LA DORREGO

Un poco de humor para contrarrestar tiempos difíciles con estos cuentos de embusteros

Es bastante frecuente hallar en los pueblos del interior alguno de sus habitantes que se distingue por sus cuentos, conocedor de anécdotas, embustes o exageraciones, en su mayoría vinculadas a virtudes, inteligencia, fortaleza o tamaño de algún animal de su propiedad, especialmente perros, caballos, aves u otros habitantes de los corrales, como también desarrollo de plantas o rendimiento de sembrados de diferentes cultivos.

Por este anticipo ya habrán advertido que la mayoría de estos personajes provienen de la zona rural, que tienen mayor contacto con los elementos mencionados y por otra parte más tiempo observando sus actividades, evolución y desarrollo. Por lo general, a estos vecinos se los identifica como “mentirosos o macaneadores”, pero en realidad son solo habilidosos para incorporar humor y exagerar su relato.

En mi pueblo, Coronel Dorrego, llegué a conocer varios paisanos trabajadores rurales con estas facilidades para agrandar hechos o situaciones, entre ellos a Teófilo Lallana, peón o arrendatario de campo según la ocasión, que era famoso por sus humoradas o disparatados cuentos o narraciones.

Algunos de sus cuentos incluí en alguno de mis libros y ahora se los recuerdo; entre sus extravagancias Don Lallana decía “ que un año muy llovedor había sembrado un lote de unas cien hectáreas de trigo, en un campo arrendado en proximidades de la Estación Faro. Ya había entrado la primavera y el trigo estaba alto y muy tupido, cuando llovió más de una semana entera con bastante intensidad, y aunque ustedes no lo crean –relataba Lallana– el trigo estaba demasiado tupido, muy tupido, tan tupido, que el agua no filtro y cosa de no creer se formò una laguna arriba del sembrado…”

A Don Lallana también era muy afecto a la huerta, por lo que al costado de la vivienda, como le gustaba cocinar con productos frescos y por él cultivados, entonces sembró toda clase de hortalizas y según comentaba se sorprendió por el crecimiento de los zapallos angola. Uno de ellos contaba; “ alcanzo tal dimensión que llamaba la atención y hasta llegaban vecinos y la gente del pueblo para observar esa maravilla. Venían de todos lados agregó Don Lallana, al punto tal, afirmó además, que tuvo que alambrar el contorno del zapallo y la gente que lo visitaba formò un camino en su derredor… de no creer vea… aseguró Lallana. Eso si, la gente que visitaba el lugar se organizaba bien y con mucho orden recorrían el lugar respetando la cola… ”

Como además le gustaba experimentar con nuevas técnicas de producción a efectos de mejorar la propia en el lote de campo que había arrendado, se le ocurrió intentar cruzas e injertos y entre ellos mencionaba los que le habían resultado exitosos y también los fracasos; don Lallana hacía referencia con frecuencia a un injerto que le diò muy buen resultado y que se vanagloriaba contando el suceso a quien quisiera o no, escucharlo.

Con mucha seriedad, entusiasmo y muy seguro de su relato, contaba Lallana: “Un día que andaba medio aburrido – comenzaba – me puse a observar y estudiar las plantas que habían nacido guachas y otras que plante yo mismo cerca eeh las casas, y se me ocurrió vea, injertarle al clavel del aire que tenía colgando en el molino, unas plantas de melones que nacieron guachas, y no lo van a querer creer, pero ahora tengo un montón de melones colgando del molino…”

Y así como les adelante, tanto como se referìa a sus éxitos lo hacía con los fracasos, y no se avergonzaba en contar que no le salieron bien dos cruzas que intento “A mí me gusta mucho la miel- comentó Don Lallana –y se me ocurrió entonces cruzar abejas con luciérnagas, (bichos de luz que le dicen) pa`ver si trabajaban de noche, pero fracase, y lo mismo me ocurrió cuando quise cruzar gallina con liebre para que pongan huevos más rápido.”

Estas y otras extravagancias que se contaban en el pueblo se las adjudicaban a Don Lallana y muchas veces se dudaba de la procedencia o el origen de las mismas, pero al ser tan conocidos los “bolazos” de este personaje, no se dudaba en atribuírselas a él.

Entre los muchos cuentos de Lallana, circuló en el pueblo un hecho bastante curioso, que según lo conocido, se produjo durante uno de los inviernos más crudos que soporto la población como consecuencia de una seguidilla de heladas, tan rigurosas que no alcanzaba el tenue sol de la jornada para provocar el levantamiento de la capa congelada que afectaba tanto a las personas como a plantas y animales.

Las rigurosas condiciones climáticas además afectaba a los sectores menos poblados, especialmente en las zonas rurales donde chacareros y mensuales dedicaban buena parte de la jornada para aprovisionarse de leña. Para ese tiempo Don Lallana estaba explotando como tantero un lote de trescientas hectáreas en la Estancia “El Juncal”.

Contaba entonces que una tarde extremadamente fría con registros de varios grados bajo cero, se interno en el monte a buscar leña y además de unos buenos troncos que demandaban varias horas ardiendo levanto leña chica, es decir algunos palos más finos que toman fuego rápidamente y sirven para ayudar la combustión de los de mayores dimensiones.

Relató Lallana que “cuando llegué del monte descargue la leña chica o fina cerquita del fogón encendido y me puse a preparar el mate pa calentar el cuerpo. En eso estaba y no lo van a querer creer, pero en ese momento empiezo a ver que los palos se movían de un lado a otro y comenzó a desparramarse la pila. Cosa eh… mandinga me dije y me acerque medio temeroso, bastante asustao y desconfiando, porque los palos se seguían moviendo y aunque no lo crean eran culebras, víboras, que cuando junte los palos no me alvertí que eran esos bichos que se habían congelado y mezcladas entre el ramaje parecían palos, pero ahora al entrar en calor se desentumecieron y empezaron a moverse para disparar, de no creer vea, pero se había congelado todo… hasta los pobres bichos esos”.

Texto: Eduardo Reyes, escritor y periodista dorreguense, publicado en Más Río Negro. (05-06-22).

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