Educación

En la Argentina, cuatro de cada diez no terminaron la escuela secundaria

En el país viven 8,4 millones de jóvenes de entre 18 y 29 años. Representan el 20 por ciento de la población. No reciben el cuidado de los más pequeños, ni el de los más grandes. Muchos aún viven con sus padres. Muchos otros ya tienen hijos. Algunos estudian carreras universitarias, otros sobreviven con trabajos precarizados. Cuatro de cada diez no pudieron terminar el secundario porque ya venían de infancias y adolescencias excluidas y vulneradas.

«Hay juventudes muy diversas en Argentina», dice Ianina Tuñón, investigadora del Barómetro de la Deuda Social de La Infancia y del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA. Y lo dice en la presentación de un nuevo informe que se llama justamente «Juventudes desiguales: oportunidades de integración social».

Tuñón explica cómo la sociedad mutó de una configuración social en la que los jóvenes, con mucho esfuerzo, podían llegar a lograr una movilidad social a otra, la actual, donde las juventudes pueden llegar a tener mayor acceso a la educación, y sin embargo -y aunque se ponga mucho esfuerzo- no alcanza para el progreso social en condiciones de pobreza. Por el contrario, los jóvenes de estratos medios y altos logran sostener su pertenencia social por atributos del origen social y no siempre por méritos individuales. Tuñón habla entonces de «una sociedad estructuralmente más desigual», de «la reproducción intergeneracional de las condiciones de pobreza».

«La Organización Mundial de la Salud considera que la juventud es la población más desatendida», asegura Claudio Santa María, rector del Instituto Superior de Ciencias de la Salud, y que también participó del estudio. Que cuatro de cada diez jóvenes no hayan terminado el secundario es mucho y muy importante. El secundario es un factor de protección en muchos sentidos, uno de ellos es el embarazo entre los adolescentes».

«Lo que ocurre en la juventud puede marcar el resto de la experiencia de vida. No tenemos que hablar de la juventud en general ni los jóvenes como si fueran todos iguales. Hay muchas juventudes, la juventud es desigual», resalta y remarca Santiago Poy, sociólogo y becario CONICET y UCA y autor de la investigación.

Uno de cada diez jóvenes sólo terminó la primaria, mientras que tres de cada diez no terminaron la secundaria. Entre las causas, el estudio marca «el género, los varones tienen mayor propensión que las mujeres a no concluir, el estrato social y los requerimientos reproductivos de los hogares». Esto último se refiere a las tareas de cuidado. En los sectores más populares es frecuente que una adolescente o joven se haga cargo de sus hermanitos, de la limpieza de la casa o las tareas. Estos requerimientos reproductivos condicionan el estudio: la mitad de estos jóvenes que viven en estos hogares no termina la escuela. De los cuatro jóvenes cada diez que no tienen estudios medios completos sólo uno concurre actualmente a la escuela. En el otro extremo, tres de cada diez jóvenes siguen sus estudios en un nivel terciario o universitario. El 6,3 por ciento incluso ya terminó la universidad.

El 18 por ciento de los jóvenes está desocupado. Esto quiere decir que no tiene trabajo pero sí lo está buscando. «Esta cifra triplica la desocupación de los adultos, que a fines de 2017 era del 6 por ciento», explica Poy. La desocupación afecta mucho más a las mujeres que a los varones: la tasa llega al 25 por ciento en el caso de ellas y es del 14 por ciento en los varones. La desocupación también golpea más a los trabajadores más pobres (llega al 40 por ciento), contra los profesionales medios (8,5 por ciento).

Sólo cuatro de cada diez jóvenes que trabajan tiene «pleno empleo», es decir, un trabajo en blanco. El resto, seis de cada diez, tiene trabajos precarizados, en negro, o sólo logra acceder a changas. Lo que se cobra también está relacionado directamente con el nivel educativo: mientras un joven que terminó el secundario ganaba el año pasado un promedio de 100 pesos por hora, un joven sin estudios terminados percibía la mitad: 53 pesos.

El 45,5 por los jóvenes no tiene cobertura de salud (obra social, medicina prepaga). Son básicamente los jóvenes desempleados con con trabajos precarizados (75 por ciento). Del total de jóvenes, el 36 por ciento no se atendió ni realizó ninguna consulta médica en el último año. Pero una vez más, las diferencias: quienes no tienen cobertura se atienden menos.

También en relación con la salud, el 51 por ciento no hace ningún tipo de actividad física. Las mujeres menos (el 60 por ciento). No tienen tiempo. Ellas la pasan peor, y sus malestares psicológicos son mayores a los de los hombres: mientras el 17,5 de las jóvenes dijo estar mal, los varones lo están en el 12,5 por ciento de los casos. El 42 por ciento de las jóvenes ya tiene un hijo o está embarazada, contra el 26 por ciento de los varones. En promedio: uno de cada tres jóvenes tiene o está esperando un hijo. Pero quienes no terminaron el secundario tienen el doble de posibilidades de llegar a la paternidad y maternidad antes: 48 por ciento frente al 24 por ciento de quienes sí terminaron sus estudios.

«No es sólo terminar el secundario. Para una piba pobre hoy terminar el secundario no es un pase directo al mercado laboral, no garantiza que vaya a conseguir trabajo -dice Tuñón-. Hay diferentes ventanas de oportunidades para invertir, y la juventud es una de ellas. La juventud también expresa parte de lo que pasó en múltiples procesos de vulneración y exclusión en la infancia y adolescencia».

FUENTE: CLARIN.

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