto Iguazú con Fox de Iguazú. Neves fue el presidente que no fue, murió antes de asumir y por eso el puente de 500 metros de largo que une Argentina y Brasil lleva su nombre.
Enviado para cubrir la ceremonia para el diario «La Razón» viajé junto a otros colegas en el avión con Alfonsín hasta el borde de las Cataratas. Allí me encontré con Enzo Barda, “El Pulpo”, que se mudó allí para trabajar en el casino del moderno camping construido por los Lucenti, tradicional familia que le dio vida al hotel y al camping Americano de Monte Hermoso.
Barda era un personaje entrañable. A comienzos de los 70 había logrado que Dorrego tuviera una radio AM. Se dice rápido pero en ese tiempo una AM era para pocas ciudades. Bahía, Mar del Plata, contadas con los dedos de la mano las que tenían un radio AM, en tiempos donde las FM eran todavía inexistentes. Muchos jóvenes de entonces –entre los que me cuento– decidimos el futuro de micrófono o máquina de escribir por aquel emprendedor y reencontrarlo en Misiones fue un feliz coincidencia e inolvidable por muchos motivos.
Las coberturas de actividades presidenciales son cortas pero intensas. Siempre cerca del presidente, siguiendo sus pasos hasta donde la custodia y el protocolo lo permiten. En esas horas de suelo misionero con calor sofocante, parecido al de estos días insoportables, Enzo estuvo siempre cerca mío, lo presentía observando cómo me desempeñaba. Era entendible, orgullo de entrenador que tiene en cancha a un jugador formado en su cantera.
Esa mañana de noviembre antes de la inauguración del puente binacional, Enzo llegó temprano al hotel donde nos alojábamos los periodistas. Recuerdo que estábamos por desayunar con Carlos Castro, director de Prensa de Alfonsín y apareció Barda con los diarios recién llegados de Buenos Aires que había comprado para obsequiar a los colegas.
Castro lo invitó a sentarse y compartir el desayuno. Los tres pedimos café con leche y medialunas. Es habitual que en los comedores de los hoteles, en las mesas queden el set de aceite y vinagre y quesera de almuerzos y cenas junto a la azucarera y el edulcorante
Mientras comentábamos los titulares de los diarios la mesera sirvió los desayunos.
De repente siento que por debajo de la mesa, con discreción Castro me tocó la rodilla para que observe lo que estaba viendo: Enzo depositaba dos cucharadas de queso rallado en el café con leche. Con disimulo, sorprendidos veíamos que revolvía el café y al levantar la cuchara se balanceaban hilos de queso desilachados, como si fuera una pizza recién cortada.
Castro observaba incrédulo, hasta que se animó a preguntarle:
–Don Enzo perdóneme, creo que se equivocó, en vez de azúcar le puso queso rallado al café…
–Nooo.. –respondió sin inmutarse Enzo– a mí me gusta tomar café con queso…!!!
Desde ese día, cada vez que nos reencontramos en el Congreso o la Casa de Gobierno, Carlos Castro recordaba al amigo que tomaba café con queso.
Esa misma mañana en Iguazú, cuando nos levantamos del desayuno, sin testigos, le pregunté a Enzo si realmente disfrutaba el desayuno con queso en vez de azúcar.
–Nooo!! –saltó como un resorte– es intomable.
–Y entonces por qué lo hiciste..? –repregunté.
–Porque preferí que me recuerde como un excéntrico y no como un despistado que confundió queso con azúcar. Por eso decidí tomarlo sin chistar… (07-02-24).