LA DORREGO

Día del Periodista: «Nada me hace más feliz que tener la concesión de poder decir lo que pienso»

Por Carlos Madera Murgui / Periodista de LA DORREGO

Según afirmó Paul-Francois Groussac “el propósito del hombre que vive para pensar, sobre todo en estas sociedades embrionarias y entregadas al afán material, comprende desde luego la abstinencia del placer y el olvido del aplauso frívolo, que la opinión vulgar sólo tributa al que se le parece, quien se preocupa de lo que pasa no es digno de lo que dura, y el desdén del éxito es el principio de la sabiduría”
La búsqueda de criterios que no fueran los concentrados me llevó a conocer a otros, en quienes no había reparado antes, y que valía la pena escuchar o leer. Me hizo volver a algunos de estos con más atención y uno en particular me hizo reflexionar acerca de la diferencia que hay, o podría haber, entre tolerancia y complacencia.
¿Tolerancia ante las opiniones ajenas o simple complacencia? Nuevamente: ¿tolerancia o complacencia? Para no pecar de rimbombante, ( mentando a la Real Academia Española, cosa pasada de moda ?), digamos nomás que tolerar es “llevar con paciencia” y complacer es “causar a alguien satisfacción, placer o agrado”. En castellano básico y, en especial, en términos periodísticos, tolerancia, entonces, es “respeto lo que vos decís aunque no esté de acuerdo” y complacencia es “te doy el gusto”
A los periodistas locales se nos impone, y con justa demanda, la de opinar entre líneas; aquello que no ve el sol, pero con cierta sutileza y habilidad puede llegar al blanco, abordando intrínsecamente el tema, sin llegar a declamar asuntos que se conocen precisamente entrelineas, no significando ocultar información, sino por el contrario, jugar con cierto conocimiento del averiguamiento , esperando que la luz se haga dónde debe.
Esta casi insalubre costumbre, para este ámbito, el nuestro, donde opinar parece casi sacrílego, y si aparece en forma distinta a lo que piensan aquellos, (algunos que se han llamado amigos por años inclusive), nos lo hacen saber en forma intempestiva, a pesar de nuestros denodados esfuerzos por aparecer sutiles, educados , centrados y extremadamente diversos y pragmáticos.
Si algo aprendimos los periodistas estos últimos años, es que, más allá de los rótulos de “militante” o “independiente”, el certificado de defunción de la objetividad está escrito y firmado. Y que no sólo no podemos dejar nuestra subjetividad de lado, sino que debemos aceptarla y “abrazarla”, ejerciéndola.
Así es como aprendimos que es más honesto, por no decir ético, explicitar desde qué ideología estamos hablando. Y que tengamos bien clara la diferencia entre contar una noticia y dar una opinión. Reconozco que, en muchas ocasiones, la diferencia entre tolerancia y complacencia viene bastante desdibujada. Es más, no es raro escuchar al mismo periodista ser “tolerante” a veces y “complaciente” en otras y eso en muchas puede obedecer al estilo del programa o a la estrategia circunstancial del escriba.
En cualquier caso, a nosotros, debería quedarnos bien claro de qué se trata. Si hacemos alarde que hacemos un culto de la tolerancia, no debería dejarse pasar la oportunidad de la rectificación de un dato falso o una opinión sin fundamento. De lo contrario, estamos hablando de complacencia, que es otra cosa.
Algunas alternativas más calentonas que calientes, notas de denuncia enchufada en aquello a lo que ahora se denomina periodismo de investigación. Es decir, a cualquier cosa que contenga unos pocos datos no importa si falsos, unos cuantos números no importa si ridículos, algunas fuentes no importa si sólidas y ciertos testimonios no importa si relevantes. Lejos de ser una cuestión sólo profesional o un aporte de frivolidad inocente, el tema encaja con el accionar político definido, inescrupuloso, que operan factores de derecha a través de sus tanques mediáticos.
Sería paupérrimo anclar en un medio en particular, el centro de algún análisis que –justamente– pretenda superar el campo de las conjeturas, la ausencia de datos certeros, los trascendidos sin fundamento. Apuntes como los anteriores, en todo caso, pueden servir para continuar ejercitando el sinceramiento a que dio lugar esta etapa política del país, acerca de cómo juega lo que se comunica. Ha sido a costa de un deterioro en la calidad, en líneas generales, pero ningún parto de esta naturaleza es aséptico.
No corresponde, ni se trata de abusar y caer en un periodismo sobre periodistas que aliente los prejuicios de cada quien al estilo cloacal de las redes. Pero sí es cierto que cualquier operación de prensa vista por estos días por su nivel de grosería, va más allá de la ratificación de cómo informan, no ya cómo opinan, las grandes corporaciones del sector, y si nos afecta directamente al corazón de nuestra génesis más aún, considerando las distancias y las circunstancias de refrendar y de adherir o no. El pensamiento y la convicción deberían primar sobre lo que no estamos de acuerdo, así lo diga el Presidente de la Nación, o cualquier comentarista, ya que a nadie se le priva ese derecho. Y Cuando digo a nadie es a nadie, ya que un destemplado insulto o el más atildado elogio por cualquier medio en el país es común no natural, más allá de lo que tendría que tolerar una manifestación pública. Si es por eso basta reiterar que no hace falta hacer los goles con la mano, cualquiera sea la ideología que se tenga.
El carácter transitivo determina que no es cualquier medio, ni una simple nota. Es una campaña integral, que, en este caso mucho más que en otros, resulta reveladora de los límites a cruzar cuando rige cierta impotencia.
Podrá preguntarse cuál es el negocio de vender falsedades. Podrá responderse que el negocio no es ése, sino ser garante de contar haber vivido un ciclo catastrófico, putrefacto, que tal vez los condujera a asegurar sus negocios de más adelante si hubiera la cantidad de gente necesaria para comer vidrio.
Si hay una virtud que parece obvia para un periodista, pero que cada vez escasea más, es la rigurosidad para tratar la información que se tiene para comunicar, el dato sin chequear, un antecedente sin corroborar, una opinión sin fundamentar. La única objetividad posible es aquella que no esconde la ideología desde donde se comunica. El debate sobre el ya obsoleto paradigma de la “objetividad periodística” se clavó como una estaca en la agenda pública, pero comparte terreno con una pretendida imparcialidad de quienes producen noticias, un resguardo aparentemente necesario para que su discurso sea verosímil y para que sigan presentándose como sello de “independencia”.
Y aunque todo medio proponga a sus destinatarios un contrato de comunicación de acuerdo con las expectativas, motivaciones e intereses de su público, ese pacto ya no es tan “sagrado” como otrora, ya que el nivel de análisis crítico va en aumento.
Que los medios no somos objetivos, ni imparciales, ni neutrales, ya lo sabemos todos, Uds. y nosotros.
Nuestra relación con el lenguaje es la que se va fisurando, mientras en el país lo que era fisura ya es abismo, y no se termina de comprender cuál es la necesidad de tanta saña, de tanto desprecio. En una reflexión, que sirva, que nos haga pensar, donde podamos contribuir, se me ocurre en este día , además de saludarlos a todos, repetir una vez más lo que lo sostenemos convencidos, con mi compañero Pablo.
Es mucho más fácil y menos edificante y contributivo hacia nuestro ámbito, poder criticar sin límites ni respeto, a algún responsable de esos que consideramos artífices de las inopias de nuestras vidas,( a muchos kilómetros de distancia), que aportar ideas, criticas o halagos que mejoren nuestro existir en este lugar, el que nos tocó nacer, vivir y quedar aquí para siempre, además de ejercer periodismo. Es cierto, que existen, distintos ámbitos, posiciones, responsabilidades, compromisos, intereses, ideologías, formas de pensar, de abordar, de decir. Pero todo es válido, la necesidad de la comunicación y adicionar opinión, será siempre el combustible para generar expectativas de un mejor vivir y colaborar para que ello ocurra.
Sostengo y repito permanentemente, que nada me hace más feliz, que tener la concesión de poder decir lo que pienso. Feliz día para todos los periodistas. (07-06-21).

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