Breve ensayo sobre “La Peste” (de Albert Camus)

POR FACUNDO SEGUROLA CASTIGLIONI

  1. ¡clásicos eran los de antes!

Es común advertir en los puestos de venta de libros o, más precisamente, en las librerías reposar sobre alguno de sus anaqueles el rótulo de “clásico”; así nos encontramos con una sección destinada a la literatura, bajo la inscripción: “clásicos de la literatura” donde conviven en perfecta armonía autores de renombre como Cervantes, Shakespeare, Borges, Homero, Dostoievski, Kafka, etc.; de igual modo y en  cualquiera otra disciplina podemos continuar ejerciendo este procedimiento –por demás arbitrario- de selección ad aeternum, ya sea filosofía, arte, física, historia. Ahora bien, ¿qué es lo que hace que un texto sea un clásico?
Decir que algo es un clásico implica, en primera medida, eludir el paso del tiempo de un modo inconmovible, propagarse por un período ilimitado y propender al renacimiento constante. No sólo nos referimos con dicho término a una canción, una pintura, un libro, una película sino que se da en cualquier aspecto de la vida. Es una fórmula que se repite con éxito (sea éste bueno o malo), una obra (en un sentido amplísimo) que se reescribe constantemente y a su vez es leída y releída de formas de la más variada índole, adaptándose a cada -nuevo- período generacional; pensemos en el caso de un libro, por ejemplo “Odisea” de Homero, de pretérito origen, casi ancestral, para las letras allá por el siglo VIII a.C., que motivó, junto con su otra obra “Ilíada”, que Virgilio componga “Eneida” en el siglo I a.C, (reescritura); ¡quién no conoce del texto homérico la historia de Penélope, la tierra de los cíclopes, Escila y Caribdis, los cantos de sirena, el regreso a Ítaca! en fin no es más que un viaje de aventuras y peripecias cuyo método fue imitado luego por generaciones de escritores. La relectura también nos invita a prescindir de tiempo y leer con actualidad, por ejemplo “El Príncipe” de Maquiavelo (escrito en el siglo XVI) e indefectiblemente asociar sus “enseñanzas” a cierto gurú ecuatoriano que supo radicarse en Argentina.

Muchas veces las nuevas concepciones que se tiene respecto a una obra tiene que ver con el momento en que se vive, el aire que se respira; ¿acaso el feminismo no viene a ofrecernos una nueva mirada, no sólo de los libros, sino de la historia? Muchas veces lo “establecido”, la verdad imperante tiene que ver con la sumisión, con la aceptación, la obediencia a un orden jerárquico que determina lo que es o debería ser, los medios de comunicación, por antonomasia son los verdaderos formadores de opinión, a esta altura, claro está, una verdad de Pero Grullo. ¿Qué lectura podríamos hacer hoy del génesis bíblico cuando el mismo refiere a Eva (mujer) como la autora intelectual, la verdadera culpable de cooptar la voluntad de Adán y desafiar el orden imperante impuesto por Dios simbolizado en el mordisco de la manzana cuya maniobra complementaria,  devino en el pecado original? En el Sagrado Corán, capítulo IV: las mujeres, versículo 38 se lee: “los hombres son superiores a las mujeres, porque Dios les ha otorgado la preeminencia sobre ellas, y porque las dotan con sus bienes: las mujeres deben ser obedientes y guardar los secretos de sus esposos, pues el cielo les ha confiado su custodia. Los maridos que sufran desobediencia de sus esposas, pueden castigarlas: dejarlas solas en sus lechos, hostigarlas. La sumisión de las mujeres debe ponerlas al abrigo de los malos tratos…” ¿Qué opinión nos sugiere hoy siglo XXI tal declaración de principios?

  1. “La Peste” de Albert Camus

“La Peste” es un clásico. Fue escrita en 1947, y aunque la proximidad temporal con tal publicación no es distante, nada obsta a que sea considerada de tal forma.
Leer hoy en día, y la fecha (abril de 2020) este libro, es interesante, y apasionante, en toda su complexión, no sólo por el sustrato filosófico sino por su contenido social. Un doble sentido subyace en la lectura: el literal, o histórico,  y el simbólico, o metafórico.

Visto desde una perspectiva temporal, la historia se centra en la región africana de Orán; una epidemia azota a la ciudad. Se desconocen, a ciencia cierta, las causas, aunque su origen se asocia a las ratas. Como un reguero de pólvora la enfermedad se propaga en toda la zona. Se toman medidas al respecto: se procede a cerrar las puertas de la ciudad, se dispone el aislamiento y la cuarentena para los habitantes, a fin de evitar el contagio, bajo una rígida custodia policial. Mientras tanto, y sin hallar una cura con celeridad, la gente muere; los primeros síntomas: dolor interno y mucha fiebre, luego una larga agonía hasta el desenlace fatal; la escena en que describe la muerte de un niño (hijo del Juez Othon) es por demás estremecedora, con minucioso detalle va contando los últimos instantes de vida, el pavoroso sufrimiento que envuelve esta escena, como imágenes vívidas, eleva las emociones a los límites del paroxismo, y donde el cese definitivo de las funciones vitales se traduce en un menesteroso alivio. Los habitantes se rigen, por lo que Camus llama, la ley de la peste. En un sentido lineal, lo hasta ahora expuesto, resulta por demás familiar. Leer a Camus no es otra cosa que leer el diario (de hoy). Posiblemente este libro, en otra época, tendría un valor más acentuado desde el punto de vista de lo filosófico; hoy esta lectura nos obliga a no prescindir de ningún detalle.

En una segunda lectura, el contenido simbólico que envuelve a la historia es más amplio, tópicos de la más variada naturaleza coexisten en las páginas escritas. Camus, aunque renegara del rótulo, pertenecía a la escuela existencialista francesa de posguerra cuyo adalid era Sartre. Hacía poco que había finalizado la Segunda Guerra Mundial, y la libertad se erigió en la principal cuestión, a la sazón, a reformular, dotando de contenido axiológico la retórica de estos pensadores. Al final de la novela, la ciudad es liberada de la enfermedad y la gente celebra en las calles, es imposible no trazar un parangón con la liberación francesa, que estaba ocupada por los nazis. La solidaridad, la humanidad que reviste en algunos personajes, en especial el doctor Rieux, también están presentes; el agotamiento mental y físico a que se expone en aras de salvar a la mayor cantidad de infectados lo eleva al estatus de héroe; la honestidad es el valor que pone en ejecución Camus con este personaje. La pena de muerte, también se introduce en el relato, y se incorpora al debate entre los protagonistas. A través de uno de ellos, Camus expresa su visión respecto a la misma (sobre este tema es importante centrarse en la Europa de posguerra). Es interesante también el contrapunto que se da en la historia narrada, entre el Padre Paneloux y, el protagonista, el doctor Rieux: religión vs. ciencia. Camus, que pertenecía al existencialismo ateo, hace una crítica feroz de la religión, cuyo único aporte eran las plegarias colectivas, asumir la culpa de la peste y abandonarse a la conmiseración; Camus responde a través de Rieux: “muchos nuevos moralistas en nuestra ciudad iban diciendo que nada servía de nada y que había que ponerse de rodillas(…)pero la conclusión era siempre lo que ya se sabía: hay que luchar de tal o tal modo y no ponerse de rodillas”.  Por último, la peste como una cuestión existencial: Camus nos advierte y predice: “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.

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