El modelo Buenos Aires

POR BERNARDO BLÁZQUEZ DI CROCE (*)
La semana pasada los intendentes de la UCR de la provincia de Buenos Aires realizaron un cónclave en la ciudad de Saladillo, cuna radical por antonomasia, de donde surgieron líderes de la talla del Titán Armendáriz, Carlos Antonio Gorosito (quien condujo sus destinos desde 1991 hasta 2015) y que en la actualidad está gobernada por el también radical José Luis Salomón.
La cita se dio con motivo de realizar un documento y empezar a marcar la cancha para la reelección del binomio Vidal-Salvador. Claramente, un gesto de poder territorial del radicalismo que ve después de mucho tiempo una línea única de acción en la provincia.
El “modelo Buenos Aires”, como lo llamó en su momento Humberto Schiavoni, presidente del PRO a nivel nacional, busca ser imitado en la fórmula nacional, incluso el mismo Schiavoni habría dado su visto bueno para que la fórmula presidencial sea Macri y, de ser un radical, quien estaría en condiciones de ocupar la candidatura a vicepresidente sería el mendocino y presidente del Comité Nacional, Alfredo Cornejo. Según el mandamás del PRO, ese modelo, el Buenos Aires, es muy exitoso y no vería con malos ojos que se nacionalice. La cuestión de fondo es para qué.
El simple hecho de ocupar casilleros como si se tratara de un juego de mesa tal vez sirva, sí, porque los espacios de poder traen aire fresco para nuestros lares, como así lugares de decisión y una mayor caja para nuestro partido que debería traducirse en mayores oportunidades para hacer política de manera correcta. Pero el famoso modelo Buenos Aires no debe exportarse por ese simple hecho de hacer política por los lugares, lo que en realidad debe exportarse es el modo de hacer política, una política pensada en la ejecución de políticas públicas que pugnen por una igualdad social.
Hace un tiempo el ex presidente de la Juventud Radical en tiempos de la Junta Coordinadora Nacional, Jesús Rodríguez, dijo en una entrevista que veía con buenos ojos que se hagan encuestas y mediciones de opinión pública para los tiempos electorales, pero que para la de política pública no se puede apelar a los humores sociales. Allí, para las políticas públicas, recomendó “seriedad, estudio, análisis, y proposiciones, no humor social”.
Si tuviéramos que trasladar esa máxima de no humores sociales en las políticas públicas, creo que el gobierno provincial se acerca mucho más a ese ideal que el nacional. Bien sabemos la incidencia de Jaime Durán Barba sobre el presidente, y, además, tenemos otro mago de los números como jefe de Gabinete de Ministros, Marcos Peña, aquel con el que el radicalismo tanto choca. Será por una cuestión de principios, pero el hombre poderoso del gabinete es un asociado a esto de gobernar con los humores sociales.
En cambio, en la provincia, tenemos no sólo a Vidal, sino que está Salvador. Honestamente no lo veo haciendo estudios de opinión pública para tomar tal o cual medida, porque tiene una tradición militante que lo antecede con un partido de más de 120 años a cuestas. Con un radicalismo que, como muchas veces, le cuesta modernizarse y aggionarse convirtiéndose en ocasiones la falta de actualización en un lastre, pero este manto de tradicionalidad en el radicalismo hace que jamás un radical de trayectoria entrase en la era new age y se pliegue a esta onda cool de gobernar a través de los gráficos de opinión. Lo dejamos para las elecciones, y eso, los radicales bonaerenses lo tenemos bien presente. Sabemos de nuestras limitaciones comunicacionales, pero poco a poco vamos adoptando las nuevas herramientas y vamos, con trabajo de hormiga haciendo un trabajo de ramificación con ellas.
Ahora bien, retomando el argumento central, cuando Schiavoni habló de imitar el modelo Buenos Aires, a ciencia cierta no sé por qué lo dijo. Si hablaba por una cuestión de convivencia armónica o por una cuestión de territorialidad aprovechable para las próximas elecciones. La razón central que tenemos que tener presente es que desde nuestro lado, la discusión no se puede limitar a los cargos, porque sino pareceríamos viejos parroquianos de boliche contando los porotos del truco. Cuando hablan de exportar nuestro modelo, es un modelo donde, a la hora de gobernar, tienen que primar la razón, la cautela y donde los humores sociales, la opinión, pasen a un segundo plano. Hablamos de una refundación, de un nuevo acuerdo político, donde, si hay un radical, que no sea mero cartel, y menos que menos esté simplemente por ambiciones personales, sino para gobernar para los propios y para los ajenos, con criterio. Ese es a mi entender, el modelo Buenos Aires, política pública con seriedad, estudio y análisis; y menos encuestas. Más política y menos marketing. En ese sentido tenemos mucho para aportar.
(*) Publicado en el portal El Correligionario.



