Sobre las palabras de Acuña: ¿se puede gobernar lo que no se conoce?
Por Minerva Mastroiani – Docente, Lic. en Ciencias de la Educación (*)
¿Se puede gobernar lo que no se conoce? ¿Se puede gobernar lo que se desprecia? Nadie debería estar a cargo de un área como educación sin conocer profundamente el sistema escolar, la labor de lxs educadores y las características y derechos de sus protagonistas: niños, niñas y adolescentes que van a las escuelas a aprender, a formarse en un sentido amplio. Soledad Acuña no conoce el sistema escolar(sus enormes logros, sus históricas deudas)y tiene una idea muy sesgada de los problemas de la educación argentina y de la Ciudad. Lo más preocupante es que, al mismo tiempo que ignora, sustenta sus posiciones en prejuicios mostrando recurrentemente un profundo desprecio por los y las trabajadorxs de la educación. Las ideas que la Ministra expone en la entrevista no son otra cosa que las nociones que cimientan sus políticas (en cuanto a las modalidades y los contenidos). Allí hay total coherencia. Quizás deberíamos agradecer que sus burdas posiciones salgan a la luz y no queden ocultas tras la pátina del marketing. Acuña planteó siempre las políticas de manera verticalista, sin promover ningún espacio de participación o consulta con lxs sujetos de la educación. Los planes y proyectos son implementados con fórceps, como un puro ejercicio del poder que se detenta. En este esquema directoras, directores, maestras y maestros son concebidos como meros ejecutores. Acuña no quiere docentes que piensen, que propongan, que discutan, que defiendan sus perspectivas, que compartan su experiencia(forjada en la práctica y la reflexión), sino que ejecuten y obedezcan.
El mito de la educación como proceso aséptico y apolítico
La educación tiene una dimensión política innegable: es un proceso de formación de los seres humanos, de manera que siempre está presente una noción sobre qué sujeto se quiere formar, para qué mundo, para qué realidad…Esto no es una novedad. Sin embargo, Acuña ve lo político como un problema, no como un rasgo inherente a los procesos educativos. Cree que puede haber un contenido escolar que sea aséptico. Pero el conocimiento es siempre una visión del mundo, de las relaciones sociales, de la realidad. Así, confunde el sentido político de la educación con una “bajada de línea”, con un atropello hacia lxs estudiantes en los cuales los maestros imponen sus visiones parciales y partidarias. Es una muestra más de una tarea más amplia y consistente a lo largo de la gestión educativa del PRO en la Ciudad: la demonización de las y los educadores.
El problema no es el aprendizaje sino la enseñanza
Quienes trabajamos en educación, quienes defendemos la educación como derecho social y quienes estudiamos este campo de la realidad, sostenemos hace tiempo la idea de la centralidad de la enseñanza. No es ninguna novedad que ahí está la clave de muchas dificultades para aprender. Acuña lo plantea, desafiante, como si se tratara de un descubrimiento personal, un hallazgo que revela lo que estaba oculto. La diferencia es que, en su discurso, sostener que el problema es la enseñanza es decir que las y los maestros no saben enseñar o enseñan mal.
Desde nuestra perspectiva, mejorar la enseñanza es algo que nos desvela y sigue mereciendo renovar las propuestas, investigaciones, espacios de reflexión y de trabajo colectivo. Esto implica garantizar recursos, políticas participativas, mejores condiciones para la labor docente, condiciones salariales dignas. Nunca es un enunciado para culpabilizar a lxs docentes.
…El aula es el espacio donde docentes y estudiantes comparten un tiempo de trabajo. Las prácticas de enseñanza, en sus diversos aspectos, son un objeto que merece seguir siendo analizado, comprendido, estudiado. Sin embargo, la sospecha que desliza Acuña es que dentro de las cuatro paredes del aula las y los chicos están sometidos a un ejercicio de imposición: el perverso accionar de docentes politizados que inculcan sus ideas a niños, niñas y adolescentes victimizados…».
El aula es un espacio opaco donde los docentes ejercen un acto de imposición sobre los chicos
El aula es el espacio donde docentes y estudiantes comparten un tiempo de trabajo. Las prácticas de enseñanza, en sus diversos aspectos, son un objeto que merece seguir siendo analizado, comprendido, estudiado. Sin embargo, la sospecha que desliza Acuña es que dentro de las cuatro paredes del aula las y los chicos están sometidos a un ejercicio de imposición: el perverso accionar de docentes politizados que inculcan sus ideas a niños, niñas y adolescentes victimizados. Primero, lxs estudiantes no son sujetos pasivos. No desconocemos que el vínculo pedagógico es un vínculo asimétrico, que puede ser analizado en términos de poder. Es una relación construida entre un adulto que está autorizado por una institución para enseñar y muchos que están allí para aprender. No obstante, las y los alumnos asisten a las clases con sus perspectivas, ideas, experiencias de vida, deseos, pensamientos, culturas. No son una página en blanco. Segundo, las aulas y las escuelas pueden ser lugares de relaciones verticalistas, donde persistan prácticas autoritarias. Pero también pueden ser espacios de debate, de discusiones, de sentidos que se cruzan, refuerzan, disputan. Es decir, también son lugares donde las relaciones democráticas se aprenden, construyen y deconstruyen. Como nos enseñó la sociología de la educación, son territorios en disputa. Por último, Acuña oculta que el sistema dispone que la tarea de los docentes tenga el acompañamiento, el seguimiento y la evaluación de directivas, directivos y supervisores. Al acusar a las y los maestros de sus prácticas perversas, está también denunciando a la tarea directiva y de supervisión por ausencia o inutilidad.
La delación como práctica que mejorará la educación
Acuña no quiere una comunidad educativa que se constituya como red, en la cual todas y todos participen colaborativamente desde su especificidad, en función de objetivos compartidos. El ideal de la Ministra es un conjunto de individuxs que desconfíen unos de otros y se denuncien, entre los cuales no haya posibilidad de construir una trama. Además de la perversidad de esta aspiración, Acuña no pudo o no quiso ver que, desde que llegó la pandemia, docentes y familias construyeron una red de solidaridad que, en la Ciudad más rica del país, se forjó para intentar compensar lo que el gobierno no garantizó. El trabajo conjunto de docentes, directivas, directivos, miembros de las cooperadoras y familias permitió reforzar la miserable ayuda alimentaria llegaba para los sectores más necesitados. Quien no se puso al frente de esta emergencia para sostener, acompañar, apoyar, escuchar, brindar soluciones, para garantizar la continuidad pedagógica sin presencialidad, ahora promueve que madres y padres denuncien a las y los docentes de sus hijxs.
Este es su lema: la educación mejorará si las familias vigilan y denuncian a lxs maestrxs. En suma, la delación como solución a los problemas de la enseñanza. Muchas cosas más se podrían decir sobre el pensamiento de Acuña que, como dijimos, es la base de su política educacional. Estas son solo unas líneas que buscan sumarse a la discusión pública y pretenden disputar algunos significados expresados la Ministra, para oponerles otros, forjados en el pensamiento, la práctica y el respeto por todxs quienes estamos involucrados e involucradas en la educación pública; quienes trabajamos con la aspiración de que sea cada vez más popular, democrática e igualitaria. Eso sí es hacer política. (20/11/20).
(*) Nota publicada en Página 12.