LA DORREGO

Pescadores del Atlántico

Nota escrita por Néstor Machiavelli en La Nueva.

Es una pasión que algunos atribuyen a secretos mandatos de padres y abuelos que sobrevuelan a orillas del mar. Otros reconocen que no es la pesca lo que convoca sino la ceremonia que la rodea, el combo de mente en blanco, reposera, mate, horizonte y contemplación. Ese menú -–sostienen– resetea el cerebro, elimina virus que andan sueltos entre ocio y modernidad, baja un cambio y neutraliza secuelas y tensiones propias de la montaña rusa del nuevo milenio.

No es lo mismo pescar dientudos, bagres y pejerreyes en arroyos o lagunas que corvinas y pescadillas con caña desde la orilla del Atlántico. Embarcados mar adentro, la contemplación del paisaje de agua y horizonte es un placer sublime. En la profundidad del océano, donde la captura y variedad de peces se multiplica, nada es comparable con la pelea que ofrece un tiburón de sesenta o cien kilos.

Si lo habrá disfrutado Astor Piazzolla, que compartió la pasión por la música y los tiburones y los entrelazó en el tango “Escualo”, nombre genérico del pez. Su nieto, Pipi Piazzolla, seguramente pensó en el abuelo y a su sexteto de jazz y tango lo bautizó “Scalandrún”, otra variedad del tiburón.

Amelita Baltar recuerda que entre el 69 al 75, cuando convivía con Piazzolla, salían temprano de Mar del Plata en el Volkswagen escarabajo rojo y por la ruta 3 pasaban por Tres Arroyos, Dorrego y Bahia con destino Bahía San Blas a la pesca de tiburones. Tiempos de creación musical e incomprensión con la obra del maestro, resistido por tangueros chapados a la antigua para quienes el autor de Adiós Nonino era un compositor ajeno al alma porteña.

Vacas flacas, no teníamos un mango, recuerda Amelita , y en compensación disfrutaban la pesca de tiburones desde la costa. En el año 71 Amelita ayudó a Astor a sacar el primer tiburón en Bahía San Blas. “En realidad, fueron dos –precisa- eran inmensos. Me pidió que agarrara el bichero para ayudarlo y yo inconsciente, le hice caso. ¡Al día siguiente uno de los tiburones seguía moviéndose! El no podía más de la alegría», confesó Amelita.

Al borde de la rompiente hay otras ceremonias que hacen historia y construyen recuerdos. En mañanas soleadas de mar calmo, no hay placer mayor que pescar pejerreyes con cañita de mano a no más de treinta metros de la costa. Con el agua sobrepasando la cintura, se entabla una batalla naval con jóvenes cornalitos o señores matungos. Instante mágico, el centro del mundo se circunscribe a la boyita roja y blanca que se menea cuando el peje juguetea con la carnada o se hunde si mordió y quedó atrapado. Allí comienza la etapa final de la ceremonia que requiere paciencia para llevar al pejerrey bajo el agua atravesando la rompiente hasta arena seca, sin que se desprenda y escape en el intento.

Postal que atrapa momentos inolvidables es el vientonorte, una línea con diez o veinte anzuelos camuflados con almejas, camarones o anchoas, que a tiro de una cámara de auto con una vela casera diseñada según el talento e imaginación de cada pescador, se interna cientos de metros impulsada por el viento de cola cuando sopla del norte. Es una delicia observar el disfrute familiar recogiendo el espinel, enrollando tanza del noventa en el malacate anclado en la arena y la expectativa del fruto de la pesca que asomará cuando la cámara con alma de velero supere el escollo final de la rompiente y gatuzos, corvinas, pescadillas o chuchos encallen en la orilla, listos para degustar sabores del Atlántico.

Otro cuadro para enmarcar es la pasada de la red, preferentemente en mañanas de mar calmo o anocheceres maravillosos, cuando quedan canales a media agua, ideal para comenzar a cosechar cornalitos que serán fritanga para el recuerdo. Padres e hijos , asistidos por abuelos voluntariosos o vecinos de sombrilla siempre dispuestos, tiran de la soga a cada lado de la red con reglas severas que hay que cumplir, como mantener los palos a ras del piso y coordinar la salida acompasada, tirando parejo de ambos lados, para que la furia de la rompiente antes de la arena firme no aborte la cosecha. En noches calurosas de verano, de viento norte y mar planchado, el premio mayor de langostinos y camarones se lo llevan los que se animan a pasar la red asistidos por la luz de la luna o legendarios faroles petromax.

El placer de la pesca embarcada es diferente, pero tiene lo suyo, sobre todo si el pescador es de bote propio, impulsado con la tracción a sangre de brazos y remos.

Leif Larsen conoció Monte Hermoso a los treinta y pico de años. Vivía en el campo con sus padres daneses y contaba que cuando vio el mar por primera vez le gustó tanto que se quedó a veranear el resto de su vida. Mitad la pasó en la playa y la otra mar adentro, pescando en su bote amarillo despintado y de remiendos poco prolijos de proa a popa.

Lector y observador como pocos, Leif calculaba la distancia que recorría con su bote a partir de la cadencia de las remadas. “Podemos medir con exactitud la distancia una vez salido de la zona de la rompiente, porque te va a frenar. De ahí –explicaba Leif- se puede medir perfectamente los cuatro metros por remada, de modo que a razón de más o menos veintidós remadas por minuto, que es perfectamente adaptable a la respiración , en cincuenta remadas recorrimos doscientos metros”.

En el puerto de lanchas amarillas de Ingeniero White hay una pequeña capilla con flores recién cortadas que marineros ofrendan antes de salir a navegar por las rías bahienses a capturar langostinos. La pequeña estatua de San Silveiro, patrono de los pescadores, llegó de Italia en la valija de un inmigrante desconocido. Todos la veneran y le piden que los proteja de inclemencias y naufragios. Cacho Marzocca adora al santo y asegura que le salvó la vida a él y la tripulación del “Amapola”, cuando dio vuelta de campana en medio de una tormenta sin precedentes con mar embravecido y lograron sobrevivir.

Cada uno construye a su manera la relación con el mar y la arena. Desde la costa, embarcados, con caña, red o vientonorte. Con cornalitos, langostinos, corvinas o tiburones.

Es el entorno, la inmensidad del océano y el paisaje de playa sin límite que marca a fuego y hace que uno sea definitivamente de ese mundo, de ese lugar. Que lo elija para quedarse a vivir para siempre, hasta que las velas no ardan. Y después también… (15-01-24).

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