Otra vez el boliche de siempre

Escrito en Facebook por Néstor Machiavelli

Transcurría la Fiesta de las Llanuras y una tarde, ya atardecida pero antes que anochezca, un puñado de invitados fuimos llegando al boliche de Fradejas a saborear el tradicional cinzano con fernet, soda de sifón y maníes con cáscara.

Hilda, la hija del viejo cantinero, reabrió el templo para nosotros. Permanecía cerrado desde el día que Don Armando se hizo silencio. Hace 25 años en ese lugar filmamos la inolvidable historia Enzo Barda y sus amigos en la misma mesa de madera que con achaques, aun sigue de pie.

Hilda nos había invitado, quería compartir un rato con nosotros en ese pequeño mundo donde transcurrió la vida junto a sus padres.

Allí fuimos y disfrutamos entre recuerdos y el futuro de restauración y centro cultural que imaginamos y merece este lugar centenario y emblemático de los pueblos de campaña, que el año pasado fue declarado sitio histórico de la ciudad.

Con la excusa del cinzano y los maníes, junto a la familia Fradejas compartimos el momento con Daniel Civardi y los jóvenes veteranos de la Peña Eduardo Reyes y Nenucha Rusconi.

Mientras saboreaba el aperitivo me parecía escuchar a Zitarroza, con letra de Yamandu Palacios, recordando a los boliches nocturnos,
amarillos de sueños perdidos,
quinieleros de suertes extrañas,
azulados en humos y vinos.

Y veía detrás del mostrador a las viejas radios que rezongan canciones, a un Gardel arrullando su trino,
y en la mano madera de un tango,
un borracho camino al ayer.

Los boliches tienen nombre propio, identidad que no la determina el mobiliario, la fachada. La clave es el bolichero, eterno protagonista de la misa diaria detrás del mostrador, silencioso y siempre atento a copas vacías. El bolichero es sacerdote en el boliche, reparte el vino, observa desde el púlpito de estaño a feligreses que se congregan en mesas desvencijadas o en rueda de mostrador y escucha silencioso las confesiones de desdichas y dolores de parroquianos pasados de copas.

Don Armando Fradejas era todo silencio, prudencia y discreción. Ni una palabra de más, las justas y necesarias en mañanas y tardes de mostrador concurrido, de tute cabrero al mediodía y truco al caer la tarde, entre el regreso del trabajo y la vuelta a casa. En la estantería de bebidas a la vista, decorado perfecto del escenario del bolichero, En el mostrador la escena se completaba con un rejuntado de vasos de diferentes formato y estatura, platitos de copetín, escarbadientes, porotos brillosos de contar envidos y trucos, ceniceros con puchos y cáscaras de maní.

Era un mundo simple de mortadela y queso cortados en cubo, de hombres de trabajo y muchos sin trabajo, solo hombres, sin cupo femenino, salvo la esposa del bolichero en fugaces apariciones de actriz de reparto.

Y Zitarrosa que reaparece en el cierre:
El boliche conversa en silencio
Sus palabras de vidrio y tabaco
Cuando llueve las sombras florecen
Desolados versos de papel…

Y otra vez vuelvo a buscar
Boliche viejo
En tu ayer
Lo que nunca volverá… (14-11-23).

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