Sociedad

La discusión no es aborto sí vs. aborto no; es, aborto legal o aborto clandestino

Por Pablo Javier Marcó

La semana que viene se tratará en la Legislatura el proyecto para despenalizar el aborto. El tratamiento que hagan los legisladores debe darse sin hipocresías, sin dogmatismos, sin doble moral, sin intromisiones religiosas.

Lo primero que hay que recordar es que por más que en nuestro país el aborto esté prohibido salvo en determinadas circunstancias, hay abortos. Es una realidad que nadie puede negar. Y como pasa siempre, las mujeres más vulnerables socialmente son las que más riesgo corren de perder la vida en un aborto clandestino.

Cualquier chica de clase media que disponga de una suma mediana de dinero podrá acceder a un aborto, clandestino, claro, pero seguro y practicado por un médico. Seguramente, algunas de estas chicas, pueden ser hijas de médicos que pagarían un aborto para una hija pero lo negarían a una paciente.

Ahora, si la mujer es pobre, queda bajo la tutela, como si fuera una impedida o una menor, de otros que deciden por ella: los médicos del hospital, los jueces que deciden amparos, las defensorías públicas que acceden a tomar algunos casos y otros no. Alguien, no recuerdo muy bien, dijo alguna vez: “El problema en este país no es abortar, el problema es ser pobre”.

La región de América Latina y el Caribe figura entre las que presentan más restricciones legales al derecho de las mujeres a decidir por la interrupción del embarazo. En todos los países en que rigen estas restricciones, los abortos ilegales realizados en condiciones muy precarias representan un grave problema de salud de las mujeres, que por su magnitud se convierte en un problema de salud pública. Problema cuya solución enfrenta límites de orden moral y religiosa, que inciden negativamente en la búsqueda de soluciones urgentes.

Cuando hablamos de salir de los dogmatismos, quiero decir que las convicciones religiosas no pueden ni deben ser colocadas por encima del derecho a la libre decisión por el aborto. Para que esto sea posible, es preciso que se respete la vigencia del Estado Laico.

El laicismo es fundamental para la democracia, es decir, con leyes y políticas que se destinen a todas las personas, independientemente de sus preceptos morales o creencias religiosas.

Por otro lado, hace siglos que se discute el derecho de la mujer a interrumpir voluntariamente un embarazo indeseado. Se contraponen a un derecho individual y personal, determinaciones que obedecen a valores culturales de origen dogmático. Las más diversas respuestas tienden hoy, en los países con elevados niveles de educación, a admitir el aborto en los casos de riesgo para la salud de la mujer, para la salud del feto, embarazo consecuente con la violencia sexual, o aún, como en el caso de Italia, por situación socioeconómica.

Otro dato que no debería faltar en esta discusión: en los hospitales públicos, una de cada cinco camas de los sectores de ginecología y obstetricia está ocupado por pacientes que sufren las secuelas de abortos mal realizados. Desconocer esa realidad y negar reparo a la legislación impertinente no sólo impide el acceso de la mujer a un derecho consolidado en los países civilizados, sino que también niega solidaridad a seres humanos que sufren en el cuerpo y en el alma. Manifiesta intolerancia.

Otro dato estadístico a considerar: mueren más mujeres y fetos por la prohibición que si ella no estuviera; si fuera legal, se tendría acceso a medios médicos específicos y a raíz de ello bajaría el índice de mortalidad de manera muy significativa.

Las estadísticas muestran que en los lugares del mundo donde el aborto fue permitido, la constante de mujeres que se lo realizaban permanecía en los mismos valores que antes de la prohibición.

No hay que criminalizar a la víctima sometida a una situación clandestina, de aborto inseguro y en situaciones de riesgo, donde las mujeres más pobres son las más afectadas frente a aquellas que tienen recursos y pueden pagar la interrupción de su embarazo.

Tampoco contribuye en nada al debate la exhibición de fetos o bebés, como se pudo ver durante las manifestaciones en contra de la legalización del aborto. Es una chicana barata. Porque en las manifestaciones de apoyo, a nadie se le ocurrió mostrar fotos de mujeres muertas, desangradas, por abortos hechos en las peores condiciones.

El aborto no es un método anticonceptivo. Es una cuestión de salud pública. Por lo tanto, la cuestión no pasa por aborto sí o aborto no. Pasa por aborto legal o aborto clandestino.

Más allá de estas consideraciones, estadísticas y ejemplos, hay una frase de Bertrand Russell que tampoco debería estar ausente en el debate sobre el aborto: “Es muy fácil ver los problemas ajenos desde lejos, mientras no nos toquen a nosotros mismos”.

Preservativos para no abortar, educación sexual para decidir y aborto legal para no morir.

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