Volver a empezar

NOTA ESCRITA POR NÉSTOR MACHIAVELLI EN FACEBOOK

Las pequeñas cosas que nutren esta columna quedan sin palabras frente a la tragedia climática que azota a vecinos de Bahía Blanca. Cuesta escribir crónicas desligadas de la realidad dura y pura de una ciudad bombardeada por la naturaleza.

En momentos donde es necesario ponerse de pie, elegí estas historias de inmigrantes, que recorren el camino siempre duro de los que comienzan de cero, donde es necesario cicatrizar heridas y sobreponerse para volver a empezar.

Alicia

Pigué, el bello pueblo sobre la ruta, recostado sobre el cordón de las sierras del sistema de Ventana que tiene el sello de Francia en el orillo. De fino y pausado lenguaje y caminar, en los 90 Alicia Marcenac era profesora de francés. Un día filmando su historia para la TV le pregunté si se sentía una argentina hija de franceses o una francesa que vivía en la Argentina.

–Qué pregunta me hace!!… en que compromiso me pone..!!!– exclamó Alicia, con buena parte de sus años juveniles transitados en colegios de Toulouse, de donde partieron sus ancestros.

Lo pensó un momento y respondió: “Soy una francesa que vive en la Argentina…”, luego del tire y afloje interior donde finalmente se impuso el llamado de la sangre. A mediados de los 80, la profesora de francés ganó un lugar en las crónicas de la histórica visita a Pigüé del ex presidente Francois Mitterrand y su esposa Daniele. Gobernaba Raúl Alfonsín y en las fotos y videos de la mesa cabecera del almuerzo de bienvenida, Alicia aparece al lado de los dos presidentes oficiando de traductora. Fue muy recordada aquella visita por el original título de tapa de un diario porteño que dio la vuelta al mundo. El colectivo que trasladaba a Mitterrand y su comitiva desde el aeropuerto de Bahía Blanca se empantanó en un camino vecinal cerca de Pigüé. En la foto de portada, se veía a Mitterrand observando sorprendido desde la ventanilla del colectivo al tractor que tiraba para sacarlo del pantano, con el memorable título “Igualité, fraternité, Pigüé…”

Ile y Ase

Cerca de Pigüé, en Sierra de la Ventana transcurrió buena parte de la historia de las mellizas alemanas Ile y Ase Brunswig, que a los 6 años zarparon del puerto de Hamburgo junto a sus padres para trabajar en una estancia en Santa Cruz, al borde de la cordillera. En esa dura geografía de la meseta patagónica, las niñas alemanas se criaron entre caballos, paisanos, tehuelches y mapuches.

Cuando transitaban la adolescencia, los padres decidieron retornar a Alemania por temor a que Irene y Ase encariñadas con los caballos, terminaran enamoradas de algún lugareño de tez curtida color tierra. Las mellizas no tuvieron opción y volvieron con sus padres a Berlín, pero cuando fueron señoritas con decisión propia, hicieron las valijas y regresaron definitivamente a la Argentina.

Eligieron plantar bandera en Sierra de la Ventana y allí transcurrieron hasta orillar las noventa primaveras entre llanura y serranías, siempre cerca de caballos, enseñando a los niños la filosofía de vida al lado del animal. A coro, las mellizas de sombrero, pañuelo al cuello, faja y bombachas batarazas se proclamaban argentinas y recomendaban disfrutar la naturaleza y el paisaje desde el lomo de un potro bien domado.

Cacho y María

Los alemanes se emocionan como todos, pero son duros para lágrimas.

Diferente a los italianos, siempre listos para humedecer recuerdos de familias lejanas.

Cacho Marzocca es un legendario pescador de langostinos del estuario en tiempos que marineros de todo el planeta transcurrían una semana en puerto, mientras operaba la descarga del buque. De esas estadías en tierra firme nacieron amores y familias que hoy se corporizan en hijos y nietos. Historias que dejaron de escribirse con la modernización portuaria, al acortarse la estadía de barcos amarrados y el tiempo libre de marineros festejando señoritas con destino de iglesia y/o registro civil.

La pasión de Cacho por lejos fue la pesca. Con el “Amapola” y una pequeña tripulación de marineros devotos de San Silverio, zarpaban todas las madrugadas a recoger redes tendidas en las rías bahienses. Muchos años desbordantes de langostinos, otras vacías, sin el sustento diario de la pesca para sobrevivir.

Su mamá, Doña María, llegó muy joven y sola desde Italia al puerto lejano de la bahía que besa el mar. Con lo puesto, perfecto italiano, cero castellano. Sus relatos de los primeros años lejos de la mamma eran duros, conmovedores. Sentada en el patio de parra y malvones de la casa familiar, bajo la dulce mirada de Cacho, María musitaba canzonetas napolitanas con los que intentaba mitigar un vacío imposible de llenar.

Que doña María con más de ochenta primaveras añorara a la mamma explica y reafirma la herida que no cierra del eterno dolor del desprendimiento.

“No me llames extranjero porque haya nacido lejos,

o porque tenga otro nombre la tierra de donde vengo/

Y me llamas extranjero porque me trajo un camino,

porque nací en otro pueblo, porque conozco otros mares,

y un día zarpé de otro puerto/

Si siempre quedan iguales en el adiós los pañuelos,

y las pupilas borrosas de los que dejamos lejos/

No me llames extranjero, que es una palabra triste,

que es una palabra helada, huele a olvido y a destierro.

No me llames extranjero…” (Rafael Amor)

Ser inmigrante no es para cualquiera.

Para eso hay que tener alma de inmigrante, paciencia y pasión para volver a empezar. (21-12-23).

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