Terapia intensiva
POR NÉSTOR MACHIAVELLI (ESCRITO EN FACEBOOK)
Lili, como la llaman los amigos, trabajó hasta hace poco en una unidad de terapia intensiva infantil de una de las más importantes ciudades bonaerenses. Un día le pregunté cómo hacía cuando volvía a su casa después de la jornada de trabajo y por su cabeza rondaban esos pibes peleando por la vida, con la incertidumbre de no volverlos a ver. Me miró fijamente, hizo una pausa, suspiró y la respuesta fue el silencio que aturde. Que más podía decirme? Pensé que la había incomodado con la pregunta, pero necesitaba hacerla porque aun hoy me cuesta imaginar el trabajo diario de convivir con personas al borde de la muerte y volver a casa para hacer la cena, jugar con los hijos, sin pensar que al otro día puede haber camas vacías o ocupadas por los que están esperando turno en la cola.
Así es la vida de los terapistas, yendo y viniendo con la medicación, regulando el paso del suero, observando los niveles de saturación de la sangre, la presión arterial, la temperatura.
Ellos lo saben, eligieron estar ahí, en la primera línea o mejor dicho, en la última línea de la batalla por la vida. Conocen la estadística, muere el 75 por ciento, tres de cada cuatro de los pacientes que ingresan al servicio.
Ellos lo saben, eligieron estar ahí, en la primera línea o mejor dicho, en la última línea de la batalla por la vida. Conocen la estadística, muere el 75 por ciento, tres de cada cuatro de los pacientes que ingresan al servicio».
El jueves pasado se fueron seis abuelos por hora. La epidemia que antes era del 90% en el área metropolitana y 10 en el interior cambia vertiginosamente: ahora es 69 a 31.
Los terapistas y el personal de salud ha salido a pedir por favor que no los dejemos solos, que los escuchemos. Están exhaustos, no dan más. El vocero de ellos dice que lo que falta no son camas ni respiradores sino personal que reemplace a los que están fuera de combate por los contagios. Hay 23 mil médicos, enfermeros y personal de salud que tiene o tuvo la enfermedad. Más de 80 fallecieron.
Vuelvo al interior de una unidad de terapia intensiva hoy, con los terapistas enfundados, conviviendo con personas que verán morir y serán los únicos que podrán tomarle la mano y despedirlo. Saben que en ese contacto de manos son mensajeros del abrazo del nieto, del hijo, la esposa, los amigos. No hay dinero en el mundo que retribuya semejante gesto de humanidad.
Lo menos que merecen estos compatriotas es que escuchemos el pedido de auxilio.
Qué piden? Que nos cuidemos para no saturar los centros de salud. Estamos a un paso del desborde, que no haya lugar para el que necesite terapia y respirador y lo manden a morir a domicilio.
Mientras tanto desde un centro de esquí se les ríen en la cara y se autofilman para mostrar el placer de disfrutar en medio de la tragedia que vivimos. Disfrutan lo que tienen, y no está mal, pero encuentran el placer en mostrarlo y esto provoca la ira y el repudio de todos.
Están bailando en la cubierta de un crucero, en otro mundo, como si nada pasara. Hay que avisarles que es el Titanic.