LA DORREGO

«Volví a las islas y encontré una carta de mis padres en el campo de batalla»: el relato de un ex combatiente

Alejandro D'Andrea recordó el hambre, el día en el que vio morir a sus amigos y el momento en el que le dijeron: "Se terminó, perdimos".

Nota de Florencia Tozzi en Big Bang News

Alejandro D’Andrea estuvo a tan sólo un paso de darse de baja del servicio milita, pero cuando le faltaban pocos trámites para lograrlo, comenzó a ver por la televisión cómo los argentinos celebraban en Plaza de Mayo la recuperación de las Malvinas, hasta que un pensamiento se apoderó de su cabeza: «¿Y si nos toca ir a nosotros?». Dicho y hecho, cuatro días más tarde los citaron en el regimiento para darles la noticia de que debían viajar a la guerra.

Más de 70 días con escasa comida, compartiendo una lata entre cuatro personas, vigilando, arriesgando y salvando su propia vida, sin bañarse, con poca indumentaria y no apta para la guerra. Eso fue lo que le tocó vivir a D’Andrea, quien con tan sólo 19 años vio morir a sus propios compañeros frente a sus ojos, algo que en el después, le llevó seis meses de tratamiento psicológico para sanar.

«Cuando volví, dormía en una alfombra tirado en el piso porque no podía estar arriba de la cama. No me acostumbraba. Tampoco quería verme con nadie y prefería estar solo», le comentó a Big Bang. La solución se la acercaron sus padres, quienes le ofrecieron comenzar un tratamiento en el Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda para poder salir del pozo depresivo el cual se vio sometido luego de la guerra.

Los días fueron duros pero algo cambió cuando, años después, se reencontró a través de una red social con otros tres compañeros que también formaron parte de la guerra. En el 2007 partieron rumbo al lugar que les marcó y les dejará una huella de por vida en su alma.

«En la guerra recibí una sola carta. En el 2007 cuando volví a ir la busqué y la encontré. Estaba en el mismo lugar. Fue terrible encontrar eso. Fue como encontrar una reliquia porque era la única carta que me daba el aliento para no caer», dijo, y agregó: «Viajar fue tener dos sentimientos encontrados: alegría y tristeza. Alegría por pisar el suelo argentino y tristeza por ir al cementerio de Darwin y ver todas las cruces, los compañeros fallecidos, ver cómo quedó el campo de batalla, los disparos, las bombas, las luces. Es como que perdés el conocimiento y el control de tu mente».

-¿De qué manera vivís cada 2 de abril?

-Es un día de reflexión, no es un día de festejos ni victorias ni nada. Es un día para reflexionar porque lo veo correcto que Malvinas nos corresponden, pero el Gobierno militar en su momento nos trajo un retraso sobre el reclamo soberano. Entonces el 2 de abril lo considero así por la recuperación de si las Islas Malvinas fue bien hecho o mal hecho. Si fue bien hecho, trajo una cantidad de hombres que fallecieron con heridas y secuelas, una juventud que nos trajo un abandono durante 10 años con problemas psiquiátricos, suicidios, drogadicción y alcoholismo, que también termina en la muerte. Para mí es un día para pensar en los muchachos que quedaron allá en Malvinas como en cualquier lado.

-¿Te quedó algún amigo o compañero?

-Sí, yo de hecho volví a ir a Malvinas en el 2007 con cuatro compañeros que habíamos estado en el mismo lugar y padecido el conflicto bélico de la guerra. Nos reencontramos a través del Facebook y nos planteamos volver para cerrar un capítulo. Fueron dos sentimientos encontrados: alegría y tristeza. Alegría por pisar el suelo argentino y tristeza por ir al cementerio de Darwin y ver todas las cruces, los compañeros fallecidos, ver cómo quedó el campo de batalla, los disparos, las bombas, las luces. Es como que perdés el conocimiento y el control de tu mente. Vos buscás sobrevivir y salvar a tus compañeros entonces perdimos la noción de lo que había sido.

-¿Ahí caíste en la cuenta de todo lo que te tocó vivir?

-Exactamente, vimos todos los pozos, las bombardeadas, la cantidad de municiones por todos lados, los pozos donde habíamos estado. Yo por ejemplo me había comprado todo un equipamiento para ir al frío y con eso mismo teníamos un frío bárbaro. Es como que decíamos como podíamos estar ahí con eso… y claro, era la ansiedad de los 18 o 19 años de estar ahí y superar el frío y el hambre para poder volver a casa.

-¿Qué sentimiento tuviste cuando comenzaste a proyectar ese viaje?

-Estaba muy ansioso, eran muchas emociones juntas. Quería que llegue el día para viajar así que cuando llegamos con el avión y veíamos la pista de aterrizaje se me caían las lágrimas. Cuando fuimos al cementerio de Darwin nos emocionamos y llorábamos de tan sólo pensar en nuestros compañeros y en que debajo de esas tumbas también podíamos estar alguno de nosotros.

-¿Cuál fue tu reacción cuando te enteraste que ibas a ir a la guerra de Malvinas?

-Yo justo estaba por darme de baja y nos enteramos que se había recuperado Malvinas y veíamos por la televisión que la gente festejaba en Plaza de Mayo pero de repente empezamos a pensar en que eso estaba bueno pero a la vez nos mirábamos entre los soldados y decíamos «ojo que nos puede tocar a nosotros»… y ahí la cabeza empezó a jugar y pensar en que iríamos y actuaríamos como lo hacíamos cotidianamente sin tomar mucha conciencia de lo que realmente iba a suceder.

-¿Cómo te notificaron?

-A los cuatro días de la recuperación de Malvinas nos reunieron a todos en un playón que había en el regimiento y nos dijeron que nuestro regimiento había sido convocado para ir a Malvinas y que teníamos que preparar todas las cosas. Lo que teníamos era todo un equipo de ropa que habíamos ido a hacer una instrucción en La Pampa que hacían 38° o 40°. Con ese equipamiento nos mandaron a Malvinas. Salimos del regimiento con colectivos y camiones, nos cargaron unos aviones de Aerolíneas Argentinas, nos sentaron a todos como en fila india y ahí despegó el avión. Aterrizamos en Río Gallegos, pensamos que nos quedábamos ahí y no. Nos dieron una campera muy abrigada pero no era impermeable porque en teoría ahí no llovía y nos cargaron arriba de unos aviones de la fuerza aérea y de ahí fuimos a Malvinas. Cuando llegamos hacía frío, viento y llovizna que picaba como si fuese nieve. Ya ahí estábamos con todos los armamentos, ropa y todo y nos hicieron caminar 20 o 25 kilómetros sobre los montes con los helicópteros todos parados de costado, lo cual nos hacía dudar de por qué caminábamos tanto teniendo eso a disposición. La respuesta fue que pasamos por el Puerto Argentino y querían que nos vieran desfilar. Ahí tomamos posición en los lugares.

-¿Cuál fue la reacción de tu familia?

-A mi mamá la vi de lejos porque cuando se enteró llamó a mi papá que pidió permiso en su trabajo y vinieron con el auto a despedirme, pero cuando llegaron yo ya estaba arriba del camión y me saludaron de lejos porque reconocí el auto. Esa fue nuestra despedida.

-¿Pudiste comunicarte con ellos a través de cartas?

-Una sola carta recibí. Yo todas las noches la leía porque era lo que me hacía levantar la moral, leía las palabras de mi vieja, veía el cielo y era como que los veía a ellos dibujados ahí. Yo pensaba en que se queden tranquilos porque iba a volver. La leía y después la metía en una bolsita de nailon y la guardaba en una especie de estante que hice adentro del pozo. El último día de combate esa carta quedó ahí escondida. En el 2007 cuando volví a ir la busqué y la encontré. Estaba en el mismo lugar. Fue terrible encontrar eso. Fue como encontrar una reliquia porque era la única carta que me daba el aliento para no caer. La guerra es algo terriblemente cruel, la generan los viejos y la pelean los jóvenes. Lamentablemente los viejos que la generan son amigos y la pelean jóvenes que no se conocen y los mandan sin preguntarles.

-¿Qué decía esa carta?

-Decía algo así como: «Hijo querido, papá, mamá y tus hermanos te vamos a seguir esperando. Tratá de cuidarte…». Me acordaba de cuando iba al colegio y mi mamá me decía que me quedara tranquilo que en la prueba me iba a ir bien. Eran las palabras de mi vieja que me daban el empuje para estar ahí. Me sirvió muchísimo. Yo pensaba en que el conflicto iba a pasar y que rápidamente iba a volver a mi casa.

-¿Cuáles eran las órdenes que tenías en la guerra?

-Estar adentro del pozo y estar de noche en la guardia vigilando era lo que más nos decían. Nosotros éramos cuatro y uno se quedaba vigilando mientras otros dormíamos entre cuatro y cinco horas. No se veía nada, los ingleses tenían unos visores nocturnos y nosotros teníamos uno cada 200 soldados o uno por regimiento.

-¿Cómo subsistían en cuanto a la comida y la ropa que tenían?

-El alimento llegó hasta el 1 de mayo. Después de ahí se cortó la línea de abastecimiento porque comenzaron los bombardeos de los ingleses entonces la comida no llegaba. Lo que conseguíamos lo repartíamos entre los cuatro. Si conseguíamos algo enlatada, era para todos. En nuestro regimiento, que era de la Provincia de Buenos Aires, no teníamos la ropa adecuada, nosotros ni siquiera teníamos borcegos, era la ropa que usábamos en el servicio militar entonces el frío te pasaba por todos lados. Encima, nosotros estando en los pozos, el agua surgía y teníamos todos los pies mojados, las medias y hasta los zapatos. Lo que hacíamos era tratar de quedarnos descalzos en la noche para que se sequen porque algo que pasó es que a muchos por tenerlos mojados se les hicieron como pozos en la piel y tuvieron que ser evacuados por quedar en carne viva que no podían ni pisar. Era toda la planta y el pie dañado.

-¿De qué manera se atraviesa la pérdida de un compañero en el campo de batalla?

-Fue muy terrible. Uno de los muchachos que yo siempre tengo presente, vivía en Wilde y se llamaba Alberto Juárez. Con él siempre viajábamos juntos, él me esperaba, yo le hacía señas en el colectivo y compartíamos el viaje hasta La Plata. Lamentablemente el día de un bombardeo muy intenso de la flota naval inglesa, le cayó encima, se le abrió el casco y le abrió toda la cabeza. Verlo caído ahí fue terrible. Lo único que pudimos hacer con un compañero fue agarrar una especie de paño que con eso se armaban las carpas y taparlo hasta que pase el bombardeo. Una vez terminado lo cargamos y lo llevamos para un cuartel antiguo en donde se lo llevaron y apareció en el cementerio de Darwin aunque no sabemos qué destino tuvo su cuerpo.

-¿Qué pensaste en ese momento?

-Ahí se te cruza todo por la cabeza. Al ver el bombardeo de los ingleses sentís primero el zumbido de la bomba y cuando cae la luz de la explosión y el pozo donde estábamos temblaba todo. Ahí rezábamos para que no cayera la bomba en el pozo. Era todo el tiempo una incertidumbre de saber si íbamos a seguir con vida o no. Para colmo, después del 1 de mayo todas las noches empezaban a partir de las 9 de la noche el bombardeo hasta las cuatro o cinco de la mañana. Te hostigaban hasta el cansancio.

-¿Qué hacían ustedes en ese momento?

-Nos quedábamos adentro del pozo esperando que no cayera la bomba en el pozo, sufriendo porque no sabías qué más estaba pasando y por otro lado, resistiendo y esperando a que no pasara lo peor.

-¿Cómo fue el momento en que les avisaron que se había terminado y ya debían volver?

-Nosotros caemos prisioneros y nos llevan para Puerto Argentino, ahí nos meten adentro de unos galpones y no sabíamos qué pasaba. Había uno de los muchachos que hablaba bien en inglés y hablaba con algunos de los soldados ingleses que estaban ahí de guardia custodiando que no hagamos nada raro. Él le decía que éramos soldados conscriptos, que éramos de la colimba y el inglés nos preguntaba por qué defendíamos nuestro territorio y nosotros le decíamos que era «por la Patria, por la bandera, por San Martín, por Belgrano…» y ellos nos decían que estábamos locos porque ellos eran un ejército pago y venían «por la paga y por la reina». Nos dijo que nos quedemos tranquilos porque estaban negociando para llevarnos a territorio argentino y que nos iban a llevar a Uruguay. A las dos de la mañana hicimos una fila, había una mesa de la Cruz Roja, subimos a un buque de ellos y de ahí nos confirmaron que íbamos a ir a Puerto Madryn.

-¿Cómo fue esa llegada?

-Primero, cuando llegamos al barco, lo primero que sentí fue que estábamos en un crucero. Podernos duchar, higienizarnos, teníamos una mugre y un olor que no aguantábamos después de estar más de 70 días sin bañarnos. Nos dieron como una sopa que para mí fue como un tranquilizante porque nos volvió el calor al cuerpo. Cuando llegamos a Puerto Madryn, nos hicieron bajar y subir en camiones y colectivos, cuando agarramos la ruta, la gente nos aplaudía y nos corría para darnos un pan, rosca… la gente corría y estaba desesperada por darnos algo de alimento. Fue una alegría inmensa.

-¿Cómo fue tu vida posguerra?

-Fue difícil porque cuando hice el servicio militar nunca pensé que iba a ir a una guerra. Yo había empezado la carrera de ingeniería y me gustaba hacer cosas de adolescente, no había elegido una carrera militar. Volver me costó muchísimo por todo lo que viví, lo que ví y me trajo un trastorno muy grande. Yo no podía dormir en la cama de mi casa, dormía en una alfombra en el piso hasta que me acostumbré al colchón. Me quedaba encerrado y no quería tener contacto con nadie hasta que mi papá habló con un vecino italiano que también había venido de la guerra y lo aconsejó a que me lleve con un profesional para que me ayude. Entonces mis viejos me consultaron si yo quería eso y acepté. Fui a ver a un señor que era el director del Hospital Borda, él me comenzó a hablar y me citó para que vaya a hacer una terapia al hospital que me llevó aproximadamente seis meses con una medicación de por medio y todo. Eso fue lo que me ayudó a empezar a superar lo que viví y el amor de mi familia que me hizo poder salir del pozo depresivo en el cual yo estaba.

-¿Desde el servicio militar no te ofrecieron asistencia psicológica?

-No, nada. Los que nos mandaron desaparecieron. No se preocuparon ni en qué situación estábamos, ni qué nos había pasado, cómo estábamos. Nunca hicieron nada. Cuando fuimos al regimiento para que nos den la última baja nos devolvieron el documento y nunca más. Fue como un «listo y gracias». Para colmo, yo tenía la mochila pesada de haber ido a la guerra y cuando uno quería buscar trabajo te sacaban antecedentes y no te querían tomar en ningún lado por vernos como personas «complicadas» por haber estado en la guerra. Nos decían que podíamos tener algún «disparador de guerra».

-¿Por cuánto tiempo te pasó de no conseguir un trabajo?

-Me costó pero desde el Hospital Borda me ayudaron a conseguir un trabajo porque lo importante era que yo pueda ocupar la cabeza en otra cosa y que mi mente no esté pensando en otra cosa. Era importante que yo tenga una ocupación y otras cosas, todo era un complemento para hacer así que me consiguieron un trabajo en una obra social de oficinista y eso también me ayudó.

-¿Y continuaste durante mucho tiempo ahí?

-A los dos meses me salió trabajar en una empresa de energía eléctrica que era lo que a mí me gustaba porque yo había estudiado en una técnica electromecánica y cuando quise estudiar ingeniería eléctrica sucedió lo de la guerra. En ese trabajo tomaron a un montón de muchachos que habíamos estado en Malvinas, creamos como un grupo entre nosotros y nos mandaron a la calle a hacer pozos hasta que vino un maestro que manejaba a toda la gente de la calle que dijo delante de todos: «¿Cómo puede ser que manden a estos muchachos que estuvieron en Malvinas a hacer pozos? ¿Justo pozos? Les van a recordar los momentos donde estuvieron en las trincheras. Acá ellos no pueden estar, tienen que ir a lugares técnicos». Y la verdad que sí, nos pasaba eso de llevarnos otra vez a todo lo vivido. Así que tuvo una muy buena idea.

-¿Te costó continuar con tu vida normal?

-Yo después de eso ya pude vivir mejor. Esa empresa se privatizó y me tuve que ir en la reducción personal. Después seguí haciendo mantenimiento eléctrico en otro lugar que la agarró la crisis del 2001 hasta que pude conseguir ingresar a la Municipalidad de Avellaneda trabajando de aquello y me pude jubilar. Fue una tranquilidad.

-¿Te cuesta al día de hoy hablar sobre lo vivido en Malvinas?

-Ya no, pero al principio sí me hacía muy mal. Una de las partes de la terapia que me hizo bien fue sacar hacia afuera todo lo malo que uno vivió pero sin odio. Yo siempre digo que transformo lo que es la guerra, el odio y la bronca en conocimientos para los chicos, para las próximas juventudes y que no es todo buscar un conflicto o una guerra por recuperar algo. Hay otras formas pero con firmeza. Sobre Malvinas lo primero que yo honro son mis compañeros caídos. Ellos, su familia y honrarlos porque dieron su vida tan joven por su bandera, que es lo que a mí más me duele cuando no se respeta esta causa.

-¿Por qué se te ocurrió realizar una página sobre lo ocurrido en Malvinas?

-La hice cuando empezó aparecer el Facebook en Argentina y vi que algunos utilizaban la red para hacer páginas y grupos, así que se me ocurrió hacer algo para mantener viva la memoria de la guerra de Malvinas, siendo algo creado por mí con el nombre de Avellaneda, que es donde siempre viví. Su fin es conmemorar hechos históricos, la caída de algunos hombres de Avellaneda y de los restantes, noticias de actualidad de los Gobiernos, qué hacen por la causa…

-¿Cómo crees que están manejando la causa ahora?

-Desde que empezó la democracia, los diferentes gobiernos que fueron pasando fueron cambiando el rumbo del reclamo genuino que nos corresponden por legítimos derechos históricos y geográficos del tema de la causa Malvinas. Hubo gobiernos que puntualizaron e insistieron sobre la causa y otros le dieron una importancia por compromiso reclamándola porque saben que el pueblo lo lleva en su corazón porque Malvinas pertenecen al territorio argentino.

-¿Cada Gobierno actúa de distinta manera?

-Sí y yo lo veo mal. Tendría que haber un acuerdo general de los partidos mayoritarios políticos y darle una dirección. Hablamos siempre de una dirección política y en paz de reclamo soberano en paz. (02-04-24).

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