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Jorge Corsi, el psicólogo que justificaba y promocionaba abusos a menores

Licenciado, profesor universitario, escritor científico y fundador de la Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar, hace catorce años el psicólogo Jorge Corsi era detenido por encabezar una red de pedofilia. En 2014 quedó en libertad pero nunca más ejerció su profesión.

NOTA ESCRITA POR RICARDO RAGENDORFER EN TÉLAM

A punto de cumplir 75 años, ese hombre calvo y retacón emergió por el portón de un edificio de la calle Paraguay, en el barrio de Palermo. Y sin mirarlo, el portero que barría la vereda le dispensó un saludo seco, mientras él se alejaba con pasitos cortos y veloces. Entonces enfiló hacia el lavadero de la esquina para retirar una bolsa con ropa limpia; luego hizo escala en un Pago Fácil para abonar algún servicio. En ambos sitios fue atendido con notable frialdad. Al regresar a su domicilio se cruzó con dos señoras que conversaban en el palier, sin evitar oír a sus espaldas la murmuración de la cual fue objeto.

Lo cierto es que la escasa estima estima que goza entre los vecinos no combina con quien fue una eminencia en el campo de la Psicología. Claro que sus hazañas académicas se habían visto empañadas por un acontecimiento, diríase, extracurricular.

Aunque no ajeno su especialidad.

En este punto es necesario retroceder exactamente 14 años; es decir, a la tarde del 21 de julio de 2008.

Ese día, unas 200 personas colmaban el Aula Magna de la Universidad de Palermo para apreciar sus reflexiones sobre “La construcción del género masculino y la violencia”.

Y arrancó con una pregunta en tono retórico:

–¿Por qué es más fácil creerle al victimario que a la víctima?

Un prolongado silencio remató esa frase, mientras él medía su impacto escrutando al público con un dejo inquisitivo. Luego, con voz monocorde, prosiguió:

– Porque la víctima, que ha sufrido situaciones extremas de indefensión y angustia, se encuentra en inferioridad de condiciones para ser creído… en cambio, el victimario sindica como exageraciones los cargos en su contra.

Y volvió a medir al público, esta vez con una sonrisa sobradora.

Al fin y al cabo se trataba de un experto en el asunto. Y, tal vez, el más prestigioso del país. El tipo era profesor titular en esa casa de altos estudios y dirigía una cátedra en la Facultad de Psicología de la UBA. También había fundado y presidido la Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar, además de ser el autor de cinco libros acerca de dicha problemática.

Transcurrió una hora y media sin que mermara la atención del auditorio. Recién entonces el orador le puso el moño a su ponencia con una observación inquietante:

–El maltrato y el abuso no siempre son consecuencias de alteraciones psicopatológicas sino que, en las víctimas, son el origen de esas alteraciones.

Era un concepto difícil de tragar; no obstante, los presentes estallaron en un prolongado aplauso. La sonrisa del licenciado Jorge Corsi fue entonces más sobradora que nunca.

¿Acaso habría basado aquella afirmación en ciertos “trabajos de campo” realizados por él? Un interrogante crucial en esta trama.
Para desentrañarlo es conveniente otro pequeño salto en el tiempo.

Juegos de guerra

Durante el segundo lustro del siglo XXI los jueguitos en red habían convertido a los ciber en un espacio de socialización adolescente. Y el que funcionaba en el primer nivel del Shopping Abasto no era una excepción al respecto.

Al finalizar el verano de 2007 allí se disputaban encarnizados combates entre comandos terroristas y antiterroristas –con cinco jugadores por equipo– que disparaban sus armas en “cámara subjetiva” (es decir, con la acción vista a través de los ojos del protagonista) para, por ejemplo, liberar rehenes o evitar el estallido de una bomba nuclear.

Ese era el leitmotiv de “Counter-Strike”, el entretenimiento de la temporada. Su fascinación tenía un efecto casi adictivo, al punto de que las 20 computadoras del local estaban ocupadas todo el tiempo por clientes que permanecían ante las pantallas hasta la hora de cierre.

Por entonces ese sitio comenzó a ser frecuentado por dos pibes de 16 y 19 años (quienes en este texto serán llamados “José” y “Tommy”). De entrada hicieron excelentes migas con otros habitués, todos de menos edad. Aquel fue el caso de un chico que acababa de cumplir los 13 –cuyas iniciales son AG–. Éste solía acudir al ciber junto a dos amigos. Entonces, después de las batallas virtuales, los cinco empezaron a celebrar una especie de “tercer tiempo” en el McDonald’s sobre la entrada del shopping que da a la avenida Corrientes.

A los pocos días ocurrió allí un encuentro presuntamente casual entre Tommy y su antiguo “profe” de música del secundario, quien tomó asiento con ellos. El tipo, que respondía al apodo de “Mache”, chorreaba simpatía. Su nombre era Marcelo Rocca Clement y tenía 33 años.

A partir de entonces, hubo otros tres o cuatro encuentros “casuales” con Mache en el McDonald’s. En una de aquellas ocasiones también apareció un colega suyo, el profesor de Educación Física Augusto Correa, quien acababa de cumplir 26 años; de hecho, fue allí donde lo felicitaron por tal efeméride.

Esa vez ambos adultos abordaron, un poco en broma, temas de índole sexual. Luego, Mache propuso prolongar el festejo en el “departamento de un amigo”. Lejos de mostrar entusiasmo por la propuesta, los dos acompañantes de AG se retiraron. Pero él ascendió a un taxi con José y Tommy, mientras Mache y Augusto subían a otro.

Poco después llegaron a un edificio de la calle Paraguay, en Palermo, donde no se encontraba su morador. Esa fue una velada liviana: en un clima de franca camaradería, los visitantes únicamente disfrutaron de algunos videos pornográficos. Finalmente, Mache acompañó a AG hasta su casa.

Hubo otras reuniones allí. En tales oportunidades, a los diálogos subidos de tono y los videos porno se sumaron ciertas situaciones eróticas –felatios y otras menudencias– entre Meche, José y Tommy. Y en el siguiente cónclave pasaron al coito propiamente dicho, ante la mirada absorta de AG.

Fue justamente en aquellas circunstancias cuando apareció el dueño de casa, quien se presentó como “Geo”. Era un sexagenario calvo y retacón. No otro que el licenciado Corsi. En ese preciso momento AG comenzó a ser abusado.

Los captadores –José y Tommy– salieron de la escena, y el vínculo con la víctima quedó en manos de Geo, secundado por Mache, Augusto y “Pichi”, un estudiante de Ciencias de la Comunicación, identificado después como Agustín López Vidal, de 26 años.

El vía crucis de AG –que incluía la alternancia de expresiones cariñosas y regalos con actos despiadados– se prolongó hasta agosto de aquel año.

Fue cuando él les contó a sus padres lo que sucedía. Ellos no demoraron en efectuar la correspondiente denuncia. La pesquisa se prolongó más de lo debido, pero al final dio sus frutos.

El pasado siempre vuelve

El 21 de julio de 2008, tras finalizar su conferencia, el célebre psicólogo Corsi salió de la sede universitaria para caminar por la calle Mario Bravo hacia un estacionamiento situado sobre la avenida Córdoba. Pero al llegar allí fue detenido por efectivos de la División Delitos contra Menores de la Policía Federal. Esa noche Geo durmió en una celda del Departamento Central.

En paralelo, también caía el trío formado por Rocca Clement, Correa y López Vidal. Los “boy lovers”, tal como la prensa había bautizado a esta red de pedófilos, estaban ya a buen resguardo. Sin embargo la jueza María Fontbona de Pombo no se decidía a resolver la imputación de los dos captadores por ser menores de edad.

En lo que respecta a Corsi, las pruebas en su contra eran abrumadoras, y se extendían a otras víctimas. Tanto es así que, en una grabación telefónica se le escucha decir:

–Hola, mi amor, ¿cómo te sentís? ¿Te fue bien en el examen de hoy?

Su interlocutor era un pibe de 14 años. Tras su respuesta, se oye nuevamente el tono melifluo de Corsi:

–Mirá que yo me preocupo por vos. No te olvides nunca que sos muy importante para mí.

Aquella grabación le fue reproducida durante su indagatoria. Entonces, esgrimió el siguiente argumento:

–Hay una especie de satanización absoluta de la sexualidad adolescente, muy diferente de las pautas consideradas normales por la sociedad.

Se ve que el Derecho Penal no era el punto más sólido de su formación. La suerte de ese sujeto ya estaba echada.

Mientras tanto, trascendía que Rocca Clement ya había estado preso por la violación de un chico de 11 años, ocurrida en 2000. Quiso el destino que el profesor de música fuera sentenciado por aquella causa en un juicio oral realizado apenas dos meses después de ser detenido por el caso de AG. Bien vale reparar en el asunto.

Aquellos añejos abusos fueron cometidos en Mar del Plata, hacia donde llevó al niño con la autorización de su mamá, quien mantenía una relación de amistad con Mache. En el juicio, la mujer contó que le dio toda su confianza al victimario porque su hijo “veía en él la figura del padre que nunca tuvo”.

La propia víctima, ya de 19 años, efectuó ante el tribunal una detallada narración de sus padecimientos. No era otro que Tommy. Vueltas de la vida.

Triste, solitario y final

Rocca Clement fue condenado a 11 años de prisión por el episodio de Mar del Plata. Mientras tanto, Corsi –ya debidamente procesado por la jueza Fontbona de Pombo– languidecía bajo prisión preventiva en el penal de Marcos Paz, al igual que Correa y López Vidal.

El trío fue excarcelado siete meses después. Para ello, el psicólogo tuvo que pagar una fianza de 100 mil pesos. En cambio, a sus dos cómplices aquel beneficio les costó la mitad. Una ganga.

A partir de entonces, Corsi inició una campaña mediática para limpiar su buen nombre y honor. Al respecto, fue memorable una entrevista al diario “Perfil”, en la cual apeló al revisionismo histórico con las siguientes palabras: “Si llevamos las cosas a un extremo, diríamos que San Martín fue un pedófilo, porque Remedios tenía 13 años”.

Recién en 2012 fue condenado por el Tribunal Oral Criminal (TOC) Nº 11 a tres años de prisión (de complimiento efectivo). Fue en el transcurso de un juicio abreviado, donde reconoció su responsabilidad en el delito que se le imputaba. Entonces fue a parar a la cárcel de Ezeiza. Correa y López Vidal recibieron condenas similares.

Tras las rejas, el comportamiento de Corsi fue ejemplar, al punto que el Consejo Correccional lo calificó con un “diez en conducta”. De hecho, supo mitigar las horas muertas del encierro trabajando en las oficinas del penal; así pudo cobrar el “péculo penitenciario”, y ello le permitió completar sus aportes jubilatorios. Cabe destacar que el único inconveniente que tuvo en esa etapa fue una cirugía a corazón abierto, de la cual se restableció completamente.

Corsi recuperó la libertad en 2014. Actualmente esa causa ya no tiene detenidos.

El psicólogo nunca más ejerció su profesión. Pero –ya se sabe– volvió a vivir en el departamento donde ocurrieron parte de los hechos que lo llevaron hacia la sombra. Jamás recibe visitas. Y en el barrio, día a día, los vecinos lo escrutan de refilón. (25-07-22).

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