Como monos con Twitter

Por Marcelo Falak / Nota publicada en Letra P

El espectáculo caníbal de la política argentina se vuelve especialmente irritante en momentos en que los contagios de covid-19 crecen de a 25 mil o 30 mil cada día y cuando se hace difícil ofrecerles a los enfermos más graves una cama en la que, literalmente, caer muertos. Las dos cabeceras del estadio rugen, enfurecidas por la mera existencia de un equipo rival, pero encontrar culpables se hace difícil en una multitud tan abigarrada.

Como monos jugando con navajas filosas, muchos imponen una «lógica» más dada a tener razón –o, al menos, a contar de su lado con un coro complaciente– que a preservarse a sí mismos y a la comunidad, tendencia que encuentra en las redes sociales en general y en Twitter en particular cajas de resonancia a medida.

Es inútil preguntarse a esta altura si Twitter le impone sus reglas al debate político –por llamarlo de alguna manera– o si una política desquiciada ha encontrado allí el conchabo perfecto. El problema no radica en la herramienta: la propia política funciona con las reglas de la red social de la chicana, tanto dentro como fuera de ella.

Si se observa parte de lo que pasa allí, hay que comenzar por distinguir niveles de responsabilidad entre gobernados y gobernantes. Estos últimos deberían actuar como tales y evitar que la turba opinadora se los llevara puestos a empujones.

En ese sentido, esta semana brilló en la oscuridad una gaffe del presidente Alberto Fernández, quien no encontró un modo más sensato de festejar el gol que significa que un laboratorio nacional vaya a producir la vacunas Sputnik V que darle RT a una viñeta que lo muestra, junto a Vladímir Putin, inoculando a un gorila. Tras las críticas de rigor, dicho mensaje desapareció del tweet list del jefe de Estado. Lo que permaneció fue el asombro.

Cabe reconocerle a Fernández, al menos, un mérito: logró que el diputado, titular de la UCR y líder separatista de la República de Mendoza, Alfredo Cornejo, lo criticara por no haber actuado como «un estadista que garantice la unidad de la Nación». Parece que el hombre está reflexionando.

El episodio sería simplemente de un error del Presidente, que ha decidido ser su propio asesor de comunicación y vocero, si no fuera que ya se acumulan antecedentes similares. Todavía se recuerda cuando, hace poco más de un año, retuiteó un mensaje del director de la Agencia El Vigía, Dante López Foresi, que llamaba «gordito lechoso» a Jonatan Viale. El Gobierno le echó entonces la culpa a un miembro no identificado del equipo de comunicación y el jefe de Estado se disculpó personalmente por ese «error involuntario». El periodista, como cualquiera, puede merecer críticas a su manejo de la información y de la opinión, pero no precisamente por lo que le dice la balanza o por el color de su tez.

En julio, el mandatario compartió, siempre en Twitter, un video que ilustraba las respuestas del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, al periodista Diego Leuco con trompadas. Otra vez resultó poco edificante.

A esta altura de la columna, las tribunas se enfervorizan de nuevo: una encuentra razones para condenar a Fernández y la otra insulta al árbitro por bombero. Calma; hay segundo tiempo.

La política del tuit desenfrenado no es patrimonio del oficialismo. Los últimos días fueron pródigos en –pésimos– ejemplos dirigentes de la oposición.

Mauricio Macri salió a celebrar un fallo judicial a todas luces disparatado, en el que magistrados locales fueron contra una norma nacional como el reciente decreto de necesidad y urgencia (DNU) que impuso una serie de restricciones en virtud de la pandemia, en especial, a la presencialidad escolar. El expresidente conoce el valor de esa herramienta –tanto que, verdaderamente osado, la usó para derogar partes de una ley del Congreso, como las de Servicios de Comunicación Audiovisual– y también el ruido que hacen los neumáticos al pisar la banquina, lo que le ocurrió cuanto tuvo la infeliz idea de nombrar por decreto jueces en la Corte Suprema. En todo caso, no sorprende su fracaso en aportar a la institucionalidad.

El frenesí tuitero de Juntos por el Cambio fue mucho más allá de Macri. El ministro de Cultura del anterior gobierno, Pablo Avelluto, clamó contra las medidas sanitarias en nombre de «los mansos» y enarboló el viejo eslogan «ni olvido ni perdón». Por suerte, allí se detuvo: al parecer, la conclusión del mismo, el «paredón», le pareció algo excesiva en esta coyuntura.

La presidenta del PRO, Patricia Bullrich, embistió con un temblor de indignación republicana contra la administración bonaerense de Axel Kicillof, a la que acusó de amenazar las libertades públicas con su decisión de suspender las cirugías no prioritarias en la actual emergencia. Otra que reflexiona: decidió callar el jueves cuando el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta tomó idéntica medida.

Laura Alonso, la politóloga que presidió de modo inolvidable la Oficina Anticorrupción, fue más allá y, mientras le decía adiós al presidente Fernández, convocó a la desobediencia civil.

Más cerca de las fake news que del delito, otra que sobresalió fue la especialista en seguridad Florencia Arietto, llegada recientemente a Juntos por el Cambio tras un agotador periplo político. Ella fue parte de una curiosa red de mensajes –también diseminados por usinas opositoras a través de WhatsApp– que falsamente le atribuyeron al jefe de Estado haber ordenado el despliegue de las Fuerzas Armadas en las calles.

El senador salteño Juan Carlos Romero fue otro eslabón de esa misma cadena. «Nunca jamás desde 1983 un presidente dijo que iba a desplegar a las Fuerzas Armadas en las calles», se escandalizó, sumándose a la etiqueta #NoAlToqueDeQueda. Estaba en lo cierto: tampoco lo hizo Fernández.

En un sentido hay que comprender esos desbordes emocionales: en los últimos días, media Argentina incorporó a su vocabulario, con toda seriedad, los sustantivos «mamis» y «papis», sustento del descubrimiento impactante de que la educación es importante.

Sin embargo, la vida es injusta: acaso esa cruzada termine pronto y mal si el mismo gobierno porteño que se dejó llevar de la nariz por el bolsonarismo criollo atina a preguntarles por la realidad de las terapias intensivas de los hospitales a los trabajadores y a las trabajadoras de la salud que se preocupan por cosas serias y no a directores nombrados, de modo sin precedentes, a dedo y sin concurso. Si eso ocurriera, el show estaría asegurado: la Argentina tuitera encontraría nuevos trending topics para vibrar. (Letra P). (27-04-21).

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