Loco, pero no tanto

Carlos Bodanza para Mañanas de Campo

Para mi será difícil volver a reirme en “las filas” de las exposiciones, ahí, en lo que llamamos, “la cocina de las juras”. Me va a costar porque ya no estará el que siempre me manoteaba la cámara y me sacaba una foto a contra cara. No va a estar “el loco” y con eso, ni Palermo, ni Bordeu, ni mi wasap, ni Faro, serán lo mismo. Claro que no.

Así como apareció un día en mi vida, así se fue. De improvisto, como era él. Con su risa, con su temperamento, con esa personalidad única que lo hacía así, loco, pero no tanto.

La llegada al campo siempre era un interrogante. “Donde estará?”era la pregunta obligada que me hacía a mi mismo. Por eso, la primera mirada era hacia la manga, ahí frente al galpón o al lado de los corrales, la radio con música al palo, era un clásico. “Vení, vení, agarrate el cepo”, se escuchaba el grito del fondo, mientras azuzaba los toros en los corrales. Y ahí, había que hacer de todo: el visitante siempre era la excusa ideal para laburar un rato. Tareas? Las que se te ocurran, si no había que marcar –de los primeros que conocí marcando con nitrógeno líquido- , había que peluquear, otras tactar, sangrar o armar el catálogo, porque de atar las vaquillonas al palenque, había que ir hasta la computadora para “ver que te parece el orden de venta”. Todo, hacía absolutamente todo.

“Venite, venite y charlamos de Palermo” era la invitación en el casual llamado de pasada, cuando por ahí la ruta me agarraba cansado y ya sin ganas de llegar a Bahía a la nochecita. El campo a oscuras y allá a lo lejos un ruido a maquinaria y la clásica, “este loco me dijo que pase y está en otra cosa”. “Subi, subí” y ahí empezaba otro de los tantos viajes: sembrando en plena noche, picando sorgo a media mañana y hasta cosas insólitas por demás divertidas.

La vieja Toyota con el arranque muerto y un paseo inaudito. “El Negro”, se disponía ir con el tractor hasta el fondo del cuadro: “llevanos” le dijo el loco, agarró una soga, ató la camioneta al tractor y la recorrida fue de tiro con la camioneta, charlando, mirando las pariciones, mientras el negro movía la cabeza, pensando para si mismo la locura inaudita de tener que pasear de tiro a su patrón.

Por eso no era de extrañarse que en el parabrisas de la chata, hubiera una rama en forma de horquilla: al llegar al eléctrico, sacaba la mano y ahí estaba el pasador casero, nada de bajarse y andar pisando o levantando los alambres. Todo era distinto, todo tenía su marca: los esquineros hechos con tambores de plástico llenos de agua para mantener tirante un eléctrico, sus piquetes particulares, su hablarle a los toros, mimándolos, agarrándoles la cabeza para darles un beso, cada uno con su nombre original, cada uno cargado de los sueños que cada año, el repetía sin temor a nada, le gustaban a el y punto, con eso a él sobraba.

Pocas veces vi alguien con tantas convicciones de lo propio, a el como nadie le cabía el “morir con las botas puestas” y eso hizo, con su laburo, con su cabaña y hasta con su vida. Por eso odiaba la grasa en sus animales, para él, eran un insulto a la funcionalidad. No le temía a nada, porque supo estar ahí arriba, supo lo que era la gloria de la arena de Palermo como nadie, con dos toros, con dos toros diferentes y miles de ejemplares pasando por la pista con su prefijo de Sanfer Performa coronando grandes campeones. Por eso, enfrentarlo, era chocar con un tipo que con conocimientos, era imposible de correr. Enfrentarlo, era chocar con la más brutal de las sinceridades, carente en absoluto de diplomacia y sin vergüenza a decirle a cualquiera lo que pensaba.

Ya no más lomos Isoly en Albores, ya no más “papas Barcelona” -esas que tanto le divertían hacer- ya no más el galpón cargado de más sueños para sus futuros almuerzos, con su venta única, engalanada con los mejores ejemplares a bozal, en sus siempre disfrutadas ventas.

Se me fue el loco y la puta que lo voy a extrañar. Pero su paso no fue en vano, porque dejó mucho, mucho más que un Barza y un Facón. Dejó un mensaje de pasión, de cómo vivir y respirar campo, de cómo ser un vaquero en plena llanura, un loco por la cabaña, por la cría y por el Angus. Se fue mucho más que un loco, se fue un verdadero grande de la ganadería Argentina. Hasta siempre loco, por las buenas y las malas, lo lograste, no vas a ser fácil de olvidar. Gracias por tanto.

(*) Dedicado a la memoria del Dr Ariel Barcelona – Titular de La Rosa María (Fuente: Infosudoeste). (07-03-22).

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