El impacto de la pandemia en la opinión pública
¿Cómo incidió la crisis sanitaria en la popularidad de los líderes de América Latina? ¿Qué variables explican los resultados? Intentamos responder estas preguntas a partir de información de 50 encuestas realizadas en 10 países de la región.
Por Daniela Barbieri, Javier Cachés y Augusto Reina (*)
George W. Bush transitaba sus primeros meses de gobierno en Estados Unidos sin grandes logros. Hasta que ocurrió lo inesperado: el ataque contra las Torres Gemelas. El atentado disparó la popularidad presidencial, que ascendió en poco tiempo del 51% al 90%.
El 11 de septiembre de 2001 es un caso célebre inscripto dentro de una tendencia general: en momentos de grandes crisis nacionales -una guerra, un desastre natural, una pandemia- la imagen de los presidentes crece. Es un estado de excepción: el conflicto político cede, la oposición se muestra colaborativa, la prensa suaviza su función crítica, y la sociedad se encolumna detrás del liderazgo presidencial hasta que pase el peligro.
En 1970, el politólogo John Mueller denominó a este efecto de las crisis políticas sobre la opinión pública “rally around the flag”. El nombre hace mención a una práctica habitual en las carreras de Indycar y Nascar, las competencias automovilísticas más populares de EE.UU. En esas carreras, cuando sucede un accidente en la pista, la organización flamea una bandera amarilla que activa un protocolo de normalización. Aparece un auto de la organización, el pace car, cuya función es ponerse al frente de todos los autos, neutralizar la competencia y fijar una velocidad máxima común hasta que el incidente se despeje de la pista.
Esa metáfora procura ilustrar la existencia de determinados episodios críticos en la historia de un país que generan un realineamiento momentáneo de los respaldos detrás de su máximo líder. ¿Por qué determinados? Porque Mueller no habla de cualquier crisis. No es lo mismo un escándalo, un accidente natural o una guerra. El efecto que describe se circunscribe a eventos (a) internacionales, (b) específicos, dramáticos y delimitados (c) que involucran al presidente y/o a la Nación. Ejemplos de esto son intervenciones militares, desarrollos tecnológicos-militares de punta (Apollo, Sputnik, etc) o atentados terroristas o accidentes naturales. Muchas veces el efecto se ha verificado. En otras situaciones, sin embargo, no tiene el impacto indicado por la teoría.
Hay dos elementos que son importantes remarcar de este efecto. En primer lugar, es de corto plazo. La evidencia demuestra que pierde su rastro a medida que pasa el tiempo. Como evento crítico, pone en pausa la división política, supone un aumento en la cobertura de noticias y produce una curiosidad creciente del público por las acciones del gobierno. Esta es la primavera de un suceso crítico, pero no dura mucho. La novedad de ayer se pone en duda hoy. El escrutinio tiende a revelar ciertas debilidades y a exponer ciertas deficiencias. La oposición comienza a cuestionar los pasos y a tabicar sus avances. Finalmente comienza una caída general del entusiasmo, lo que conduce a una disminución de la atención pública y a una normalización del ciclo noticioso. Lo que el pueblo da, el pueblo quita.
En segundo lugar, el incremento en la popularidad es condicional a la respuesta que el poder presidencial genera ante la crisis. Las situaciones de grandes emergencias son una oportunidad, no un cheque en blanco para los mandatarios. Carter lo aprendió en la crisis de Irán, Johnson con Vietnam, Bush con Irak. La acción presidencial importa: las crisis pueden operar como mitos fundacionales de una gestión o ser el epílogo de un liderazgo.
Estimando el efecto de la pandemia en la opinión pública de la región
Comparable con la Gran Depresión del ´29 en términos económicos, la pandemia del coronavirus se convirtió en la mayor crisis internacional en varias décadas. ¿Cómo incidió la crisis en la imagen de los líderes de la región? ¿Vieron los mandatarios aumentar sus niveles de aprobación a partir de la conmoción producida por la propagación del virus?
En este artículo recopilamos información de 50 encuestas de opinión realizadas en 10 países de América Latina desde febrero a abril de este año para estimar el impacto que la crisis del Covid-19 tiene en la popularidad de los presidentes de la región.
La pandemia provocó, hasta aquí, efectos desiguales en la aprobación de los gobiernos. En un grupo de países el efecto “rally around the flag” parece haberse verificado: la emergencia sanitaria trajo aparejada una mejora sustantiva en la popularidad presidencial. Es el caso de Argentina, Colombia, Perú, Chile y Bolivia. En otro conjunto de naciones -México, Brasil, Ecuador- se registran caídas en los niveles de popularidad presidencial.
Alberto Fernández en Argentina, Iván Duque en Colombia y Martín Vizcarra en Perú fueron los mandatarios que mayor incremento en sus niveles de aprobación obtuvieron. En menor rango que los anteriores, pero también mejorando positivamente la opinión respecto a sus gobiernos, están Jeanine Añez en Bolivia y Sebastián Piñera en Chile. Beneficiados ante la opinión pública, estos líderes constituyen un colectivo diverso. La posición ideológica o partidaria no explica el resultado. En el análisis parece haber tres variables que ayudan a comprender la variación en la popularidad: la apreciación temprana de la crisis, la velocidad de la actuación y el alcance de las medidas de aislamiento.
En el grupo de los presidentes que vieron erosionados sus niveles de aprobación se encuentran Bolsonaro en Brasil, López Obrador en México y Lenin Moreno en Ecuador. Uruguay constituye una excepción en nuestro relevamiento: Lacalle Pou asumió la presidencia el 2 de marzo, está transitando su “luna de miel” con la opinión pública y todavía no se pueden medir los efectos que esta crisis provocará en su gobierno. En cuanto a Paraguay, no fue posible encontrar suficientes estudios de opinión para incorporarlo al análisis.
Los gobiernos de Argentina, Colombia y Perú fueron los de mayor crecimiento, con alzas de más de 20 puntos porcentuales, y en los tres hay coincidencias respecto al enfoque que tuvieron para abordar la emergencia sanitaria. En el caso argentino se tomaron medidas preventivas con mucha anticipación, algo que fue bien percibido por la sociedad. Como resultado, Alberto Fernández consiguió niveles inéditos de popularidad, por encima del 80% en algunos sondeos. En Perú el coronavirus se cobró hasta ahora un alto número de vidas, pero la opinión pública ponderó la reacción de Vizcarra, que no solo dispuso la cuarentena total, sino que lanzó un programa económico muy agresivo (12% del PBI) para ayudar a la sociedad a transitar la crisis. En el caso de Duque en Colombia, aún entrando relativamente tarde a las medidas y en conflicto abierto con las alcaldías, logró sobreponerse con un mensaje tardío pero asertivo.
El caso de Chile también es particular: si bien no llega a los niveles de crecimiento de los anteriores, la crisis sanitaria opacó a la crisis política y permitió un repunte en la imagen de Piñera, que pasó del 9% al 21%. En aquel país se dice que la pandemia provocó muertes, contagios y un resucitado (por el presidente).
Los dos mandatarios más perjudicados en términos de opinión pública son López Obrador y Bolsonaro. AMLO venía con altos niveles de aprobación, pero sufrió con la pandemia la mayor caída registrada en el año y medio que lleva al frente del gobierno de México (15%). En cuanto al presidente de Brasil, si bien mantiene un núcleo duro de apoyo, producto de la crisis la aprobación de su gestión bajó casi 10 puntos porcentuales. Hay algunos denominadores comunes entre López Obrador y Bolsonaro frente a la pandemia: ambos parecen haber subestimado el desafío que representa el coronavirus y hasta el momento ninguno de los dos decretó el aislamiento social y preventivo en la totalidad de sus países (solo algunos estados han decretado cuarentenas, y en el caso de Brasil contra la explícita voluntad del mandatario).
A la mayoría de los líderes de la región, la pandemia les permitió mejorar sus niveles de popularidad. Para unos pocos, la emergencia sanitaria se tradujo en una caída de su legitimidad. Estos tienen motivos para preocuparse, pero aquéllos no se pueden relajar: los resultados son circunstanciales.
Aún queda por ver si los gobiernos latinoamericanos logran diseñar estrategias de política sanitaria y económicas sustentables para atravesar este proceso y mantener sus niveles de respaldo público. Algunos mandatarios actualmente cuentan con una mejor espalda política para resistir el tembladeral inicial. Pero el lobo recién asoma.
(*) Nota publicada en www.cenital.com