LA DORREGO

Fue estrenado el documental “Atahualpa Yupanqui, un trashumante”, de Federico Randazzo Abad

Como hace Cervantes en el Quijote. En el documental “Atahualpa Yupanqui, un trashumante”, las voces narrativas se multiplican, se solapan, se confunden. ¿Quién nos cuenta la historia? ¿Es el director y su cámara?; ¿el montajista y su recorte?; ¿es Yupanqui en primera persona?; ¿es su voz a través de sus discos, sus cartas, sus entrevistas?; ¿son sus archivos o los intérpretes de sus archivos? Acaso no hay forma de aproximarse a una figura compleja como de la Yupanqui si se renuncia a esa multitud de fuentes de autoridad. Tal vez sea lo que demanda desarmar y entender la construcción estética, pero también social y política, que lo ha convertido en la representación de aquello que llamamos folclore.

Un hallazgo sobresale, aun sin internarnos en la subjetividad de los realizadores del documental: la recuperación y el tratamiento sobre el archivo audiovisual de Yupanqui en un país que no se destaca por la preservación del patrimonio fílmico. “Cuando tenía 8 años, Atahualpa me sentó en su falda y me retó por estar jugando mientras él hablaba. Estábamos en el patio de la casa de mis abuelos, en una de las derivas de la relación de mi padre con Yupanqui. Treinta años después, el fruto de esa relación me puso frente a un centenar de cassetes, cintas abiertas, beta, u-matic, M9000, fílmicos, cartas, postales que fueron de Atahualpa y en muchos casos sobrevivían a décadas de ostracismo. Esos archivos nos permitieron asomarnos al universo de una de las piedras sagradas del panteón de la cultura argentina. El deseo, entonces, fue poner a circular la voz y las canciones de Atahualpa confiando en esa misteriosa forma ancestral de compartir la cultura, que a veces se parecía a un reto”, relata Federico Randazzo Abad, el director.

La última vez que estuvo Yupanqui en Dorrego (1989). Aparecen: Daniel Randazzo, Yupanqui, Suma Paz y su esposo.

El documental sintetiza en 93 minutos las “travesías etnográficas” a caballo, el exilio político en los países soviéticos y la consagración en la Europa capitalista. También como el Quijote, que primero se consume en las novelas de caballería y luego sale al mundo, Yupanqui completa primeros sus viajes de formación profesional y luego recorre continentes siempre con la misma pregunta, que él mismo revela en el documental: ¿Hasta dónde llega el vínculo del hombre con el paisaje? Ese interrogante no le impide desplazarse hacia la canción social. “No soy un revolucionario”, afirma, pero tengo en mis canciones tengo que contar “cuando el paisano la pasa mal”, explica en una entrevista fuera del país. Su pregunta por el vínculo del hombre el paisaje -insiste- se puede hacer en todos los países. Yupanqui rastrea un universal. En ese sentido, la ambición yupanquiana es tan desmesurada, que es tal irracional como la del personaje de Cervantes.

Más allá de los acentos que elige “Atahualpa Yupanqui, el trashumante”, aparece la fuerza del propio personaje: la resonancia antigua e indígena de la guitarra; la sencillez de las coplas; la belleza austera las progresiones armónicas; los arpegios pesados; su universo poético y literario.

Atahualpa nació el 31 de enero de 1908 en un paraje del partido bonaerense de Pergamino, pero su música abrazó acentos regionales que desbordaron a la zona pampeana. Sobre la construcción de su figura, el escritor Alejandro Gómez Monzón, entregó algunas de las páginas más lúcidas en “La flecha ya está en el aire”.

Su nombre real fue Héctor Roberto Chavero Haram, pero desde la infancia se bautizó como Atahualpa en referencia al cacique inca; el apellido Yupanqui se incorporó luego y su sonoridad remite, en quechua, al que viene de tierras lejanas para decir algo.

Hijo de padre ferroviario, Atahualpa estudió violín y guitarra desde los seis años con el profesor Bautista Almirón, que le presentó un horizonte distante del mundo rural que lo circundaba. Los preludios de Fernando Sor y las transcripciones de Schubert, Liszt, Beethoven, Bach, Schumann lo deslumbraron de inmediato.

Sin embargo, Yupanqui iba a formar un lenguaje propio con el que alcanzó a atrapar caminos, paisajes, relatos de la vida cotidiana. “Los días de mi infancia transcurrieron de asombro en asombro, de revelación en revelación”, recordó alguna vez.

La temprana muerte de su padre lo cargó de obligaciones y, en 1917, se trasladó con su familia a Tucumán.

Practicó tenis y boxeo; ejerció el periodismo, pero su oficio de cantor no demoró en aflorar: a los 19 compuso “Camino del indio” (el documental muestra su primera grabación), una canción simple de su infancia tucumana que luego se convirtió en un himno de la indianidad.

En el tiempo del primer peronismo fue perseguido y encarcelado por su afiliación al Partido Comunista, que declinó años después.

“Estuve varios años sin poder trabajar en Argentina… Me acusaban de todo, hasta del crimen de la semana que viene. Desde esa olvidable época tengo el índice de la mano derecha quebrado”, relató años más tarde.

En aquel tiempo de hostilidades alumbró “El payador perseguido”: “Por fuerza de mi canto/ conozco celda y penal/Con fiereza sin igual/más de una vez fui golpeao y al calabozo tirao/como tarro al basural”, rezaba.

En 1949 buscó un aire nuevo en tierras europeas, donde logró el cobijo artístico de Edith Piaf y encontró el éxito internacional.

Volvió en 1952, con sus intereses políticos en declive, la compañía de su esposa Paule Pepin Fitzpatrick, “Nenette” (su colaboradora artística bajo el pseudónimo de Pablo del Cerro) y la idea de instalarse en la ciudad cordobesa de Cerro Colorado. El documental de Federico Randazzo Abal precisa la influencia de Nenette en la música de Atahualpa.

La obra de Atahualpa se popularizó en los años 60 con el impulso de Jorge Cafrune y Mercedes Sosa, que grabaron sus composiciones. Registró 325 canciones entre las que sobresalen “La alabanza”, “El arriero”, “Basta ya”, “Coplas del payador perseguido”, “Los ejes de mi carreta”, “Le tengo rabia al silencio”, “Piedra y camino”, “Viene clareando”, entre más.

Alumbró también la novela “Cerro Bayo”, luego tomada como guión para la cinta “Horizontes de Piedra” con papel protagónico del propio Yupanqui.

En 1992 viajó a Francia para actuar en Nimes, donde falleció el 23 de mayo. Sus cenizas fueron esparcidas en Cerro Colorado.

A veces lo envolvía mirada pesimista. Ya en 1936 había sentenciado: “En Buenos Aires el folclore seguirá siendo para algunos una misión, para otros algo que está de moda, y para la gran mayoría una industria”.

“Atahualpa Yupanqui, el trashumante” demuestra, otra vez, que su figura y las preguntas que arrastra son capaces de poner en entredicho hasta sus más escépticas percepciones.

El documental se proyecta en el Cine Gaumont hasta el 9 de octubre con funciones a las 16, 17.50 y 22.

Datos técnicos:

Largometraje documental.

Duración: 93 minutos.

Color & BN /4k / Dolby 5.1.

Grabada en Argentina, Francia y Japón.

Dirección: Federico Randazzo Abad.

Producción Ejecutiva: Maxi Dubois y Germán Sarsotti.

Guión: Federico Randazzo Abad, Fernando Krapp, Germán Sarsotti.

Producción: German Sarsotti, Maxi Dubois, Pedro Barandiarán,

Fernando Krapp y La Produ.

Montaje: Mario Bocchicchio, Federico Randazzo Abad. (Fuente: negrasyblancas.com.ar). (05-10-24).

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