LA DORREGO

Guitarra roja: la nota de Página 12 que menciona a Luis Acosta García y a Carlos Molina, que fue preso en Dorrego

NOTA ESCRITA POR GUILLERMO DAVID EN PÁGINA 12

GUITARRA ROJA

En sus inicios, inficionado por una idea del progreso que estipula la evolución de la humanidad en una marcha ascendente desde el salvajismo a la civilización, pasando por la barbarie, el pensamiento de las izquierdas veía como un problema la presencia en la Argentina de indígenas y gauchos, a los que consideraba rémoras precapitalistas a modernizar. Hacían falta obreros educados e industriosos para construir formas socialistas de organización, revolución o evolución mediante. Por ende indios y gauchos no encajaban muy bien. Indolentes, ariscos a la autoridad y la disciplina, afectos al caudillismo y la vida nómade, resultaban inasimilables para las izquierdas en ciernes. La adopción del esquema sarmientino que hacía de los naturales de la llanura el objeto a conjurar sin ahorrar sangre calzaba perfectamente en esa visión, dificultando percibir a aquellos sujetos históricos, los pobres del campo, como agentes de la emancipación. Y es que Sarmiento abrevaba en el esquema establecido en La sociedad primitiva por su contemporáneo Lewis Morgan, el etnógrafo americano, que era la misma fuente sobre la que el propio Engels había diseñado su idea del tránsito histórico en El origen de la familia, la propiedad privada, y el Estado. Vicaria, la izquierda tenía que ser sarmientina.

La excepción la constituyeron en cierta medida los anarquistas, que vieron a los gauchos y, en menor medida, a los pueblos originarios, como parte de las clases subalternas que era preciso integrar en la lucha. Pero para ello había que hablar una lengua capaz de interpelación: la gauchesca fue el lenguaje asumido por autores como Luis Acosta García, Martín Castro o Juan Crusao para denunciar las condiciones de explotación y augurar un futuro liberador.

En su poema a la muerte del Che Guevara, Juan Gelman menciona a Carlos Molina, el payador libertario uruguayo, que fue preso en Coronel Dorrego por cantar a su memoria aquella noche fatídica de octubre del ‘67. Medio siglo antes la tradición anarquista había dado en aquel pueblo del sur de la provincia con una de sus figuras emblemáticas: Luis Acosta García, el payador trashumante que hizo del canto una formidable herramienta de denuncia de las injusticias que padece el pobrerío -básicamente, los obreros rurales. En versos sencillos recorre las diversas situaciones usuales del “telar de desdichas”: el mendigo, la ramera, el gaucho desplazado y maltratado, el obrero preso, encuentran en su voz un estro formidable para decir su verdad.

En Canto del Sur, Atahualpa Yupanqui, que lo frecuentó como a un maestro, lo recuerda así: “Anduvo de pago en pago, y en ninguno se quedó. / Forastero en todas partes, destino de trovador. / Un día le pidió al viento que lo hiciera payador / y el viejo viento surero los secretos le enseñó, / y le llenó la guitarrra de cantos en mi menor. (…) Le fue creciendo la fama de Dorrego a Realicó, / de Bahía a Santa Rosa, del Bragado al Pehuajó, / pasó por Pergamino, alla por el veintidós, / cruzó la tierra entrerriana con rumbo al Guayquiraró, / tal vez pa’ pitarse un chala bajo los ceibos en flor, / y anduvo de pago en pago, y en ninguno se quedó. (…) Don Luis Acosta García se llamaba el payador, / hombre nacido en Dorrego y que mucho trajinó. / Hombre de lindas riquezas: guitarra, amigos, canción; / don Luis Acosta García: ¡lindo nombre pa’ un cantor! / que anduvo de pago en pago y en ninguno se quedó”.

Nacido en 1895, hacia el centenario se unió a un circo dejando su oficio de boyero y se hizo payaso, encarnando el personaje de Pérez Gil -perejil, el tonto del pueblo-, que popularizó en la campaña mientras alternaba con la guitarra cuyos secretos, y los del canto, lo llevaron a Buenos Aires. Allí formó un trío llamado Los últimos gauchos mientras trababa amistad con Evaristo Barrios, su amigo y partenaire en las payadas. El éxito fue inmediato. Sus versos se iban espigando en el Cantaclaro y El alma que Canta, las populares revistas de la época, y cada tanto recogía en folletos algunas composiciones que aún resuenan en versiones grabadas, como el tango Dios te salve m’hijo (por entonces el tango aún dialogaba con la tradición criolla; el arrabal era apenas la continuación de la campaña) con música de Agustín Magaldi. Murió en Rosario a los 38 años.

Aunque sus ojos azules y su apellido de origen holandés no preveían a un paisano de ley, Luis Woollands era un gaucho hecho y derecho que había aprendido el evangelio ácrata entre los obreros del Quequén. Dirigente sindical pesquero, encabezó huelgas famosas impulsadas por la Federación Obrera Regional Argentina, la FORA. Fue muy activo en la denuncia de las matanzas de la Patagonia Trágica y de los Presos de Bragado, pero cobró notoriedad por un breve opúsculo que firmaba con el seudónimo Juan Crusao. Su Carta Gaucha, del ‘28, replica el criollismo del habla paisana: “Paisanos, hijos d’esta tierra, gauchos trabajadores; paren l’oreja y escuchen lo que les v’a contar este gaucho andariego, que no se ha pasao la vida entre la cenisa (sic) del fogón sino trabajando, y trabajando pa’ que coman otros que no trabajan, q’es lo pior”. Así abre su texto en el que desgrana las vicisitudes del pueblo sumido en la injusticia. Luis Franco, el poeta catamarqueño, afirmó que era el mayor manifiesto insurgente de la Argentina revolucionaria.

En esa estela refulge la figura de Martín Castro, payador nacido en Merlo que hizo de la provincia una tribuna de pensamiento libertario. Huérfano desde muy pequeño, Castro trabajó como peón de estancia en General Rodríguez y como albañil en los suburbios de la capital mientras aprendía el oficio de la guitarra y sobre todo el saber popular en los fogones, “entre el cardo de las soledades gauchas y el yuyo de los arrabales proletarios”. Campeó su analfabetismo deletreando folletines gauchescos y cuartillas ácratas que circulaban de mano en mano; el camino y el rincón de los troperos fueron el escenario de su educación sentimental. El canto y la poesía, que le brotaban como un don heredado, fue cincelando su fama en las pulperías, en las enramadas y en el circo criollo. Aunque nunca ejerció la payada, entendida como contrapunto desafiante entre repentistas que esgrimen sus floreos como armas poéticas en un duelo conceptual, su popularidad creciente, cifrada en sus composiciones de protesta, le granjearon el mote de Cantor del Pueblo. Sus actuaciones, multitudinarias, se anunciaban de boca en boca por los campos, pueblos y ciudades, y llegaron a ser interrumpidas por la policía que vigilaba sus denuncias con atención.

Su obra desplegada en una veintena de libros y folletos hoy inhallables, acaso haya alcanzado la cumbre de su pasión anarquista en Guitarra Roja, también del ‘28, como la Carta Gaucha. La rebelión que bullía en su sangre le dictó poemas como el que da título al libro: “Ven guitarra libertaria / libertaria y redentora / del que sufre, del que llora / del delincuente y el paria; / tu acorde no es plegaria / del servilismo indecente / el bardo altivo y valiente / cuando te pulsa en sus manos / ante todo a los tiranos / sabe atacarlos de frente”.

La prédica de Castro tiende a la redención moral del subalterno; atravesado por la tradición liberal, fustiga las formas políticas que el gauchaje, del que se concibe como intelectual orgánico, había adquirido en la historia. “Guitarra, los payadores / hicieron de tu cordaje / palenque de caudillaje / para amansar electores. / Rutinarios corruptores / en vez de hacerte valer / te hicieron envilecer / con caudillos de partido. / Guitarra, te han corrompido / como a una débil mujer”. Loas a Alberdi, a Rivadavia, a Sarmiento y a José Ingenieros, conviven con descripciones de patéticas situaciones sociales que llevan a la caída moral de los sectores populares. El niño abandonado que ejerce la ratería, el padre borracho y golpeador, la empleada doméstica abusada, la madre soltera, la obrerita empujada a la prostitución, el linyera (“pensamiento andante”), son puestos en contraste con las oligarquías ociosas, entregadas al derroche, causales últimas de todas las desgracias.

Guitarra Roja abunda en otro tema usual en la prédica ácrata: la crítica a la religión. Poemas de disputa teológica, de un furioso ateísmo, como “Dios creador”, “Dios es absurdo”, “Mentira religiosa”, “Fracaso de Dios” y “Otra prueba de la inexistencia de Dios”, hacen juego con la denuncia de la Iglesia Católica, como “El cura es la ganzúa del hogar”. “Dios sabe que el mal existe, / lo contempla diariamente / al ser un omnipotente / puede evitarnos la hiel / y no quiere corregirlo / porque el mal es de su agrado: / Dios resulta tan malvado / como el verdugo más cruel” -dice en “Dios no existe ni ha existido”.

El libro se completa con la elegía a los anarquistas vengadores. “Kurt Wilckens desde la cuna / fue un niño inocente y bueno / y cuando hombre el Nazareno / de la redención social; / como anarquista fue mártir / se hizo apóstol a su nombre / obró con cerebro de hombre / y un corazón maternal”. Quien ajusticiara al coronel Varela, responsable de las matanzas de la Patagonia, será descrito en la cárcel antes de ser asesinado por su verdugo: “Kurt Wilckens fue responsable / Kurt Wilckens no fue inocente / obró sensato y conciente / con toda serenidad / Kurt Wilckens fue el bisturí / que un doctor inteligente / hunde en la carne doliente / y extirpa la enfermedad”.

Contrariado por las costumbres plebeyas, como el carnaval, que desvían al pueblo del combate liberador, se pregunta: “¿Por qué en vez de ser bufón /del festín de los tiranos / rebeldes y soberanos, / no estalláis en rebelión?”. Y concluye con un llamado a la insurrección: “Tal vez de la simple huelga / pueda partir de un mitín / o de un pequeño motín / por una conspiración / una crisis económica, / una guerra en perspectiva / puede ser la iniciativa / de la gran revolución”. Aunque olvidado, su voz resuena en la memoria popular: Horacio Guarany, Antonio Tormo y Alberto Castillo, entre otros, grabaron algunas de sus canciones. (28-01-24).

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