Hablarle a los mercados
Progresivo no es gastar lo que se tiene, sino recaudar lo que se necesita.
Nota escrita por Guillermo Wierzba en El cohete a la Luna
En el debate sobre los problemas y dramas de la economía argentina actual está puesta en juego la propia vigencia de la democracia. Se trata de una indagación y una tensión respecto de si la misma constituye una realidad de la vida nacional o una grave ficción, en la que la forma institucionalizada del acontecer de la política no revela un contenido que afirma esa democracia, sino que lo vela para ocultar la presencia de su contrario que la niega.
Cuando un gobierno no goza de la libertad para adoptar las decisiones que considera más convenientes, sino que se encuentra presionado por el poder económico concentrado cuya acción se constituye en una amenaza a la auto-organización de la ciudadanía respecto de su sistema económico; y que, además, cuenta con la capacidad y disposición para desorganizar las finanzas, el régimen cambiario, el sistema de precios y el dispositivo distributivo de los ingresos, se está asistiendo a un vaciamiento extinguidor de la vida democrática. Esa extinción sería el resultado de que el nivel de concentración económica privada resulta antagónico con la posibilidad de la supervivencia de una comunidad de iguales que defina su destino común mediante la participación política y el voto ciudadano.
Cuando mandan los mercados es porque estos son dominados por los oligopolios, la democracia es herida de muerte y solo queda como resto del pasado. Argentina hoy soporta el desafío de sobrevivir como democracia o convertirse en el paradigma de una plutocracia velada por las sombras formales de las épocas en que la política tenía un sentido. Cuando los gobiernos miran y le hablan a los mercados, viven atormentados por sus reacciones y adoptan decisiones fundamentales guiadas por el temor a sus reacciones, se hace necesario un giro urgente de la dinámica política, de la convocatoria a la movilización popular, de un estremecimiento de los gobiernos con vocación nacional y popular que evite la caída definitiva en el precipicio en el que la Nación y su pueblo quedarían sometidos a supra-poderes oligárquicos de carácter permanente.
Sería la reedición en la Argentina de la tragedia griega vivida cuando el partido de izquierda Syriza llevó al poder a Tsipras, quien convocó a un plebiscito en el que el pueblo lo habilitó a emprender por un rumbo diferente al que el FMI y la banca europea deseaban, pero estos desplegaron acciones y presiones hasta que el gobierno popular transigió ante el poder económico, la democracia fue derrotada por los plutócratas y Grecia se encaminó hacia una sociedad más injusta, una economía desintegrada y un Estado débil. Syriza se vació de su potencialidad transformadora y los conservadores volvieron a gobernar. La Historia le dio la espalda al “realismo” de Tsipras.
El acuerdo insostenible
El sentido del voto de Máximo Kirchner en contra del acuerdo alcanzado con el FMI y que cosechara la adhesión de 36 diputados y otros más que se abstuvieron de aprobarlo, seguido luego por 13 senadores y algunas abstenciones, da cuenta de esa urgencia de salvar al país de la caída en ese precipicio. Los argumentos de que “cualquier acuerdo es mejor que el default”, de que «es el mejor acuerdo que se podía alcanzar”, estaban asociados a la idea de que no firmar en ese momento ese compromiso nos conduciría a un derrumbe de la economía, al cierre del crédito internacional, al desarreglo del comercio externo. Fueron las razones con las que se estimuló el “realismo” del voto a favor de la refinanciación en el Congreso. Luego del cumplimiento prolijo de todas las obligaciones previas acontecidas durante el gobierno del Frente de Todos, se firmó un acuerdo que contenía condicionalidades que, como planteamos en otras notas, dañan la economía nacional y establecen un régimen de co-gobierno con el FMI, que cede independencia económica.
Las imposiciones aceptadas no fueron por convicción, sino resignadas al sentido común que vibraba en la amenaza de la Fuerza Monetaria Internacional. Amenaza que sobrevino luego de los cantos de sirena que presentaban a Kristalina Georgieva como la directora gerenta de un nuevo FMI, cantos que sonaban para sembrar esperanzas sobre un estilo de reestructuración de deuda que nunca llegó. Como relata Horacio Verbitsky en su nota La dolorosa, la señora Georgieva ahora habla el clásico e inmodificable lenguaje fondomonetarista, cita Verbitsky: “Kristalina Georgieva reveló que la nueva ministra Silvina Batakis le había transmitido su compromiso ‘con los objetivos del programa’ que Mister MaGoo firmó con el Fondo. Según Georgieva, Batakis entiende ‘la importancia de la disciplina fiscal (…) Las acciones dolorosas a veces son necesarias para cosechar sus beneficios’.
Hace quince días parecía abrirse un camino diferente con un cambio de gabinete económico sucedido por ciertas definiciones que resultaban auspiciosas. Sin embargo, el día lunes se anunciaba en conferencia de prensa la confirmación de las metas convenidas con el Fondo Monetario Internacional, y la continuidad del acuerdo vigente con ese organismo multilateral. Se argumentó que se trataba de una deuda adquirida por el Estado Argentino y que por lo tanto debía ser cumplida. Sin embargo, eso no es exacto porque el FMI otorgó un crédito en forma viciada, en cuya instrumentación no se respetaron disposiciones vigentes que no podían obviarse a la hora de endeudar al país. Pero además sus fondos fueron utilizados al servicio de fines privados (la fuga de capitales) y no para el mejoramiento de las condiciones económicas y productivas del país. El Presidente ordenó querellas contra funcionarios que intervinieron en hechos atinentes al endeudamiento del país en ese período.
Las metas del acuerdo son insostenibles e impertinentes. Son de carácter fiscal, mientras Argentina tiene un problema en su sector externo, que no es fruto, centralmente, de la restricción típica de divisas que caracterizó al patrón de acumulación de la sustitución de importaciones, sino de la problemática de la financiarización de los países periféricos que no tienen moneda-divisa que cumpla la función de dinero de transacción mundial. Financiarización que es facilitadora de la secuencia deuda-fuga.
Los programas del Fondo se asientan siempre sobre el ajuste fiscal. Las razones son de variada índole:
Tienen la intención de reducir el nivel de actividad de la economía para inducir una baja de las importaciones y obtener un mayor saldo del balance comercial que permita pagarle tanto la deuda al FMI como a los acreedores privados de quienes el Fondo actúa como auditor.
Buscan bajar el nivel del gasto público en función de abrir espacios de negocios al gran capital privado y disminuir la potencia de los Estados en los países periférico-dependientes para hacer cada vez más dificultosas las políticas nacional populares que promueven la independencia económica.
Actúan por el lado fiscal con el objetivo de minimizar las regulaciones directas y cuantitativas por parte de los Estados, que le dan a éstos la facultad de llevar a cabo políticas discrecionales en función de impulsar determinada matriz productiva deseada.
Se puede deducir de esta perspectiva de los programas del FMI que los instrumentos con los que co-gobierna cuando da sus préstamos son de carácter exclusivamente macroeconómico. Aunque en el actual programa con Argentina formal, temporal y complementariamente admite las políticas de ingresos.
También, como en todos los acuerdos del prototipo FMI, está expresada la idea de mantener y/o mejorar el tipo de cambio real, lo que impulsa las devaluaciones ya sean discretas y de gran salto, o “crawling peg” – sucesivas micro-devaluaciones. Estas exigencias cambiarias son pro-inflacionarias y tienen el objetivo de encarecer las importaciones para reducirlas, pero además pretenden provocar la caída de los salarios reales de los trabajadores públicos para acotar aún más el gasto público, la demanda agregada y, en consecuencia, las importaciones. Son programas recesivos.
Las metas del primer año del programa firmado con el país establece un descenso del déficit fiscal al 2.5% del PBI. Aunque el organismo multilateral se muestra indiferente respecto a que la reducción se logre por aumento de ingresos o reducción de gastos, prefiere claramente la segunda vía. Porque uno de sus objetivos es retirar al Estado de la actividad económica, o sea que el organismo multilateral contribuye objetivamente a la des-democratización de la economía. Pero además porque los efectos recesivos buscados son muy efectivos por esa vía.
El FMI fue más allá y le impuso a Argentina en el acuerdo un tope de emisión del 1% del PBI. Con el objetivo de poder financiar el saldo restante del déficit admitido, la gestión del ministro Guzmán intentó desarrollar un mercado de capitales en moneda local. La irrealidad de las metas convenidas impide la consecución de niveles de confianza para la construcción de ese mercado, lo que llevó a la actual ministra Batakis a garantizar la recompra de los títulos en cualquier momento que deseen, a las entidades financieras que estén dispuestos a pagar un 2% de prima por ese seguro.
Resulta desalentador que en su primer mensaje la ministra haya dedicado su palabra a anunciar medidas de orden fiscal y la continuidad de la política económica que se viene llevando a cabo, incluyendo el cumplimiento de las metas acordadas con el Fondo. El cambio del gabinete económico ofrecía la oportunidad de plantear con firmeza la necesidad de cambiar los términos del acuerdo, con una gran flexibilización y secundarización de las metas fiscales, reemplazándolas por otras vinculadas con el sector externo de la economía, ampliando el período de gracia y el plazo de pago de la deuda y rediscutiendo la condonación de los sobrecargos.
Respecto de las medidas de orden fiscal, la nueva ministra expresó que va a unificar las cuentas de los organismos públicos en una sola y que gastará sólo lo que tenga, insistiendo en su vocación por el equilibrio fiscal. Sin embargo, si se ajustara a la justicia fiscal que reivindicó en su primera entrevista, ese equilibrio es progresivo no cuando se decide gastar lo que se tiene, sino cuando se propone recaudar lo que se necesita. Porque el primer camino es recesivo y regresivo ya que el gasto del Estado es muy efectivo para la redistribución del ingreso hacia los sectores populares. En cambio el segundo se apoya en el aumento de los impuestos, y si estos van sobre los que más tienen, provocan una redistribución progresiva.
Como cita Fabián Amico en el Documento de trabajo n°51 del CEFID-AR, el economista noruego Trygve Haavelmo analiza que “en una situación con desempleo y recursos ociosos, definitivamente hay un efecto creador de empleo de parte de los gastos públicos, incluso cuando estos están totalmente cubiertos por impuestos”. Es decir que en condiciones como las de la Argentina del presente, las búsquedas del equilibrio fiscal por el lado de los ingresos podrían ser a la vez progresivas y expansivas, la inversa del ajuste por el lado del gasto. En el mismo documento reseñando el pensamiento de Michal Kalecki, Amico reflexiona que “lo sintomático es que mientras algunos economistas suponen que la ideología prevaleciente llevaría a rechazar con más fuerza la política de ‘déficit fiscal’ que una política alternativa de suba del gasto financiado con impuestos, esto no resulta tan obvio. En verdad, las dos políticas pueden ser igualmente rechazadas en la medida en que el Estado comienza a influir sobre el nivel de actividad y empleo, y socava el poder del sector privado para definir el estado del ciclo económico. Sin dudas, estas razones –no confesadas— están detrás de las ácidas críticas al ‘populismo’ fiscal, al gasto ‘excesivo’ y al peso ‘insoportable’ de la carga tributaria del Estado”. Tal cual ocurre en el presente nacional, en el que los intelectuales orgánicos del bloque de poder machacan con la idea de la necesidad impostergable de bajar el gasto para reducir el déficit. Comunicadores de medios concentrados y economistas del establishment hablan de presión tributaria insoportable, mientras la ganancia empresarial ha sido generalizada en todo el gran patronato como hace tiempo no ocurría. Así lo exponen los balances de los últimos ejercicios. Hay espacio fiscal para aumentar sustantivamente la recaudación y la presión tributaria. Es necesario tener la vocación política y la energía combativa para usarlo.
En tal sentido resulta promisoria la decisión de la nueva ministra de revaluar los bienes y aumentar la recaudación a niveles más cercanos a los determinables por sus precios reales. También la decisión de recaudar el impuesto a la renta inesperada. Otro hecho valorable es su manifestación de resistir a las presiones devaluacionistas.
Sin embargo, resultan inquietantes declaraciones de distintos ministros del gabinete nacional que se manifiestan opuestos a la implementación de la principal y más rápida medida antiinflacionaria que es la suba sustantiva de los derechos de exportación. Cuestión que la nueva ministra también confirma que comparte, en declaraciones públicas. Pero el ministro de Agricultura sostiene, además, que las retenciones son sólo un instrumento redistributivo de ingresos, restando importancia a su calidad de herramienta de desacople. Es una postulación novedosa que la experiencia histórica desmiente, siendo las llamadas retenciones un instrumento aplicado por gobiernos de variado signo en función de re-equilibrar los precios relativos en pos de restar presiones inflacionarias. Numerosos estudios exponen el sensible impacto de los shocks de los cambios de precios de los commodities en la tasa de inflación.
¿Qué es la democracia?
Muchas voces sostienen que los anuncios del lunes fueron “para hablarle a los mercados”. Esas voces justifican esa elección en nombre de evitar el descalabro del país y su economía. Ese punto de vista deviene de la lectura resignada que asume que la concentración económica neoliberal liquidó la autonomía de autodeterminación popular, sin la cual no hay democracia. Democracia no es una forma de elegir gobernantes, esto es una cuestión de métodos de representación. Democracia es gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Las democracias exigen una lógica de mandatos y, en ese sentido, urge un giro político para cumplir con lo prometido en el 2019. Es tan cierto que la pandemia fue una limitación como también que resultó muy buena la forma en que la manejó el gobierno argentino. También, es verdad que la guerra crea situaciones nuevas y complejas. Pero el principal problema que no resolvió el gobierno nacional fue confrontar con la oposición del poder concentrado a toda medida popular y superar su resistencia.
La no aplicación de los derechos de exportación es una señal a los mercados. Como también lo es no renegociar el acuerdo con el FMI a términos razonables, cuestión indispensable para el desarrollo nacional y el bienestar popular. Recortar el gasto del Estado también es una señal a los mercados. El empresariado concentrado neoliberal de la Argentina comandado por la AEA no está dispuesto a aceptar decisiones populares sobre la esfera económica, que aspira a des-ciudadanizar por completo. Se debe tomar conciencia de que la organización de los patrones más poderosos adoptó un rol activo permanente para vaciar la democracia.
El centro de los mensajes del poder político debe ser la Nación y su pueblo, nunca la plutocracia dueña de las mayores fortunas del país. Hay democracia cuando hay capacidad y sobre todo voluntad para disciplinar al poder económico.
Batakis expresó su pensamiento en la primera entrevista que realizó con Sylvestre en Minuto uno, muchas de esas ideas desarrollamos en el artículo que escribimos hace siete días con Carlos Pafundo en El Cohete. Las ideas expresadas en ese reportaje abren una esperanza para que pasen a ocupar el centro del escenario reemplazando la línea impuesta por Guzmán por otra que recupere los salarios e ingresos populares y luego congele precios y sueldos para detener la inflación, sería el rumbo necesario que invierta el clima originado en su primera aparición oficial.
La palabra del campo popular
Hugo Yasky, secretario general de la CTA de los Trabajadores, reaccionó frente a la primera conferencia de la nueva ministra de Economía señalando que “eligió hoy dar señales a los mercados. Dejó de lado otras señales que nuestro pueblo está aguardando y que quienes formamos parte del Frente de Todos… vamos a reclamar… hasta que logremos una recomposición de los salarios, que por la urgencia debe ser a través de un aumento de suma fija. Para eso tenemos que poner nuestro reclamo en la calle… e iniciar una serie de movilizaciones para pelear por un salario básico universal, por el impuesto a la renta extraordinaria y para que la deuda la paguen los que la fugaron”.
El Congreso de la Corriente Federal de los Trabajadores produjo un documento el 8 de julio en el que señaló que “[el] nunca más al neoliberalismo significa, ineludiblemente, desmontar el manejo que los grupos económicos altamente concentrados tienen sobre áreas estratégicas e imprescindibles y que solo se los puede desarmar recuperando el rol del Estado en el control y planificación del desarrollo integral de nuestro país… También implica en términos prácticos una confrontación inevitable de intereses que únicamente puede resolverse a favor del conjunto de los sectores nacionales asegurando su participación activa y organizada en la disputa”.
Norberto Galasso cita en su obra Perón (Colihue, 2006), la intervención del entonces Presidente en la presentación del primer Plan Quinquenal. Aclaró Perón allí, entre otras cosas: “He dicho muchas veces que quienes se sentaban en el honroso sillón de Rivadavia tenían el gobierno político, pero no el gobierno económico, ni el gobierno social del país. La economía ha sido manejada desde el exterior por intermedio de los consorcios capitalistas… En 1810 fuimos libres políticamente. Ahora anhelamos ser económicamente independientes”. Ese anhelo manifestado por Perón debe ser la guía para encaminar el rumbo de la política del Frente de Todos para contribuir a la conquista de la segunda y definitiva independencia de América Latina. (22-07-22).