LA DORREGO

El aislamiento viene de antes

POR NÉSTOR MACHIAVELLI / PUBLICADO EN FACEBOOK

No es de ahora. No le adjudiquemos culpas nuestras. Empezamos a confinarnos mucho antes del visitante invisible que llegó de China. Lo que hizo el virus fue institucionalizar el aislamiento con formato de cuarentena y barbijo, pero el encierro sobre nosotros mismos es anterior a la pandemia.
Comenzó allá lejos y hace tiempo, cuando el televisor entró en cada hogar y se posó frente a nosotros en frágiles mesas de patas largas con rueditas. Eso obligó al silencio, convirtió a la familia en espectadores pasivos frente a un aparato que pasó a presidir cenas, almuerzos y sobremesas sin que medien palabras.
Hasta entonces al caer la tarde en tranquilos pueblos y ciudades del interior los vecinos acostumbraban a sacar la silla a la vereda. Lo que ocurría al borde de la puerta de calle era una especie de noticiero local, donde mate por medio, con pibes entretenidos con bolitas, figuritas o fulbito, los vecinos de la cuadra comentaban y debatían las últimas noticias del barrio y el pueblo. Largas charlas con los de al lado, los de enfrente y los que pasaban y se prendían en la tertulia, que concluía cuando desde adentro alguien avisaba que la cena estaba y vengan rápido que se enfría.
La cena era tertulia aparte , con el repaso de la jornada de trabajo de los mayores, novedades del cole de los pibes y los aprestos de unos y otros para mañana.
La llegada del televisor borró de un plumazo usos y costumbres. La silla dejó de salir a la vereda, en blanco y negro primero hasta que el mundial 78 le puso color, la TV impuso su agenda, excluyente, nacional y global, sin pueblo ni alrededores, salvo que tornados, homicidios o accidentes fatales lo justifiquen.
Los vecinos comenzaron a jugar de visitantes de la aldea global frente al televisor y al mismo tiempo perdieron la localia de las noticias del pueblo y el entorno.
Hasta entonces el interior tenía su impronta muy diferente a la de las grandes capitales. A los que habitábamos en pequeños pueblos de campaña nos decían con tono despectivo que éramos del interior. El televisor emparejó las cosas, a partir de entonces todos fuimos del interior. Sí, del interior de casas y departamentos pegados al televisor, que es la peor manera de ser del interior.
Eso fue el comienzo del aislamiento, que se profundizó con la llegada de internet, las pantallas el wi fi, el wasap. Los chicos en la habitación con la compu, los padres a puro netflix y celular. Gran paradoja: la familia unida bajo un mismo techo pero más aislada que nunca. Amigos y familiares que viven cerca y no se visitan. Para qué vernos si está el wasap? Y se wasapean y así pasan meses sin verse.
En este escenario irrumpió el virus. La posmodernidad ofreciendo todo tipo de modelos de incomunicación, cada uno en su mundo, haciendo la suya. En este contexto de encierro obligado el wifi, internet, el celular, el wasap y las pantallas ofrecieron lo mejor de si, herramientas indispensables, cable a tierra con la familia, los amigos, el trabajo y las noticias.
Después que el virus claudique ante la vacuna tendremos que darle las gracias por los servicios prestados a la tecnología pero hasta ahí nomás. Porque si volvemos a lo de antes, ya lo dijo Einstein, es inútil buscar resultados diferentes si hacemos las mismas cosas.
El mundo de la silla en la vereda es una metáfora del pasado que no volverá. Nadie imagina una casa sin pantallas y sería justicia que el wi fi se considerara un servicio esencial del que ningún hogar puede prescindir, porque el que no tiene internet, es un excluido del mundo digital.
El celular, las redes sociales, el wasap, google, son parte de nuestra vida cotidiana. La pandemia adelantó en años la digitalización de nuestra existencia.
La diversión, el trabajo, el estudio y el comercio en buena medida serán cada día más digitales. Leo hoy que las grandes productoras de películas del mundo anuncian que los estrenos que vienen no serán en cines sino por streaming.
Pero el mundo se hizo para que el cine se disfrute yendo al cine, el teatro desde la butaca cerca del actor, los recitales con músicos en vivo en el escenario.
El riesgo de la sobredosis digital, es quedarnos atrapados por la tecnología y olvidarnos de vivir al aire libre, de cara al sol, frotándonos con los demás, conversando en la mesa de un bar, el banco de una plaza o el cordón de la vereda.
La vida transcurre rápido, como la luz de un fósforo que se prende y se consume en un instante y el peor de los pecados es perderse el espectáculo en vivo de la naturaleza. Ninguna pantalla por mejor definición que tenga igualará el vivo del mar, la montaña, el río, pájaros volando sin hoja de ruta, el aroma de la flor silvestre, la música y poesía.
Que estar aislados, confinados y encerrados como hasta ahora sea la excepción y no la regla.

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